La vida después de Covid: ¿nuestro mundo volverá a ser el mismo?
The Observer

Seis redactores de The Observer nos cuentan cómo prevén que un mundo postpandemia generará una nueva normalidad en rubros como las ciudades, la ciencia o la política.

Ciudades

Estas son algunas de las cosas que cambiaron por la pandemia. La crisis sanitaria acostumbró a algunas personas, más que nada a aquellas cuyas labores lo permitían, al trabajo remoto. Reveló la importancia de tener un espacio habitable adecuado y acceso al aire libre. Trajo, a través de su ausencia, una renovada apreciación del contacto social y las grandes reuniones. Exhibió a la movilidad masiva y cotidiana por el deshumanízante desperdicio de energía y recursos que representa.

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Foto: Brian Merrill/Pixabay.com

Estos cambios no se suman al abandono de las grandes ciudades y oficinas predicho por comentarios más radicales, ni a un futuro de burbujas rurales y bolas de mesquite rodando en áreas como la City de Londres, sino a un giro bienvenido en las prioridades. Siempre habrá millones que quieran vivir en ciudades y millones que quieran vivir en pueblos y aldeas, pero también personas para quienes estas son decisiones de dos filos, con pros y contras a cada lado.

Estas decisiones podrían estar basadas en cambios vitales, como tener hijos. Si ya no tienes que ir a una oficina a diario, podrías vivir más lejos de la ciudad en que se encuentra. Si se rompe el hechizo mágico de la gran ciudad, ese por el cual la gente se queda en pequeños y caros departamentos que ahora parecen tan inadecuados, entonces podrías considerar vivir en lugares más baratos y relajados que no se te habían ocurrido antes. Esos seres exurbanos, que aún valoran el contacto social y la vida pública, podrían buscar pueblos y ciudades pequeñas en lugar de una cabaña solitaria en el campo.

Estos cambios podrían ayudar a que solucionar, sin necesidad de revolvedoras de cemento o de poner ladrillos, el desequilibrio en la vivienda de una nación que estaba en un punto de ruptura antes del Covid. Por un lado, hay mercados residenciales muy activos en Londres, Bristol, Manchester, Edimburgo y otros lugares. Por otro, hay pueblos y pequeñas ciudades con una buena oferta de viviendas, una infraestructura heredada de parques y edificios cívicos y fácil acceso a hermosos paisajes, que por su ubicación sufren de bajos niveles de inversión se han despoblado.

Esto no quiere decir que no se deban construir nuevas casas, ni que no habrá problemas con estos cambios. Si no se hace de la manera correcta, con una política nacional, esto podría acabar en solo una gentrificación, si se hace mal, a escala nacional. Y mi visión se basa en  que el Covid acabará, y que no es el inicio de una serie futura de virus igualmente peligrosos. Sin embargo, existe al menos una posibilidad de que las tribulaciones de 2020 puedan conducir a un enfoque más sano de los lugares donde vivimos y trabajamos.
Rowan Moore, crítico de arquitectura de The Observer

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Interacciones

El primer beso que me mandó mi sobrina bebé fue agridulce porque, como tantas otras interacciones pandémicas, no sucedió en persona sino vía unas cámaras. El Covid significa que grandes porciones de su vida sólo se han visto en la pantalla de un teléfono al tiempo en que crece y se convierte en una niña pequeña. Y soy uno de los afortunados: no he tenido que despedirme para siempre de alguien en FaceTime o dar la peor noticia a alguien por teléfono.

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Foto: Juan Diego Salinas/Pixabay.com

Si vives solo, te las has tenido que arreglar sin contacto humano por meses. Si estás metido en un espacio pequeño con tu pareja, tus hijos y tus padres, es posible que hayas pasado semanas deseando tiempo propio y un espacio no invadido por otros seres humanos. Experiencias totalmente diferentes provocadas por el mismo terremoto social: ¿acaso no van a cambiarnos profundamente a largo plazo?

No estoy tan seguro. El confinamiento, luego el no confinamiento, y luego el confinamiento de nuevo, han servido como un recordatorio de cuán adaptables somos como seres humanos. Me asombró lo rápido que la idea de socializar con amigos en el interior se convirtió en un recuerdo borroso, luego en lo normal y luego en algo distante de nuevo. Las emociones que sentí tan intensamente en marzo, el miedo atroz de que el coronavirus pudiera arrancarme a mis padres, el esfuerzo colectivo de aplaudir a nuestros cuidadores… pronto se desvanecieron en una nueva normalidad, imposible de mantener a pesar de que muchas de las realidades apenas han cambiado.

