David Attenborough: ‘La Tierra y los océanos son finitos. Tenemos que controlarnos’
Planet Earth: A Celebration: David Attenborough atempera el alma de una nación. Foto: Sarah Dunn/BBC

Tom Lamont/The Guardian

Antes de que las órdenes de confinamiento de 2020 lo mantuvieran en un sólo lugar durante meses sin fin, David Attenborough nunca se había sentado en su jardín para escuchar a los pájaros. No como debe hacerse, dice, no con intención “observando con una libreta en la mano y haciendo una lista”. La figura más importante del mundo natural en los medios de comunicación, muy admirado por los naturalistas de todo el mundo, tiene tres tipos de plantas y una araña, un caracol, un grillo, una rana, una lagartija , un león marsupial, y un pez que parece tiburón que recibieron su nombre en honor a él, y nunca prestó atención a la vida natural de su jardín hasta que el confinamiento lo obligó.  Desde primavera hasta otoño, dice, se sentó afuera de su casa con un lápiz e hizo el esfuerzo para identificar a todas las especies que pudiera escuchar, mirlos, tordos, urracas, herrerillo, carbonero. Vencejos.

“De hecho podía escuchar a los vencejos”, dice. Hay una relación entre su canto y su oído que falla. “Mi audición”, gruñe, usando las voz llena de aire y dolorosa que con frecuencia acompaña las grabaciones de un macho alfa que se ve desbancado por un animal más joven y apto, “ya no es lo que era”.

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Cuando tenía entre 30 y 50 años  por lo regular estaba en el campo en cualquier continente grabando programas para la BBC. Vestía casi siempre de color khaki. Después de los 50, cuando era presentador de la serie de 13 episodios que definió un género, Life on Earth, utilizaba una camisa estampada rosa, que era lo mejor para hacer lucir una transmisión a color en 1979. A los 89 años, estaba listo para usar pantalones enrollados y Crocs azules para un programa de arrecifes de coral. Hoy en día, sentado en el estudio de su casa en Londres, la ropa de Attenborough es más sobria. El cuello de una camisa clara se asoma por encima del cuello de un suéter café. Y mis ojos sólo buscan el brillo de su brillante pelo blanco.

Cuando habla, Attenborough agarra sus lentes y los aprieta con la mano para enfatizar lo que quiere decir y los apunta en la dirección de su jardín, por ejemplo, cuando habla de los vencejos huidizos, y luego los levanta por encima de su cabeza para sugerir un mundo más grande y sus problemas con el calentamiento global. Seguimos con la vida salvaje del jardín  cuando de repente deja de hablar y apunta sus lentes en dirección mía.

“¿Tienes jardín?” me pregunta.

Uno pequeño, contestó.

“¿Cuántos tipos de aves crees que van a visitarlo?”

Se queda esperando la respuesta. Y cruelmente, porque estamos hablando por Zoom y puedo ver mi expresión en este momento, un rictus de pánico. ¿Un examen de la naturaleza en vivo con Sir David Attenborough? Es como conocer a Cristiano Ronaldo y hacer un concurso de tiros libres.

Además de las plantas y animales, el hombre tiene un dinosaurio nombrado en su honor, el Attenborosaurus. Su voz musical y superpuesta, que él llama “comentarios” han acompañado a muchos la hora del té y los domingos en la noche desde hace décadas. Sus rugidos de oso de peluche, la joroba que hace cuando explica algo interesante, han sido fundamentales para la experiencia de verlo por televisión. En 2018, una encuesta de YouGov nombró a Attenborough la persona más popular del Reino Unido. Siempre ha estado en la lista de mis 5 invitados favoritos a cenar. Así es que cuando me pregunta que cuántos tipos de aves vienen a mi jardín, lo único que quisiera más que nada sería tener también una libreta y enseñarle que yo también pasé el confinamiento registrando las visitas de las urracas y los tordos porque, para mi ,cualquier signo de aprobación, con la cabeza, cualquier cosa que apuntara a que podríamos seguir en contacto, sería el cielo.

Diez parece ser un número seguro, así es que pruebo. Attenborough baja la cabeza con lástima. “Te apuesto que el doble,” dice, “¡Te apuesto que son 30!”

Attenborough es uno de esos personajes a los que nunca se les puede hacer justicia en breve. Incluso si sólo consideramos su cumpleaños número 90 cuando se nombró en su honor a una libélula recién descubierta a modo de regalo. El alcance de sus logros es impresionante.  A los 91 condujo la serie Blue Planet II,  y se convirtió en el programa más visto de televisión en 2017. El mismo año, se nombró en su honor una constelación de estrellas.  A los 92, fue uno de los principales oradores de la conferencia de la ONU por el cambio climático en Polonia, y después lo entrevistó el Príncipe William en Davos.  Our Planet, una serie que hizo con Netflix ya tenía 33 millones de vistas en todo el mundo cuando cumplió 93. Estuvo en Glastonbury  en 2019 y desde la Pirámide dio una cátedra sobre la crisis del clima, y además de todo esto, Attenborough viajó a uno de los destinos más raros y excéntricos  de toda su carrera de viajes.

