Bebé genio, billonario de la tecnología, superdios conquistador del espacio… ¡es The Elon Musk Show!
Elon Musk, CEO y cofundador de SpaceX. Foto: Joe Skipper/Reuters

‘Desde los tres años pensé que él era un genio”, comenta Maye Musk sobre su hijo, Elon. “Razonaba conmigo y sus razonamientos eran sensatos. ¿Y cómo haces eso cuando no tienes tanta experiencia?”. Ella quiso que su hijo entrara en la guardería un año antes, pero se lo negaron. “No lo entienden”, les dijo a los educadores. “Tengo un hijo genio”. Y, por supuesto, pusieron los ojos en blanco como si dijeran: ‘Todas las madres piensan que su hijo es un genio'”.

Una de las razones por las que actualmente hay tantos programas de televisión sobre multimillonarios tecnológicos descarados –Rise of the Billionaires en Paramount+, el drama de Netflix Playlist sobre los creadores de Spotify y el inminente The Elon Musk Show de la BBC– es que se trata de genios trabajando en el sentido definido por Schopenhauer: “El talento acierta en un blanco que nadie más puede alcanzar; el genio acierta en un blanco que nadie más puede ver”. ¿Quién sino el fundador de Amazon, Jeff Bezos, podría darse cuenta de que la venta de libros en línea sería una forma brillante de capitalizar la red mundial? ¿Quién sino Elon Musk podría pensar que la banca en línea es posible, o que tenemos que convertirnos en una especie multiplanetaria para evitar la extinción? ¿Quién sino Mark Zuckerberg podría imaginar un modelo de negocio para conectar a las almas afines, de tal manera que derramaríamos nuestros datos personales y entonces él podría hacer una fortuna rentabilizando esos datos hasta entonces privados?

Desde luego, los multimillonarios perfilados en estos programas se levantan cada mañana creyendo que pueden cambiar el mundo. “Recuerdo que pensaba que nadie tenía derecho a controlar la música”, comenta Edvin Endre en su calidad de CEO de Spotify, Daniel Ek, en Playlist. Esa visión, y la voluntad de hacerla realidad, cambiaron –para bien o para mal– la forma en que escuchamos música. Fue una visión que impulsó a Apple, durante mucho tiempo los autodenominados genios de Silicon Valley, a convertirse en seguidores en lugar de líderes y ofrecer Apple Music, un servicio similar a Spotify, en 2015.

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Más dinero, problemas de mamá… Maye Musk. Foto: Jeremy Llewellyn-Jones/BBC/72 Films

“Creo que nos fascinan algunos multimillonarios, sobre todo aquellos que ganan su dinero de una manera que se relaciona con nuestras vidas”, comenta Mark Raphael, productor ejecutivo de The Elon Musk Show. “Pero Elon no es solamente un multimillonario: es el hombre más rico del mundo. Ha revolucionado los automóviles eléctricos, está fabricando cohetes que pueden enviar a las personas a Marte y está trabajando en un chip que se puede instalar en nuestros cerebros. Resulta difícil no sentirse fascinado por eso”.

También cuesta no sentirse fascinado por las prácticas laborales, en ocasiones indescriptibles, de estos empresarios neoliberales. En The Elon Musk Show, el magnate del sector tecnológico es representado pasando la noche en vela, durmiendo con un libro de física como almohada y poniéndose rojo de ira cuando una noche, a las 21:00 horas, recorre las oficinas de Tesla y no ve a casi nadie más trabajando. “Elon puede ser muy autoritario”, explica Branden Spikes, ingeniero jefe de sistemas de la primera empresa de Musk, Zip2, que Musk y su hermano Kimbal vendieron por 307 millones de dólares en 1999. “Lo he visto despedir a docenas y docenas y docenas de personas”. En un determinado momento de The Elon Musk Show, dice en una reunión de la junta directiva de Tesla: “No está bien ser infeliz y ser parte de esta empresa. Si alguien no puede ser feliz, que se divorcie“.

Se trata de un comentario mordaz, sobre todo si tenemos en cuenta lo que sabemos del divorcio real de Musk de su novia de la universidad, Justine Musk (de soltera Wilson), ocurrido en 2008. La pareja se conoció cuando cursaban una asignatura de psicología anormal en la Queen’s University en Kingston, Ontario. Tuvieron seis hijos, uno de ellos murió a las 10 semanas en 2002, y, gracias a la fecundación in vitro, mellizos en 2004 y trillizos en 2006. Un día, cuenta Justine en The Elon Musk Show, fue a ver a su terapeuta. Elon le había dejado un mensaje con su psiquiatra en el que le decía que iba a pedir el divorcio.

Otra razón por la que nos atrae observar a los multimillonarios es para ver su consumo llamativo. Hace falta alguien con una arrogancia extraordinaria, y me refiero a Bill Gates, para construir una casa llamada Xanadú 2.0, ya que el Xanadú de Charles Foster Kane fue en El ciudadano Kane un símbolo tan elocuente del orgullo antes de la caída. En Rise of the Billionaires, nos dan un tour por la ampulosa mansión de Gates y visitan la finca hawaiana de Zuckerberg. En The Elon Musk Show, acompañamos al empresario en la entrega de un McLaren F1 de un millón de dólares, uno de los 64 que se han fabricado.

