Elon Musk ¿está creando una ciudad utópica? La historia infernal y celestial de las ciudades fundadas por empresas
Una señal de lo que está por venir... La ciudad de Elon Musk, Snailbrook, cerca de Austin, Texas. Foto: Brandon Bell/Getty Images

Bienvenido a Snailbrook, Texas. Fecha de fundación: 2021. Población: alrededor de 12 habitantes, pero muchos más en el futuro. De hecho, en una o dos décadas, Snailbrook podría ser una ciudad reluciente y utópica, moldeada por la visión futurista del ineludible titán tecnológico de nuestra época, Elon Musk.

Musk se está mudando en grande a Texas. Según los reportes, compró discretamente nada menos que 2 mil 430 hectáreas en la zona de Austin –donde su negocio principal, Tesla, tiene su sede desde 2021– en las que se están construyendo fábricas e instalaciones para la empresa de cohetes SpaceX y la compañía de túneles Boring (cuya mascota es un caracol, de ahí el nombre de la ciudad).

Ahora, Musk está añadiendo viviendas para los trabajadores (cuya renta, según se dice, será más asequible que las rentas en Austin) y los ejecutivos de Boring hablan sobre la construcción de una ciudad entera. ¿Deberíamos celebrarlo o preocuparnos?

Las ciudades construidas por empresas suelen tomar dos caminos: el celestial o el infernal, aunque normalmente es el segundo. Por una parte, las empresas desean construir un lugar que atraiga y estimule a sus empleados; por otra, desean minimizar los gastos generales y obtener lo máximo posible de sus habitantes cautivos mientras puedan salirse con la suya.

Por encima de todo esto se encuentra la tentación de que los fundadores (casi siempre hombres blancos) construyan monumentos a sí mismos y gobiernen como dictadores. Dada la reputación de Musk de ser un tipo rudo e impulsivo que busca acaparar toda la atención, esto no augura nada bueno. Sin embargo, este es el hombre que promete colonizar Marte, por lo que vale la pena examinar lo que está haciendo aquí en la Tierra.

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Una toma aérea de Snailbrook, que muestra las instalaciones de Boring Company, así como un recinto deportivo multiusos. Foto: Brandon Bell/Getty Images

¿Cuál será el aspecto de Musktopia? Los detalles son escasos. Además de las fábricas, el terreno de Snailbrook –en el condado de Bastrop, a unos 56 km de Austin– alberga 12 casas móviles prefabricadas y una zona recreativa al aire libre de aspecto deprimente.

Los planos entregados al condado en enero, denominados “Project Amazing – Phase I” (Proyecto Asombroso – Fase I), muestran los trazos básicos de unas cuantas calles con nombres temáticos relacionados con Boring –Boring Boulevard, Waterjet Way, Cutterhead Crossing– bordeadas por terrenos vacíos en los que se construirán otras 110 viviendas individuales. Donde las calles se encuentran con los terrenos adyacentes, simplemente terminan ahí, prometiendo que habrá más en el futuro.

Si existe alguna visión sobre Snailbrook, aún no ha salido a la luz. En todo caso, Musk y compañía intentaron mantener el proyecto en secreto, y podría haber sido así si no fuera por vecinos curiosos como Chap Ambrose, un programador informático que vive cerca y ha sobrevolado el lugar con drones.

“El trabajo que han hecho hasta el momento no me transmite confianza de que exista un plan maestro”, señala. “Ves los documentos públicos y ves cómo están trabajando, lo que hacen y tienen que rehacer. La gran visión no es clara en este momento, supongo que es una forma bonita de decirlo”.

En cierto modo, Snailbrook se asemeja a las primeras ciudades estadounidenses fundadas por empresas, que surgieron en el siglo XIX cuando industrias como la minera, la textil y la siderúrgica intentaron alojar a un gran número de trabajadores en zonas remotas o poco pobladas. Los empleados tenían que aceptar lo que se les ofrecía, generalmente tiendas de campaña o chozas básicas de madera en las que vivían varias familias.

En el mejor de los casos, podía haber una iglesia o una escuela, además de una tienda que pertenecía a la empresa, que muchas veces recuperaba lo que la empresa les pagaba a sus trabajadores o los llevaba a endeudarse.