“Chernobyl”, gruñe, cruzando los brazos. Viajó a la ciudad abandonada de Ucrania con los cineastas con los que ha colaborado desde hace años. Estaban allí para hacer una película, A Life On Our Planet, que estará en Netflix desde octubre, y que comienza con una impresionante escena de Attenborough caminando por el edificio de una escuela vacía. Dice que le impresionó el silencio del lugar. “No se escuchaba un solo pájaro. No escuché un solo grillo. No sé qué hacer con eso”.

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Los fotógrafos de la vida salvaje llevaban años trabajando en Chernobyl, con cámaras trampa para tratar de capturar imágenes de los animales que habían empezado a asediar la ciudad deshabitada. “Caballos salvajes.  Zorros. No vi nada yo”, dice Attenborough.  “Sólo me acuerdo del silencio”.

La escuela a la que lo llevaron estaba tal cual la dejaron cuando evacuaron la ciudad hace más de 30 años. “Había libretas para niños, tiradas en el suelo por todos lados, a medio llenar, en ruso. Obviamente te ponías a pensar en el niño que estaba escribiendo en el libro cuando llegaron para llevárselo corriendo”. 

Después de Chernobyl, llevaron a Attenborough a Kenya para filmar con ñus. Estos fueron algunos de sus últimos viajes antes del confinamiento del 2020. Dice que agradece también haber tenido la oportunidad de filmar en la campiña de Leicestershire en donde se convirtió en cazador de fósiles cuando era adolescente en los 1930s. “El equipo era muy amable y me llevó de vuelta a la cantera abandonada en donde alguna vez busqué fósiles. Mmm, había fósiles muy lindos por allí. Cuando fuimos de visita me decepcioné porque vi que toda la roca estaba cubierta de vegetación”.

Lo que quiere decir es que no pudo enrollarse las mangas de la camisa para ponerse a buscar fósiles en su décima década de vida. “Todavía colecciono fósiles. Me gustan tanto como siempre. Recuerdo como si fuera ayer el sentimiento de ser un hombre joven, del placer de romper la roca para encontrar otra adentro.”

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Como parte de Life On Our Planet, que es el documental más personal de Attenborough hasta la fecha, revisó sus viejas grabaciones como comentarista novato de documentales. ¿Cómo se ve a sí mismo en retroceso?

Ladra una carcajada y da una respuesta que me recuerda otras conversaciones que he tenido con nonagenarios que siguen siendo muy impresionantes. “En mi propia mente creo que no he cambiado”, dice. “Me siento exactamente igual”.

Attenborough tenía alrededor de 25 años cuando empezó a hacer programas de televisión. Estudió Ciencias Naturales en Cambridge y allí conoció a su futura esposa, Jane Oriel. Estuvieron casados casi medio siglo hasta que ella murió en 1997. De manera fortuita, su trabajo con el departamento de historia natural de la BBC coincidió con la expansión de los vuelos comerciales. Si quería presentar una criatura exótica, como un perezoso pigmeo o un oso hormiguero escamoso, revisaba el presupuesto y se subía al avión. A mediados de los 1960s, no sólo era famoso por ser el anfitrión de un programa, también tenía poder detrás de escenas, primero como supervisor de la BBC Two y después como director de programación de la BBC One y de la BBC Two.

En los 70 dejó las responsabilidades corporativas. Vestido de pies a cabeza en color khaki, se fue de viaje a Papúa Nueva Guinea a hacer un programa sobre una tribu que nadie con la que nadie había establecido contacto. Se trató del primer viaje de muchos de esa década. Para 1979 llevaba recorridos 2.41 millones de kilómetros, había visitado 39 países y filmado 650 especies para su monumental serie Life On Earth. Millones la vieron. Tuvo dos secuelas: The Living Planet y The Trials of Life que se transmitieron en 1984 y 1990 y que enmarcaron el nombramiento de Attenborough como caballero en 1985.  La BBC discutió de manera interna su retiro desde 1990. Pero ni él ni sus jefes jalaron el gatillo y se quedó por allí en un papel que ha prevalecido.

Bäsicamente ha prestado su voz a infinidad de documentales sobre vida salvaje, cerca de dos o tres al año, y aunque ya no interviene mucho en su elaboración, “la gente todavía me da crédito”, dice. “Crédito que no me gano”.