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Elon Musk en una convención en Washington en 2020. Foto: Brendan Smialowski/AFP/Getty Images

Sorprendentemente, Musk insiste en que no quiere descansar en tales laureles materialistas: “Podría ir y comprar una isla en las Bahamas y convertirla en mi feudo personal”, comenta. “Me interesa mucho más poder construir y crear una nueva empresa”. Tanto es así que no solo Zip2 y PayPal, ni Tesla o SpaceX, sino que la semana pasada dio a conocer un robot humanoide llamado Optimus y esta semana su renovada oferta de adquisición de Twitter por 44 mil millones de dólares.

“Elon ha comentado que empezar un nuevo negocio es como una letanía infinita y la constante amenaza del fracaso”, dice Mark Raphael. Y, al menos para los subordinados, unirse al jefe en la letanía infinita no es una opción de estilo de vida a largo plazo. Colette Bridgman, jefa de mercadotecnia global de Tesla de 2004 a 2017, recuerda vívidamente su vida laboral: “Me sentí abrumada cada día durante años y años”. El final de agobio llegó cuando Bridgman se dio cuenta de que algo había fallado terriblemente en su equilibrio entre la vida laboral y la personal. “Mi hijo de tres años me decía papá”. Poco después renunció.

Sin embargo, existe otro programa sobre multimillonarios del sector tecnológico que aún no hemos mencionado. En El problema con Jon Stewart de Apple TV, cuya segunda temporada comienza este mes, hay un sketch de comedia que ridiculiza la reciente carrera espacial de los multimillonarios, protagonizado por Jason Alexander de Seinfeld en el papel de Jeff Bezos, Adam Pally como Elon Musk y un trapeador como Richard Branson. Resulta curioso que Apple TV haya estrenado este año Billionaire Space Race, una serie documental sobre un tema que uno de sus principales proveedores de contenidos ya había ridiculizado. En el sketch, vemos a Alexander en el papel de Bezos llegando a la órbita para descubrir que el espacio está lleno de cohetes que tienen forma de pene y que están pilotados por otros frikis de la tecnología. “No tienes suficiente bloqueador solar para estar aquí arriba, Zuckerberg”, le grita a través del espacio a su rival.

No obstante, la sátira siempre ha perseguido a los multimillonarios del sector tecnológico como una peste irremediable. La novela El Círculo de Dave Eggers, adaptada en una película protagonizada por Tom Hanks y Emma Watson, se burló de las técnicas orwellianas de control mental de Silicon Valley, disfrazadas de utopía. De hecho, The Elon Musk Show revela a alguien que anhela ser considerado no solo como un tipo que hizo posible el pago de nuestras facturas de servicios por internet, sino como un visionario que merece ser tomado en serio. “¿Cuáles son algunos de los problemas que más pueden afectar al futuro de la humanidad?”, pregunta Musk en un momento dado. “El problema terrestre más grande que tenemos es la energía sustentable, el otro es la expansión de la vida más allá de la Tierra para que la vida sea multiplanetaria”.

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Musk está en proceso de adquirir Twitter por 44 mil millones de dólares. Foto: Dado Ruvić/Reuters

Una de las exesposas de Musk cree que él tiene la visión para cambiar no solo el mundo sino, irónicamente, para revertir los males causados a la humanidad por otros maestros del universo de Silicon Valley. Talulah Riley, la actriz con la que Musk se casó dos veces, revela que a principios de este año instó a Musk a renovar su oferta de 44 mil millones de dólares para comprar Twitter, pero no para dirigirla, sino para cerrarla. “¡¿Puedes comprar Twitter y después borrarlo, por favor?!”, le escribió.

Esa es una posibilidad. Otra posibilidad es que Musk pueda utilizar Twitter para difundir su propia estupidez. Pudimos observar esa posibilidad a principios de este mes cuando Musk lanzó una encuesta en Twitter sobre el fin de la guerra de Rusia en Ucrania. El CEO de Tesla pidió a sus seguidores que votaran “sí” o “no” respecto a sus propuestas, las cuales incluían permitir formalmente que Rusia anexionara Crimea. El exembajador de Ucrania en Alemania, Andriy Melnyk, utilizó Twitter para contestar. “Vete al carajo es mi respuesta muy diplomática para ti”.

A fin de que lo anterior no sugiera que estos empresarios son todos hombres, consideremos el próximo papel televisivo de Claire Foy. Después de interpretar a la reina Isabel II en The Crown, interpretará a la exdirectora de operaciones de Facebook, Sheryl Sandberg, en una serie titulada Doomsday Machine. Basada en el libro bestseller de Sheera Frenkel y Cecilia Kang, Manipulados: La batalla de Facebook por la dominación mundial, la serie plantea una pregunta intrigante: ¿cuál de las dos mujeres que interpreta Foy, la reina o Sandberg, ejerció más poder en sus mejores tiempos?

Definitivamente, Sandberg ayudó a moldear la forma en que miles de millones de personas se comunican y consumen información. Sin embargo, Doomsday Machine promete mostrar la manera en que Facebook difundió información errónea durante las elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos, estableció un programa que protegió a los usuarios VIP, incluido Donald Trump, de las reglas normales de la plataforma, y cómo los representantes de los musulmanes rohingya de Myanmar emprendieron una acción legal de 150 mil millones de dólares alegando que sus algoritmos amplificaron el odio y contribuyeron al genocidio. Digan lo que quieran de la difunta reina, pero nunca logró tanto.

Sin embargo, la reina Isabel II pertenece a otra época, en la que el gran poder iba acompañado de una gran responsabilidad. Se podría decir que el valor de la actual avalancha de programas de televisión sobre multimillonarios del sector tecnológico consiste en mostrarnos lo contrario, para los semidioses de Silicon Valley, un gran poder conlleva una gran irresponsabilidad.

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