En todo el planeta, la política como tal y, sobre todo, las y los actores políticos gozan de una impopularidad bastante alta. Ocurre lo mismo con el espectro de izquierda y derecha, el cual cada vez queda más diluido en el actuar cotidiano. “Todos son iguales” se suele repetir de manera permanente. No obstante, la vida (más allá de su reciente muerte) de José Alberto Mujica Cordano, mundialmente conocido como Pepe Mujica, nos recuerda que no es así, no todos son iguales en política.
A Pepe Mujica se le conoce por su etapa de guerrillero durante los años 60, como preso político de la dictadura, por su humildad -real y no de pose-, por sus políticas progresivas cuando fue presidente de Uruguay (2010-2015), por su rebeldía total. Pero se le va a recordar siempre por su congruencia con la izquierda y por reivindicar a la política.
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Mujica fue un político aristotélico en toda la extensión de la palabra. Desde su juventud sabía que la actividad política era la única forma de salvar a su país de la dictadura militar y cuando fue diputado y senador supo que la política debía servir a las personas más necesitadas. Una vez llegando a la presidencia ejerció la política para estrechar las desigualdades -tanto en materia económica como en derechos y libertades-. Usó el micrófono para señalar el consumismo neoliberal y también para desenmascarar una izquierda desmedida como la chavista.
Pepe Mujica volvió a mostrar al mundo que la política sí sirve para establecer orden y esperanza social. Pepe nos enseñó que el discurso político tiene que ser honesto y congruente con las acciones del personaje político, así como de los mismos partidos. Al dejar la presidencia, Mujica exhibió a toda la clase política, pues él -junto con su esposa, compañera de luchas y gran amor, Lucía Topolansky- siguieron sembrando flores en su casa a las afueras de Montevideo. Sin lujos, sin pretensiones, ligeros de equipaje, como solía decir.
Hoy el mundo, pero sobre todo, la política echará de menos a José Mujica. El guerrillero, “el presidente pobre”, el niño que sembraba flores para vender, el tupamaro que escapó de prisión, el hombre que mostró a la izquierda lo que debería ser, el viejo que antepuso el amor a todo lo demás, el político que demostró que la política sí importa. Pasarán años, quizá décadas, para volver a ver en la escena pública a alguien como él, pero su ejemplo y sus palabras seguirán entre nosotros.