Es periodista y analista de datos. Ha colaborado en medios como Reforma, Chilango y Tec Review. Fue coautor del libro Ayotzinapa, la travesía de las tortugas, publicado por la editorial Proceso. También es hincha incondicional de los Leones Negros. Twitter: @ridderstrom
La entrega del Kun
Su obligado retiro causó tristeza y escozor en las oficinas de un Barcelona que ha sufrido como pocos esta temporada y tenía en la figura de Agüero la esperanza para reconducir al equipo.
Su obligado retiro causó tristeza y escozor en las oficinas de un Barcelona que ha sufrido como pocos esta temporada y tenía en la figura de Agüero la esperanza para reconducir al equipo.
A Sergio Agüero solo el corazón pudo separarlo de lo que más ha amado. Cuatro partidos, 151 minutos, un gol y una arritmia ventricular fueron sus últimos registros como jugador, con el Barcelona. Parecen irrisorios, pero demuestran lo comprometido que fue como deportista, pese a que en su madurez fue propenso a las lesiones. Compacto, técnico, veloz, huidizo y carismático entre sus compañeros, machacó defensas en cuatro clubes y dos continentes. El haberse mudado tan pocas veces de club es la comprobación de que la suya fue una carrera guiada por el amor a la camiseta. Nunca estuvo donde no lo quisieron.
Cuando a los 15 años debutó con el Club Atlético Independiente y batió el récord de precocidad de la Primera División Argentina (Maradona, quien poco después de aquello se convertiría en su suegro, era el antiguo portador), ya todos sabían que ese pequeño 9 era distinto. Y la sincronicidad quiso que ese jugador pequeño y distinto creciera rodeado y complementado por otros fenómenos como él. Formó parte de la fecunda generación de futbolistas argentinos que jugó finales de todo, desde categorías inferiores, tanto en Selección como club. De paso, trabó una bella hermandad con Messi, otro pequeño y distinto. Fueron las lesiones, tan puntuales como crueles, las que evitaron que estuviera a tope en las dos finales más importantes de su carrera: la de Champions en 2021 y la de Copa del Mundo en 2014. Habrían sido la guinda de un palmarés ya envidiable.
De sonrisa perenne y profunda fascinación por la pelota, supo retribuir el cariño que la hinchada le profesó. Su manera favorita, parece, era vacunar al eterno rival en los clásicos. Lo hizo con cada camiseta que vistió: contra el Racing de Avellaneda, cuando militaba en su amado Atlético Independiente; contra el Real Madrid, cuando fue del Atleti, poco antes del Cholismo; contra el monstruoso United de Ferguson, cuando comenzaba a fraguar su mítica figura con el Manchester City; y cómo no, a manera de despedida, con el último gol de su carrera, contra el Real Madrid, portando la elástica del Barcelona. Inolvidable, claro, será su gol agónico contra el Queens Park Rangers, que valió una Premier League y catapultó al City a la élite.
Su obligado retiro causó tristeza y escozor en las oficinas de un Barcelona que ha sufrido como pocos esta temporada y tenía en la figura de Agüero la esperanza para reconducir al equipo. Eso, está claro, no prosperó. Aun con el periodo oscuro que el club atraviesa, el acto de despedida sirvió para celebrar el ejemplar paso del Kun Agüero por el futbol. Amigos, familiares y técnicos que fueron clave en su éxito lo vitorearon desde las gradas del Camp Nou y lloraron con él los videos que el club preparó. Lo que hubiera hecho el Kun con la camiseta del Barcelona quedará para siempre en el terreno de la especulación.
Lo que queda es el registro de sus más de 400 goles entre clubes y Selección, y el saber que fue tan querido que los rivales también supieron aplaudirlo.