Con frecuencia se parecían más a los campos de prisioneros que a las ciudades ideales. Las ciudades de minería de carbón de Colorado, propiedad de John D. Rockefeller, estaban vigiladas por guardias armados que impedían la entrada o la salida de cualquier persona. Un inspector que visitó una de esas ciudades en 1910 escribió que las viviendas de los mineros “desprenden la más nefasta pobreza… No todas las casas disponen de agua, y prácticamente ninguna de ellas tiene servicios de drenaje… La gente es un reflejo de lo que la rodea; mujeres mal vestidas y niños desaliñados abarrotan las sucias calles y callejones del campamento”.

Cuando los mineros se declararon en huelga por sus condiciones en 1913, el conflicto se volvió violento, culminando en la masacre de Ludlow en abril de 1914. La Guardia Nacional atacó la ciudad de tiendas de campaña de los huelguistas en nombre de la empresa, matando al menos a 19 personas, entre ellas una docena de niños.

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Nefasto alojamiento en Ludlow, Colorado, 1913. Al menos 19 personas fueron asesinadas en abril de 1914 cuando la Guardia Nacional reprimió violentamente una huelga sobre las condiciones de vida en la ciudad de la empresa. Foto: Alamy

Incluso en los asentamientos más pacíficos, los paternalistas capitanes de la industria pretendían controlar todos los aspectos de la vida de sus ciudadanos-trabajadores. En Lowell, Massachusetts, ciudad fundada en la década de 1820 por el magnate del algodón Francis Cabot Lowell, la mano de obra era en su inmensa mayoría joven, soltera y de sexo femenino (las mujeres eran más baratas que los hombres).

Lowell tenía ideas muy estrictas sobre cómo debían comportarse sus empleados. Dormían en dormitorios, se levantaban al toque de una campana a las 4:30 de la mañana y trabajaban jornadas de 12 horas. Tenían prohibido decir groserías, hablar durante el trabajo o beber alcohol, mientras que la asistencia a la iglesia era obligatoria.

Las “chicas Lowell” al menos recibían cierta educación, a través de clases nocturnas (si podían mantenerse despiertas), lo que significaba que muchas podían abandonar el lugar al cabo de unos años para dedicarse a una profesión menos extenuante.

La idea de las ciudades fundadas por empresas como modelo utópico se arraigó en Gran Bretaña a finales del siglo XIX, época en la que los empresarios industriales reformistas buscaban una alternativa a la miseria urbana que sufrían la mayoría de los trabajadores de sus fábricas. El resultado fue la aparición de “pueblos modelo”, similares a la filosofía de las ciudades jardín, que contaban con viviendas de calidad y abundantes espacios verdes y aire fresco. La idea consistía en mantener a los trabajadores felices, sanos y productivos.

Muchos de ellos siguen en pie en la actualidad: Creswell, en el condado de Derbyshire, construido por la empresa minera local; Saltaire, de Titus Salt, y New Earswick, de Joseph Rowntree, ambas ubicadas en Yorkshire; el suburbio Port Sunlight, en Wirral, fundado por William Lever para alojar a los trabajadores de su fábrica de jabón; y el ejemplo por excelencia, Bournville, cerca de Birmingham, construido por la familia Cadbury.

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Bournville, en lo que actualmente es el suroeste de Birmingham, fue fundada por la familia Cadbury. Foto: Topical Press Agency/Getty Images

A pesar de complacer a los británicos amantes de lo dulce, George Cadbury era un cuáquero abstemio y “un reformador social visionario”, comenta Peter Richmond, director ejecutivo del Bournville Village Trust. “Creo que lo que realmente lo impulsaba era: ‘¿Cómo puedo abordar las desigualdades y los males sociales y los problemas que veo en el centro de la ciudad? El objetivo era beneficiar a la población de Birmingham y hacer frente a los retos existentes en la ciudad, además de contar con una buena mano de obra local”.

En 1893, Cadbury empezó a comprar terrenos rurales en el suroeste de Birmingham y a construir un pueblo de baja densidad junto con el joven arquitecto William Alexander Harvey. Había casitas semiadosadas de diversos estilos arquitectónicos, con servicios modernos y amplios jardines (cada uno de ellos con un árbol frutal).