La pandemia ha subrayado hasta qué punto la interacción digital no sustituye a la realidad. De alguna manera, estoy más en contacto con la gente que nunca gracias a los numerosos grupos de WhatsApp que se formaron para convertirse en una fuente constante de compañía. Pero teclear en un par de chats grupales mientras miras distraídamente Netflix no se acerca a la maravillosa sensación de abrazar a un amigo, o pasar tres horas dando a alguien que no has visto en mucho tiempo toda tu atención en un comida, o de tener una conversación basada no solo en palabras sino en señales físicas. Dudo que la pandemia siembre un disgusto a largo plazo por las multitudes; en todo caso, sospecho que, si todo va bien con el lanzamiento de una vacuna, en el verano de 2021 veremos una abundancia de desenfrenadas fiestas callejeras y carnavales.

Pero un regreso a la vida normal no esconderá el daño emocional que el Covid habrá dejado a tantas personas. Personas que padecen ansiedad y depresión; mujeres en relaciones abusivas; niños que sufren abuso o negligencia a manos de sus padres… ellos han pasado por lo peor, y sus experiencias de aislamiento y soledad durante el encierro podrían tener consecuencias para sus relaciones personales que no desaparecerán mágicamente con una vacuna.

Y todo sin tomar en cuenta la presión adicional de las dificultades financieras que muchos se verán obligados a soportar. Como sociedad, recuperarse del Covid es mucho más que desarrollar anticuerpos: no puede suceder sin el apoyo de aquellos que han experimentado sus peores impactos financieros y de salud mental.
Sonia Sodha, escritora líder en jefe de The Observer

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Ciencias

Gran Bretaña ha tenido un año terrible en su batalla por contener al Covid. Las fallas en las pruebas, el rastreo y el aislamiento de las personas infectadas permitieron que se acumulara un número aterrador de muertes, mientras que las deficiencias en la adquisición  de equipos de protección personal (PPE, por sus siglas en inglés) dejaron a innumerables trabajadores de la salud expuestos a peligros y enfermedades. Sin embargo, estas deficiencias se han equilibrado con la forma y la sorprendente velocidad con la que los científicos se han apartado de los proyectos existentes para centrar su atención en librarnos del Covid. Su trabajo se ha ganado elogios mundiales por su rapidez y precisión.

“Los británicos están en camino de salvar el mundo”, escribió el destacado economista estadounidense Tyler Cowen en Bloomberg Opinion sobre los esfuerzos de nuestros científicos el verano pasado, mientras que la revista Science citó a los principales investigadores internacionales que han elogiado el trabajo británico antiCovid. Se percibe, correctamente, que la ciencia en el Reino Unido ha tenido un buen desempeño frente a la pandemia.

Un ejemplo perfecto se ve en las pruebas de Recovery del Reino Unido, un programa de pruebas de medicamentos en el que participaron más de 3,000 médicos y enfermeras que trabajaron con más de 12,000 pacientes de Covid en cientos de hospitales de todo el país, desde Western Isles hasta Truro y desde Derry hasta King’s Lynn. Implementado pocos días después de que la pandemia llegara al Reino Unido, y aplicado en unidades de cuidados intensivos abarrotadas de personas gravemente enfermas, Recovery reveló que un tratamiento barato para la inflamación podría salvar la vida de pacientes con Covid gravemente enfermos. Además, sirvió para que probar que dos terapias muy promocionadas eran inútiles para combatir la enfermedad.

Ningún otro país iguala estos logros ni de cerca. “Tenemos a la gente con las habilidades adecuadas y la voluntad para abandonarlo todo  y ayudar en este esfuerzo”, dice uno de los fundadores de Recovery, Martin Landray, de la Universidad de Oxford. “Eso marcó la diferencia”. En una nación que recientemente había denostado abiertamente el concepto de expertise, científicos como Landray han renovado la reputación de los expertos y los bien  informados.

Fiona Fox, directora del Science Media Center, también señala la disposición de los científicos a comunicarse. “Una y otra vez, hemos solicitado comentarios de los principales investigadores, epidemiólogos y expertos en vacunas sobre las últimas historias de Covid y, a pesar de estar inundados de trabajo, se han tomado el tiempo para proporcionar análisis claros que han ayudado a dar sentido a los desarrollos que cambian rápidamente”, dice Fox. “Ha sido extraordinario”.

Y, por supuesto, la llegada de tres vacunas eficaces contra una enfermedad desconocida hace menos de un año solo ha mejorado aún más la imagen de los científicos. Sí, a veces pueden ser unos geeks, pero han hecho mucho para ayudarnos a ganar la batalla contra el Covid. Robin McKie, editor de Ciencias de The Observer

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Política

Mientras más cambian las cosas, más se ven  igual.

