Sobre la irracionalidad anti-woke o de enemigos fáciles para realidades complejas

Miércoles 26 de febrero de 2025

José Ángel Bazán Sánchez
José Ángel Bazán Sánchez

Estudió Relaciones Internacionales en el Colegio de México. Sus estudios se concentran en la política exterior, su intersección con los fenómenos de seguridad, las políticas drogas y los impactos diferenciados en poblaciones racializadas. Chilango, enamorado de la ciudad y de su gente. Ahora apoya en incidencia y análisis político en RacismoMX.

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Sobre la irracionalidad anti-woke o de enemigos fáciles para realidades complejas

“Ninguna persona es un territorio aislado. Cada persona es una pieza del continente, una parte de la plenitud." [...] Debemos verlo, creerlo, y vivirlo si queremos permanecer awake durante una gran revolución – Martín Luther King, 1968.

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Trump durante un evento público.

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Foto: Wikimedia Commons.

La predominancia de lo Woke en algunos discursos es una que ha arrebatado toda semblanza de racionalidad a sus hablantes.

Para grupos cuya predominancia política se ha visto mermada, lo Woke se ha convertido en un enemigo de fácil resaltado. En tanto significa todo a lo que estos grupos se oponen, significa nada al momento de tratar de constituir un imaginario complejo que se traslade a la realidad. ¿Luchas contra el racismo? Eres Woke ¿Luchas por la justicia económica? Woke ¿Trabajas en defensa de los migrantes? Woke. ¿Te importan los derechos humanos? Woke.

Independientemente de la separación que pueda existir de estas luchas, de sus objetivos diferenciados o de su desarrollo autónomo, a los ojos de sus críticos, son lo mismo; Woke. La razón detrás de su uso ad nauseam no es particularmente compleja ni sorprendente, el adjetivo es una forma fácil de señalar lo que incomoda o lo que da miedo. Un enemigo político de sencilla enunciación y, se piensa, de fácil comprensión. El problema está cuando se trata de usar este concepto como base para construir elementos complejos, llámese una campaña política o algún argumento crítico. Pues al ser un concepto hueco, acaba sentenciando a la irrelevancia a los personajes que buscan esgrimirlo como arma. Evidencia de ello está en el fracaso de la campaña de Ron DeSantis a la presidencia o los (muchos) videos de internet de republicanos fracasando en definirlo.

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La disonancia entre su uso cada vez más generalizado y su ausencia de significado no es particularmente sorprendente si se contextualiza la palabra en los orígenes de su uso. Lo Woke más que un concepto político complejo o un ideario ideológico más amplio refería a una forma de describir una conciencia política en algunas comunidades estadounidenses. Refería a la idea de estar despierto a las injusticias, particularmente como slang de las colonias afrodescendientes de lugares como Chicago o Nueva York, nada más, nada menos.

Fue con la década que acaba de concluir que el concepto pasó del uso de nicho a la generalización apresurada que lo enuncia en exceso. Fue cooptado por ciertas élites durante la década pasada, lo que habla de la capacidad del sistema de adoptar las críticas que se realizan a él dentro de sí mismo. Pero también de un mundo cambiante donde las personas que esbozan el poder o la capacidad de hablar ya no necesariamente lucen igual que hace 15 o 20 años.

Como resultado de su apropiación, lo Woke perdió toda carga de conciencia social que adquirió como resultado de las primeras protestas del Black Lives Matters, el Occupy Wall Street o de la discusión barrial. Imágenes de colores arcoíris o tonos de piel obscuro, invadieron la propaganda corporativa como si su uso o pertenencia dotase de alguna capacidad redentora, lo que dio paso a la idea de las identidades como base de la salvación colectiva. Su prominencia en la discusión ignoraba las lógicas y necesidades estructurales que alimentan esas mismas inequidades.

Ahora, con la victoria de Trump, resultado de ese uso vacío de la identidad sin pasar por el malestar estructural, este adjetivo adquirió un carácter intercambiable como parte de los nuevos villanos de la semana, llámese DEI o CRT. Ambos perdieron cualquier semblanza de su significado original y se convirtieron en el enemigo fácil, especialmente de los grupos que reniegan su pérdida de influencia ante otros.

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No por disminuir las críticas existentes y válidas a la prominencia de las políticas identitarias, pero es que la permanencia del anti-woke-ismo no va para allá. En su persecución está un espacio vacío que se llena a la voluntad de los actores más reaccionarios. Al contemplar la complejidad de las realidades que enfrentamos, vale la pena tenerlo en cuenta y no ceder ante los impulsos que les acaban legitimando.

Stay woke