Había parques y huertos, escuelas, hospitales, una alberca y un campo deportivo, pero no había bares; los cuáqueros aún tenían límites. “Otra parte de la finca albergaba una especie de refugio campestre para los niños del centro de las ciudades”, explica Richmond. “Alrededor de 20 mil niños al año llegaban a la finca solo para disfrutar de dos semanas al aire libre en lo que en aquel entonces era el campo”.

Crucialmente, Bournville no era exclusivamente una ciudad de trabajadores: Los empleados de Cadbury constituían solo el 50% de su población. En 1900, Cadbury dejó la finca de Bournville bajo el control de una fundación benéfica independiente, que la sigue gestionando en la actualidad. Así que, a diferencia de lo que ocurre en muchas ciudades fundadas por empresas, la tenencia de los residentes no dependía de su situación laboral. Bournville sigue siendo un lugar agradable para vivir, comenta Richmond, ya que cuenta con una variedad de viviendas privadas y sociales (aunque todavía no hay bares).

Los empresarios estadounidenses pensaban de forma similar a los británicos, aunque con un espíritu más capitalista y menos filantrópico, lo cual dio lugar a ciudades industriales como Hershey, en Pensilvania (¿qué tienen las empresas del sector del chocolate?) y Pullman, en Chicago, fundada por el fabricante de vagones de tren George Pullman.

Pullman era incluso más grandiosa que Bournville, pues contaba con modernas casas de ladrillo con instalaciones de gas y agua potable, grandes edificios públicos, parques y hoteles (pero, de nuevo, sin bares que sirvieran alcohol). No obstante, cuando se produjo una recesión en 1893, Pullman despidió a cientos de sus trabajadores o les bajó los sueldos hasta un 30%, al tiempo que mantuvo al mismo precio las rentas y los servicios públicos.

Hartos ya del reinado feudal de Pullman, los habitantes de la ciudad se declararon en huelga. Los trabajadores ferroviarios de todo el país se unieron y fue necesario llamar a la Guardia Nacional para que los trenes volvieran a funcionar. Unos años después, el tribunal supremo de Illinois ordenó a la empresa que vendiera la ciudad.

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Los planes no concretados de Walt Disney para Epcot, el prototipo experimental de la comunidad del mañana. Foto: Disney

Pero si existe una figura utópica que Musk nos haga recordar, esa es Walt Disney. Al igual que Musk, Disney era un futurista comprometido con una creencia casi infantil en el potencial liberador de la tecnología (aunque combinada con valores socialmente conservadores). Al igual que Musk, Disney intentó poner en práctica sus ideas comprando en secreto grandes extensiones de tierra en el centro de Florida, la zona que actualmente se conoce como Disney World.

De la misma manera que la corporación Disney negoció ciertas concesiones con las autoridades estatales para poder vigilar y dar servicio efectivo a su dominio de Florida (que el gobernador, Ron DeSantis, está intentando arrebatarle debido a que Disney defendió los derechos de la comunidad LGBTQ+), Musk se sintió atraído por los impuestos relativamente bajos y la laxa normativa en materia de planeación urbana que ofrece Texas. Como explica Ambrose: “Como terrateniente de Texas, puedes hacer prácticamente lo que quieras”.

La visión de Disney para el terreno de Florida era construir Epcot, el prototipo experimental de la comunidad del mañana. Epcot iba a ser una ciudad en constante cambio, un laboratorio de pruebas de nuevas tecnologías; las empresas proporcionarían modelos avanzados de electrodomésticos como televisiones y hornos de microondas a todos los hogares.

No obstante, solo Disney dictaría esos cambios; los ciudadanos tendrían permitido vivir allí un máximo de tres años, por lo que nadie adquiriría el derecho al voto.

Desde el punto de vista arquitectónico, el proyecto inconcluso de Disney tiene mucho sentido si lo comparamos con los estándares actuales. Epcot tenía el diseño de una ciudad jardín, con anillos concéntricos de viviendas y zonas verdes alrededor de un centro compacto climatizado, peatonal y sin automóviles. Los carros quedaban relegados a la periferia, mientras que los “people movers” eléctricos, como los que se utilizan en los parques temáticos de Disney, y un monorriel de alta velocidad proporcionarían el transporte público. El concepto “hyperloop” de Musk de un sistema de transporte a través de túneles subterráneos (motivo por el que se creó Boring) casi podría ser considerado como un sucesor.