Es cierto que quizá por ahora no se sienta así. Pero si esta pandemia se hace eco de otros eventos definitorios en nuestra historia reciente, desde los ataques terroristas del 11 de septiembre hasta el colapso bancario de 2008-09, dejará el panorama político completamente transformado en algunos aspectos pero familiar hasta el hartazgo en otros.

La auditoría de gastos de hace unas semanas, que detalla cómo el costo de luchar contra el Covid moldeará la vida nacional en los próximos años, fue un ejemplo clásico. ¿Congelar los  salarios del sector público, más recortes de prestaciones en abril? Bueno, eso ya lo hemos visto antes… para muchas familias volverá a sentirse como un programa de austeridad.

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Foto: www_slon_pics/Pixabay.com

Lo que es diferente esta vez, sin embargo, es que Boris Johnson insiste en que no habrá un  regreso a los recortes de gastos al estilo de la austeridad. En cambio, los impuestos subirán. Si realmente amenaza con pegarle a los propietarios de segundas viviendas o a las pensiones de los que ganan más, seguro habrá un amotinamiento en las filas conservadoras. (La broma amarga entre los miembros Tory del Parlamento es que están aplicando más del manifiesto laboral de Jeremy Corbyn de lo que Corbyn jamás haría). Pero la puerta a un debate desde hace mucho tiempo sobre gravar la riqueza, así como los ingresos, al menos ahora está abierta.

La pandemia también parece estar cambiando lo que la gente busca en un líder. La última recesión empujó a los votantes enojados y desesperados contra los populistas con respuestas fáciles: hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande, recuperar el control… Pero el Covid ha sido un recordatorio brutal de que en situaciones de vida o muerte, la experiencia lo es todo. Joe Biden no es muy emocionante, pero al menos no especula en voz alta sobre los méritos de beber blanqueador. Desde la neozelandesa Jacinda Ardern hasta la alemana Ángela Merkel y la escocesa Nicola Sturgeon, los líderes cuya reputación se ha visto reforzada por esta crisis tienden a ser pragmáticos y buscadores de consensos, no guerreros culturales emocionales. Las crecientes alzas en las encuestas de Keir Starmer sugieren un hambre de liderazgo constante en Gran Bretaña también.

Los optimistas esperan que esta experiencia colectiva cercana a la muerte brinde un enfoque político renovado sobre lo que realmente hace que la vida valga la pena, desde comunidades de apoyo hasta la belleza de un mundo natural que sostuvo a muchos durante el confinamiento. Sin embargo, a los pesimistas les preocupará que los llamados a “reconstruir mejor”, o recrear la sociedad en líneas más justas y ecológicas, puedan ser lo primero que caiga tras una dura recesión que deje a la gente concentrada solamente en la supervivencia económica.

Sería ingenuo no esperar una reacción violenta contra todo esto. Nigel Farage ya está intentando crear una rebelión a través de su nuevo partido anticonfinamiento dirigido a los votantes enojados por la restricción de las libertades. Pero si el último choque desató una era de radicalismo y revuelta, no es imposible que este deje a la gente deseando una vida tranquila. Después de tanto revoloteo, no hay que subestimar el anhelo de volver a la normalidad, incluso si la normalidad que una vez conocimos ya no existe más.
Gaby Hinsliff, columnista de The Guardian

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Cultura

Sabemos que los espacios de los que emerge la “cultura” no lucirán igual después de 2020. Muchos teatros, librerías, antros de música y galerías no sobrevivirán a la catástrofe del cierre y, si emergen, será con recursos reducidos. Pero ¿qué pasa con la actitud y el enfoque de la creatividad? ¿Se verán ensombrecidos por la pandemia posterior a la vacuna o celebrará la liberación?

La historia sugiere ambos. La terrible mortandad, el distanciamiento social y las dificultades económicas resultantes de la epidemia de la influenza en 1918-19 que siguió a la guerra fueron las fuerzas que moldearon tanto los experimentos cargados de fatalidad del modernismo como el hedonismo de la era del jazz. La tierra baldía y el Charleston surgieron con meses de diferencia. TS Eliot escribió gran parte de su épico poema primero, mientras sufría las secuelas de la influenza, atormentado, como señaló su esposa Vivienne, por el temor de que, como resultado del virus, “su mente no esté actuando como solía hacerlo”. Ciertamente, las líneas más memorables de ese poema, con su énfasis en la reunión masiva, se leían más claramente desde nuestro punto de vista actual: “Bajo la niebla ocre de un amanecer invernal/ Una multitud fluía sobre el Puente de Londres, tantos/ No concebía que la muerte se había llevado a tantos/ Se exhalaban suspiros breves e infrecuentes/ Y cada hombre fijaba la mirada en sus pies ”.

