Sabemos bien que la relación entre México y Estados Unidos nunca ha sido sencilla, sin embargo hoy atraviesa un momento especialmente tenso. Problemas acumulados como la crisis del agua en la frontera, el endurecimiento en materia de seguridad y migración, medidas -unilaterales y muy polémicas- como el retiro de visas a políticos mexicanos o la amenaza de un impuesto a las remesas, conforman un escenario que Claudia Sheinbaum no puede ignorar en su gobierno.
La frontera norte se ha convertido en un espejo incómodo. Texas, solo siguiendo su base electoral y olvidando el Tratado de Aguas de 1944, ha usado el tema como bandera política. Sheinbaum debe plantear con urgencia una diplomacia técnica, basada en ciencia y acuerdos bilaterales actualizados, que blinde el recurso hídrico del uso político y garantice su manejo sostenible.
Otro asunto que debe prender las alarmas es la reciente cancelación de visas a políticos mexicanos en funciones, bajo acusaciones poco claras. Esto puede ser un instrumento de presión o una forma de exhibición mediática sin respeto a la soberanía. México no puede permitirse tibieza. Sheinbaum debe exigir a Washington transparencia y respeto institucional.
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El tema migratorio sigue dominando la agenda bilateral. La presidenta Sheinbaum debe negociar una política migratoria regional, que involucre a Centro y Sudamérica y que comparta responsabilidades. La seguridad en el tránsito migrante y la cooperación para el desarrollo deben alejarse del paradigma punitivo, que tanto gusta a Trump.
Y lo más delicado y peligroso para el país, la decisión de implementar un impuesto a las remesas. Lo que para Estados Unidos puede parecer una herramienta para controlar la migración, para millones de familias mexicanas sería un golpe directo al sustento. Las remesas superan los 64 mil millones de dólares al año y son el principal ingreso de muchos hogares.
En este punto, Sheinbaum debe ser categórica, ningún acuerdo bilateral puede admitir un gravamen que castigue a los más pobres. El gobierno debe establecer un frente continental junto a otros países de origen migrante y anticiparse con una ofensiva diplomática.
Así, ante este caldo de cultivo, Claudia Sheinbaum puede marcar un cambio de tono en la relación con Estados Unidos, pasando del sometimiento silencioso a una diplomacia firme, con propuestas, datos y visión regional. No se trata de confrontar, sino de replantear una relación de iguales. Es momento de que la política exterior deje de ser asunto de Cancillería y se convierta en una prioridad de Estado.