Ucrania: mil días de una guerra imperdonable
Erre que erre

Graduado de Periodismo por el Tec de Monterrey y Máster en Psicoanálisis y Teoría de la Cultura por la Complutense de Madrid. Cuenta con más de una década de experiencia en medios nacionales e internacionales, reportero del conflicto Rusia-Ucrania en Europa, donde reside desde hace un lustro.

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Ucrania: mil días de una guerra imperdonable Ucrania: mil días de una guerra imperdonable
Imagen de un edificio de Jarkov tras un ataque ruso. Foto: EFE/ Orlando Barría

“La guerra es tan injusta y fea que todas las personas que la fomentan deberían sufrirla en carne propia.” – León Tolstói

Han pasado mil días desde que las tropas rusas cruzaron la frontera ucraniana, desatando un conflicto que parecía imposible en el corazón de Europa, en pleno siglo XXI. Mil días de bombardeos, muerte y destrucción que han dejado una cicatriz indeleble en la humanidad. No hay justificación posible para esta barbarie. Ningún cálculo geopolítico, ambición territorial ni argumento histórico puede absolver lo que Rusia, bajo el mando de Vladimir Putin, ha infligido al pueblo ucraniano y, por extensión, al mundo.

“Cuando los ricos hacen la guerra, son los pobres quienes mueren.” – Jean-Paul Sartre

El papel de Occidente en este conflicto no es menos cuestionable. Desde el inicio, las grandes potencias mostraron una tibieza preocupante. Se limitaron a condenar la invasión y aplicar sanciones que, aunque significativas, no lograron disuadir a Moscú. Las palabras nunca bastaron. Los gestos de solidaridad con Ucrania llegaron tarde y con condiciones. Mientras tanto, las grandes corporaciones armamentísticas encontraron en esta guerra un terreno fértil para sus intereses, vendiendo armas con impunidad y beneficiándose del sufrimiento ajeno. Incluso Estados Unidos, con su rol de defensor de la democracia, no es ajeno a estas críticas. Su apoyo no ha sido desinteresado: detrás de los discursos moralistas, hay intereses económicos y estratégicos que no contemplan el altísimo costo humano.

“Nunca hubo una guerra buena ni una paz mala.” – Benjamin Franklin

Las cifras son desgarradoras: más de 10 millones de ucranianos han sido desplazados, obligados a abandonar sus hogares, sus raíces y, en muchos casos, a sus familias. Este éxodo masivo no tiene precedentes en la historia reciente de Europa. Es la evidencia más cruda de que esta guerra no solo se libra en los frentes militares, sino en los corazones y vidas de millones de personas. A pesar de ello, los refugiados ucranianos han demostrado un valor incalculable, enfrentándose a la adversidad con una resiliencia admirable. Son el rostro humano de esta tragedia, una prueba de que incluso en medio del sufrimiento, el espíritu humano puede prevalecer.

“Toda guerra es un síntoma de la incapacidad del hombre para resolver conflictos sin recurrir a la violencia.” – John Steinbeck

El conflicto no solo ha traído destrucción inmediata, sino que plantea graves consecuencias a largo plazo. Europa, dividida entre la solidaridad y el temor a una escalada, enfrenta una crisis de identidad. La inflación, el incremento en los precios de la energía y el miedo a una confrontación mayor con Rusia han debilitado las economías y fracturado la unidad política. A nivel global, la guerra ha reconfigurado alianzas, fortaleciendo a China como un actor clave en un mundo multipolar y dejando claro que los organismos internacionales no están preparados para enfrentar crisis de esta magnitud.

“La guerra es el crimen de los crímenes. Quienes la desencadenan deben ser juzgados como criminales.” – Victor Hugo

En mil días, el mundo ha sido testigo de la peor cara de la humanidad: la indiferencia. Mientras los líderes discuten en salones diplomáticos, Ucrania sigue ardiendo. Cada misil lanzado y cada vida perdida son un recordatorio de que la guerra no solo es un crimen, sino una traición al futuro. La indiferencia internacional y la tolerancia hacia Putin no son más que complicidad. Si el siglo XXI se definirá como una era de paz o de caos dependerá de lo que aprendamos de esta tragedia.

“No sé con qué armas se luchará la Tercera Guerra Mundial, pero la Cuarta Guerra Mundial se peleará con palos y piedras.” – Albert Einstein

El mayor pecado de esta guerra, y de tantas otras, es que hemos normalizado el sufrimiento humano. La política internacional ha demostrado ser un teatro de podredumbre, donde el cálculo económico y la conveniencia diplomática pesan más que las vidas humanas. Este conflicto desnuda las miserias de nuestras sociedades, incapaces de movilizarse ante la injusticia si esta no toca directamente nuestras puertas. Nos recuerda que la indiferencia no es neutral: es el combustible que permite que el poder se ejerza sin límites, que las bombas sigan cayendo y que el dolor ajeno se convierta en una estadística más.

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