“Si Musk intentara hacer lo que Walt intentó hacer, sucedería como 40 años tarde”, señala Sam Gennawey, historiador de Disney y planeador urbano. “No está actuando como Walt Disney y siendo visionario en el sentido de: ‘Voy a crear un tipo diferente de comunidad’. Lo que Musk está haciendo se asemeja mucho más a Pullman o Lowell, donde se trata únicamente de viviendas aledañas que son propiedad del hombre que posee la empresa. Básicamente es una decisión económica la que se está tomando en este caso. ¿La arquitectura se verá genial? Diablos, eso espero. Al menos, que sea más bonita que sus autos”.

Las utopías empresariales adoptaron una forma diferente en el siglo XXI. En lugar de construir pueblos modelo, los titanes tecnológicos de Silicon Valley han invertido sus energías en sus campus, contratando a arquitectos de clase mundial (Norman Foster en el caso de Apple, Bjarke Ingels y Thomas Heatherwick en el caso de Google, Frank Gehry en el caso de Facebook) y construyendo zonas cerradas que ofrecen servicios gratuitos: restaurantes y cafeterías, spas de belleza, pistas para correr, centros de salud, salas de juegos, todas las comodidades de las ciudades reales, pero sin la distracción de los civiles. Este es el modelo más distópico de todos. En lugar de “trabaja con nosotros y te daremos una bonita vivienda”, al parecer el mensaje se convierte en “¿por qué regresar a casa cuando puedes vivir en el trabajo?”.

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El Museo de Arte Americano Crystal Bridges en Bentonville, Arkansas, fue construido por la familia Walton de Walmart con un costo de 400 millones de dólares. Foto: Danny Johnston/AP

Musk llevó esta lógica al extremo. Poco después de apoderarse de Twitter y despedir a la mitad del personal de la empresa, Musk exigió “largas jornadas a alta intensidad” a los empleados que quedaban, e incluso instaló camas en las oficinas de Twitter en San Francisco. A los reguladores locales de la construcción no les hizo mucha gracia. Quizás Musk decidió que puede salirse con la suya en Texas.

Sin embargo, hay indicios de que la tendencia está cambiando. Musk no es el único que está reconsiderando la idea de las ciudades fundadas por empresas. Google planea construir tres vecindarios alrededor de su sede en Mountain View, en el Área de la Bahía, que albergarán 7 mil viviendas, el 20% de las cuales serán asequibles.

Mientras tanto, en Menlo Park, Meta, propietaria de Facebook, está trabajando en Willow Village, un vecindario de uso mixto que incluye mil 700 unidades residenciales, “desarrollado en colaboración con y para nuestros vecinos y la comunidad en general”, indica un vocero.

Irónicamente, la empresa que está imponiendo el estándar de la construcción corporativa de ciudades es una que ha contribuido a destruir muchas ciudades estadounidenses: Walmart. El minorista más grande del mundo se estableció en Bentonville, Arkansas, en 1950 y nunca se ha ido. Está construyendo un enorme campus en el lugar, pero también ha incrementado las infraestructuras y servicios de la ciudad, de manera especialmente llamativa con el Museo de Arte Americano Crystal Bridges, de 400 millones de dólares (unos 7 mil millones de pesos), inaugurado en 2011 y cuya entrada es gratuita. Además de una enorme colección de arte, incluye espacios públicos, estanques, conciertos al aire libre y senderos naturales.

Atraídos por la gravedad económica de Walmart, otros cientos de minoristas también han establecido sus comercios en Bentonville. “La consecuencia de todo ello es que han creado una enorme población activa a poca distancia del distrito comercial de Bentonville”, señala Gennawey. “Tiene todos los servicios de una hermosa y pequeña ciudad sureña, con todas las tiendas llenas y mucha actividad y personas paseando y sentadas en la plaza. Así que, francamente, si Walmart me ofreciera un trabajo, realmente lo pensaría”.

Para que Snailbrook sea un éxito, este es el tipo de cosas que Musk tendrá que hacer, aunque por el momento hay pocos indicios de que se esté encaminando en esta dirección. Si hay una lección que se puede aprender de la historia, podría ser que las ciudades fundadas por empresas funcionan mejor cuando sus creadores anteponen la responsabilidad cívica a los impulsos egoístas y el bienestar de los empleados a las ganancias corporativas. ¿Le suena a Musk?

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