¿Cuántas veces has pedido a Waze que te dirija a algún lugar, le has pedido a Spotify que te ponga música y, después de la canción, se sigue con otras que no le pediste, o a Netflix que te recomiende una película? ¿Cuántas veces, conversando con ChatGPT, piensas que ya te entiende perfectamente e incluso te da respuestas mucho mejores de las tareas que le pides? Podrías pensar que es porque, con tanto uso que le das a las plataformas digitales, ya recolectaron suficiente información sobre tus gustos y necesidades, pero tal vez la realidad es otra.
Nuestra interacción en espacios digitales es cada vez más intensiva. Esto permite que los algoritmos de IA nos observen, registren cada pequeña decisión que tomamos y analicen nuestra reacción ante los estímulos que nos envían. Si te enviaron un anuncio y entraste a verlo, o mejor aún, compraste el producto en la misma plataforma o te cambiaste a otra, ellos lo registran. Las plataformas de video como Netflix, Max y Amazon Prime hacen lo propio: registran si pausas la serie, si la abandonas en el primer capítulo o si te gusta tanto que la ves hasta el final, aprendiendo constantemente de nosotros en un proceso donde creemos estar al mando de la situación, pero en realidad se trata de un juego bidireccional de aprendizaje entre humanos y máquinas.
Los algoritmos de IA moldean nuestras decisiones y comportamientos cotidianos. No solo predicen el contenido que queremos consumir, sino que también condicionan nuestras futuras elecciones. Nos enfocan en estilos y preferencias específicas, dándonos respuestas rápidas. Sin embargo, en realidad, ajustan lo que consideran que debemos consumir. Así nace el fenómeno conocido como ‘burbuja de filtro’. Inconscientemente permitimos que la tecnología determine nuestros gustos e intereses y, con ello, nuestras opiniones. Se genera un eco en el que rara vez escuchamos ideas diferentes a las que la IA ha reforzado en nosotros.
Aldous Huxley, en su novela “Un mundo feliz” planteó que el autoritarismo del futuro no vendría por imposiciones violentas, sino por una sumisión voluntaria alentada por el placer, la comodidad y la distracción constante. Por su parte, en su obra “1984”, George Orwell advirtió sobre un autoritarismo basado en la vigilancia constante, la censura y la represión gubernamental directa. Así se puede entender la hiperpersonalización en plataformas digitales, que se ajustan exactamente a nuestros intereses, creándonos realidades alternativas.
Estudios revelan que los usuarios de TikTok pasan en promedio 95 minutos diarios en la aplicación. En Instagram, el promedio es de 53 minutos. Durante ese tiempo, consumimos contenido que nos resulta cómodo, pero que también moldea silenciosamente nuestras decisiones y limita nuestra capacidad crítica. Los algoritmos nos brindan satisfacción inmediata, pero al mismo tiempo nos aíslan. Terminamos viviendo en un mundo paralelo, completamente adaptado al perfil que la IA define para nosotros. Esto reduce nuestra exposición a otras realidades y pensamientos, fomentando la polarización social. Para muestra, tenemos las elecciones presidenciales de Estados Unidos o Brasil, donde la hiperpersonalización del contenido intensificó la polarización de las opiniones, formando burbujas digitales de diálogo cerrado entre ciudadanos.
Toma el control: está literalmente en tus manos. Ser conscientes de la relación humano-IA y salir de la zona de confort digital es la forma de disminuir los efectos negativos de esta interacción, para que seas tú quien controle la información y los contenidos que consumes. No se trata de demonizar la tecnología, sino de aprovecharla al máximo en lugar de que ella se aproveche de ti, estando consciente del efecto que tiene la permanente interacción que tenemos con ella.
Ser consciente de tu consumo digital y no dejarlo en manos de los algoritmos te permitirá ampliar tus gustos y recuperar el control. Si tomas la iniciativa, serás tú quien entrene a la IA, y no al revés. Así lograrás, en el futuro, una relación más sana y equilibrada con la tecnología, que llegó para quedarse.