El 24 de marzo de 1976 se perpetró en Argentina uno de los golpes de Estado más brutales de la historia, quizá solo superado por el de Salvador Allende en 1973. Fue el asalto al poder de la Junta Militar encabezada por el general Rafael Videla, quien quedaría marcado como uno de los dictadores más sanguinarios del Siglo XX.
Junto a Emilio Massera y Orlando Agosti, Videla desató una cacería despiadada contra el llamado “enemigo interno”: la izquierda, la militancia juvenil y cualquier voz disidente. Su régimen sembró el terror con los tristemente célebres “vuelos de la muerte”, en los que miles de jóvenes fueron arrojados vivos al mar. Crearon centros clandestinos de detención, tortura y exterminio como la ESMA, La Perla y el Pozo de Banfield, donde la crueldad no tuvo límites.
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Pero quizá la muestra más monstruosa de su perversidad fue la apropiación sistemática de bebés nacidos en cautiverio, arrebatados a sus madres desaparecidas y entregados a familias afines a la dictadura con identidades falsas. A todo esto se sumaron la persecución de intelectuales, artistas y periodistas, la censura absoluta y una represión económica feroz que hundió a la clase trabajadora mientras la deuda externa se disparaba.
Ante este horror, un grupo de mujeres decidió enfrentarse a la maquinaria del terror con una valentía inconmensurable. En plena represión, desafiaron el miedo y se plantaron en la Plaza de Mayo, exigiendo respuestas por sus hijos desaparecidos. Azucena Villaflor, una de las primeras en alzar la voz, impulsó un grito que resonaría para siempre: “¡Queremos saber dónde están nuestros hijos! ¡Vivos o muertos!”. Así nació la lucha de las Madres (hoy Abuelas) de Plaza de Mayo, con su emblemático pañuelo blanco, símbolo de resistencia y memoria.
Este lunes, a 49 años del inicio de la dictadura, miles de argentinos salieron a las calles en el Día de la Memoria, la Verdad y la Justicia. Las tres avenidas que desembocan en la Casa Rosada quedaron abarrotadas, coreando un mensaje claro: “Ni perdón ni olvido”. Sin embargo, desde el gobierno de Javier Milei, lejos de escuchar la voz del pueblo, se insistió en un relato negacionista bajo la consigna de la “verdad completa”, una falacia que equipara a las víctimas con sus victimarios. Pero la memoria no se negocia. Quienes salieron a marchar lo saben: hay heridas que un país no puede permitirse olvidar, porque lo que no se recuerda, se repite.