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Foto: Pexels/Pixabay.com

Pero, en sentido contrario, el espíritu de la era posterior a la pandemia estaba igualmente vivo en la emoción de la ginebra clandestina del Cotton Club y la decadencia enrarecida de los Bright Young Things: celebraciones estridentes del carpe diem que da libertad después de la miseria de la guerra y el virus.

Todavía no ha surgido mucha literatura o música que responda directamente a la pandemia actual. El breve libro de ensayos de Zadie Smith, Intimations, propone algo de cómo podría verse y sonar esa respuesta. En una frase memorable, ella describió los eventos de este año como “la humillación global”. Ese momento en el que colectivamente nos dimos cuenta de que las certezas seguras de lo que solíamos llamar “vida normal” estaban a un paso de amenazas desconocidas, y que Estados Unidos, la patria adoptiva de Smith, habiendo liderado el mundo en muchas cosas, ahora estaba liderando el mundo en la muerte.

¿Engendrará tal experiencia una nueva y cada vez más profunda era de ansiedad en los libros que leemos y las películas que vemos? Sin duda, esa aprehensión del apocalipsis, de la emergencia ambiental, que nos lleva a The Road o Chernobyl, será cada vez más insistente. Pero, como también señaló TS Eliot, la humanidad “no puede soportar mucha realidad”. Después de este año en el que a los jóvenes se les han negado muchos de sus ritos de iniciación, oportunidades de cantar, bailar, beber o amar, seguramente podemos esperar una efusión creativa postviral de todas esas cosas que nos hacen más felices de estar vivos. Tim Adams, redactor de The Observer

Trabajo

(Al tono de Imagine, de John Lennon.) “Imagina que no hay desplazamientos, es fácil si lo intentas”, es una idea popular en las discusiones sobre el mundo laboral postCovid que predice la inminente desaparición de las oficinas. A veces se combina con la afirmación de que los trabajos de baja paga en las industrias del ocio y la hotelería, que se han secado a mitad de la pandemia, no volverán y, por lo tanto, no deberían recibir apoyo económicos ahora.

Es probable que estas diferentes predicciones estén equivocadas por la misma razón: prestan demasiada atención a las bolas de cristal y no lo suficiente a los espejos retrovisores. Sí, la pandemia en sí ha significado grandes cambios en el mundo laboral. Ha cambiado el lugar en el que trabajan algunas personas (generalmente las personas con mayores ingresos), al tiempo que ha afectado a la capacidad de trabajar de muchas personas con menores ingresos. Pero la mejor manera de imaginar un mundo sin confinamientos es centrándose en las tendencias impulsadas por la pandemia que refuerzan, en lugar de contradecir, los patrones visibles previos a la crisis.

Por lo tanto, espera que continúe la súper aceleración de la pandemia del avance del eCommerce: habrá menos cajeros y más trabajadores de delivery. Pero no creas en la publicidad sobre el declive de las industrias de la hospitalidad y el ocio. Los trabajadores de esos sectores tienen el doble de probabilidades de haber perdido su empleo o haber sido despedidos debido a que la pandemia nos hace gastar más en comprar cosas que en salir, pero la tendencia a largo plazo es la opuesta: los hoteles y restaurantes representaron una quinta parte del crecimiento de los empleos previo a la pandemia.

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Foto: Lukas Bieri/Pixabay.com

Trabajar desde casa (o vivir en la oficina, como puede hacernos sentir) ha sido el gran cambio  profesional. Pero la historia nos advierte sobre la idea de que la oficina esté terminada. En países como el Reino Unido, solo 1 de cada 20 de trabajaba de forma totalmente remota antes de la crisis. Pero el triple trabajaba en casa al menos un día a la semana, una tendencia que estaba creciendo rápidamente. El trabajo híbrido casa-oficina es el futuro. Pero ten cuidado al asumir que esto transforma las vergonzantes y grandes brechas económicas: algunos se beneficiarán de más opciones sobre dónde vivir, pero las oficinas en las áreas más pobres pueden ser las que terminen vacías. Y recuerda, aquí solo estamos hablando de una fracción de la fuerza laboral. PostCovid, los camareros y los limpiadores no harán su trabajo desde su habitación libre o desde la mesa de la cocina.

Además de predecir el futuro, deberíamos intentar darle forma. Un buen lugar para comenzar sería un mejor salario y más seguridad para los trabajadores con salarios bajos que enfrentaron los mayores riesgos económicos y de salud de esta crisis.
Torsten Bell, director ejecutivo de la Resolution Foundation.

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