Médico cirujano con más de 30 años en el medio y estudios en Farmacología Clínica, Mercadotecnia y Dirección de Empresas. Es experto en comunicación y analista en políticas de salud, consultor, conferencista, columnista y fuente de salud de diferentes medios en México y el mundo.
Es autor del libro La Tragedia del Desabasto.
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Un presidente enfermo, en un país enfermo
Finalmente el presidente de México se contagió de Covid-19. Y no digo “finalmente” como un sarcasmo ni por pretender ser condescendiente. Tampoco lo digo como la celebración de un hecho esperado. Lo digo simplemente como lo que es: una consecuencia.
Finalmente el presidente de México se contagió de Covid-19. Y no digo “finalmente” como un sarcasmo ni por pretender ser condescendiente. Tampoco lo digo como la celebración de un hecho esperado. Lo digo simplemente como lo que es: una consecuencia.
Qué el presidente fuera a contagiarse con el virus SARS-CoV-2 no era una cuestión de si, sino una cuestión de cuándo. Andrés Manuel López Obrador llevaba ya casi un año minimizando la pandemia públicamente. Dejando a un lado sus declaraciones, las invitaciones a reunirnos, a comer en restaurantes aún cuando el virus ya estaba presente en nuestro país, sus repetidos “vamos bien” y “la luz al final del túnel”, fueron sus acciones y su comportamiento personal lo que desencadenó el contagio.
Le doy la razón a Hugo López-Gatell al decir que los datos clínicos del presidente son confidenciales y personales; yo he sido siempre un acérrimo defensor de la privacidad de los pacientes. Sin embargo, lo que sí sabemos porque es público, es que el presidente tiene 67 años de edad, es decir, se encuentra entre las poblaciones de mayor riesgo para sufrir las formas graves de esta enfermedad. Sabemos también, dicho por él, que es cardiópata, que ha sido intervenido de sus coronarias, que es hipertenso y que se controla, orgullosamente, con amlodipina.
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Andrés Manuel López Obrador pareciera tener un índice de masa corporal mayor al recomendado y es un hombre sedentario salvo por algunos toletazos ocasionales provocados por su afición al béisbol. Abundan las fotos publicadas por el mismo en las que nos muestra sus preferencias gastronómicas en las que no escatima en el consumo de grasas, carbohidratos y, antes de ser presidente, algunos refrescos.
Por todos estos motivos, el Jefe del Estado mexicano debió haber sido más cuidadoso de lo normal en su conducción personal ante la pandemia. Sin embargo, su enorme desdén al uso del cubrebocas, el cual considera una mordaza y la liga a gobiernos anteriores, la instrucción a sus allegados para evitar usarlo en la reuniones en Palacio Nacional, así como un enorme relajamiento en las normas de distanciamiento social, lo hicieron peligrosamente propenso a contagiarse.
El presidente de México está enfermo y esto es serio. En este momento en el mundo existe un número incierto pero cada vez mayor de pacientes que han sido contagiados con la variante B117, considerada ya como más agresiva y hasta comienza a atribuírsele una mayor mortalidad. Para este momento, es seguro que los resultados de su prueba de PCR pudieran confirmar o no, la presencia de dicha variante del virus, pero no lo sabremos porque como comenté anteriormente, son datos personales de su expediente clínico (si los datos clínicos de un jefe de Estado enfermo deben ser de la visibilidad pública, es un tema que prefiero dejar en manos de expertos).
López Obrador debería estar no solamente aislado. Debería estar ingresado en un área específica de una unidad médica en donde pudiera estar con observación directa con un monitoreo constante de su oxigenación. Sí, sé que no es la mejor imagen de relaciones públicas, pero al final esto fue lo que ocurrió con Boris Johnson y con Donald Trump. Si algo hemos aprendido en un año es que el SARS-CoV-2 es traicionero y en cualquier momento puede dar muy malas sorpresas. Con la salud de un Jefe de Estado no se juega.
Otro motivo para preocuparse es que, si somos completamente serios en el manejo clínico, no existe un tratamiento comprobado para el Covid-19, con la salvedad de algunos, reservados para uso de emergencia en pacientes graves. La evolución de estos pacientes requiere medidas de soporte, sintomáticos y esperar a que su sistema inmunológico responda de forma adecuada.
Hablando precisamente de sistema inmunológico, López Obrador debió haber sido de las primeras personas en ser vacunadas en México (y no, no hay evidencia de que esto haya sucedido), no solamente por ser el presidente, sino por ser un presidente con factores de riesgo a desarrollar las formas graves del padecimiento.
Lo que sigue es esperar a ver cómo evoluciona su enfermedad y definitivamente desear que le vaya bien. México no necesita un presidente enfermo o peor, no necesita que falte el presidente.
*El autor es Médico Cirujano y Analista en Políticas de Salud / @StratCons