Para los documentales del 2001, Blue Planet, y de 2006, Planet Earth, y sus secuelas de 2017 y 2016, todavía lo llevaron a lugares visualmente interesantes para grabar viñetas. Se convirtió en una especie de embajador, no sólo para la suntuosidad del mundo natural, sino para el arte de filmar y editar.

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Algunos críticos cuestionan el tipo de embajador del mundo natural que puede ser del mundo que tenemos, que no es el de un programa de TV perfectamente editado. El año pasado, el naturalista Richard Mabey dijo a The Guardian que como espectador, desde 1979, estaba preocupado porque el planeta Tierra de Attenborough “no era un lugar que pudiera reconocer… como si fuera una biósfera idealizada de otro planeta”.

Alguna vez se lo preguntó a Attenborough y le contestó: “no habríamos tenido el público. Nos hubieran apagado”.

Nunca ha sido un secreto su deseo de maximizar las audiencias. Pero sí ha habido cambios conspicuos y tardíos en el tono de los documentales en los que aparece. Habrá secuelas más oscuras, incluso episodios que dan detalles del daño que los humanos están haciendo al mundo natural. Attenborough da el crédito de este cambio a su colaborador de años Alastair Fothergill. “Amplió el panorama. Estábamos haciendo películas de historia natural no solo por diversión sino por vocación también”.

Fothergill trabajó por primera vez con Attenborough en The Trials Of Life y después se convirtió en director de la unidad de historia natural de la BBC, cofundó la compañía de producción SIlverback Films en 2012. Cuando le pregunto que si influyó en el cambio de tono moral de los programas, Attenborough dice que no: eso sería como quedarme con un crédito que que no me he ganado. Pero apoya su ética personal que es “hacer películas que convenzan a la gente de los problemas ecológicos. Eso es lo que los mueve. Admiro mucho lo que hacen”.

Sin embargo, los programas se han politizado y también Attenborough, en su vida fuera de la TV. Como vocero del cambio climático de la ONU en Polonia, rogó a los delegados que adoptaran medidas para prevenir el “colapso de nuestras civilizaciones”. La siguiente conferencia, Cop26, se iba a realizar en Glasgow el mes pasado pero se reprogramó para noviembre de 2021. Hasta donde sé, todavía no invitan a Attenborough pero él ya tiene una idea muy clara de lo que va a decir si lo invitan y practica conmigo un discurso apasionado e improvisado y blande sus lentes mientras regaña a los delegados imaginarios.

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“Porque alguien tiene que dar”, dice, “no todo puede ser egoísta, no todo puede ser tomar tomar. No puede ser que los delegados en una conferencia internacional cuenten el éxito en términos de cuánto obtienen uno de otros”.

Lo he visto en televisión toda mi vida así es que estoy muy familiarizado con las voces que usa y les he asignado diferentes nombres. Está su voz de persecución que sube el tono, acelera como depredador acechando a su presa. Está su voz de batalla, profunda, golpeada, para cuando los leones o las focas o las jirafas se enfrentan. Hay voces más suaves, voces de alivio para acompañar escenas de indulto para un animal condenado y esta es su voz de salvado de las mandíbulas de la muerte. Y está la voz del volcán en erupción, fuerte, dura, furiosa. Ahora está usando su voz de volcán.

“Tenemos que reconocer que la Tierra y sus océanos son finitos”, dice. “Tenemos que reconocer que en el pasado destruímos especies de peces, arenques, bacalao, los destruímos. Necesitamos un plan. Tenemos que controlarnos. Control de ambos lados. Tenemos que aprender que no siempre estamos en competencia uno contra otro”.

En los comunicados internos de la BBC se refieren a él como a SDA. En placas de bronce afuera de los edificios que ha abierto, la versión de su nombre con título va completa, con sus siete sílabas. En los tabloides le dicen Sir Att. Con sus compañeros, siempre es David, por algo de modestia. Y si la modestia es un acto, es una que ha mantenido con los colegas, miembros del público y entrevistadores desde hace décadas. Es dulce, modesto e infantil.

El día que hablamos, había estado en reuniones virtuales, con colaboradores de tiempo atrás como Fothergill y el camarógrafo veterano de la vida salvaje Matt Aeberhard. Se reunieron en conferencia en línea para hablar de la serie de la BBC A Perfect Planet, que se transmite este mes y queda claro que a Attenborough le gusta molestar a sus colegas y que lo molesten. Circula un chiste de que Fotherhill trató de matarlo, algo sobre un accidente relacionado con un trampolín, cuando estaban filmando con delfines en las Bahamas en los 1980s, y otro sobre Fohergill que lo mandó a ambos polos de la TIerra en tan solo unas semanas. Cuando falla la conexión de internet de Fothergill, Attenborough dispara de inmediato: “Pobre hombre. Se congeló”.

Aeberhard se conectó desde una cabaña de corrugado desde los bosques de Uganda. Es un gran  contraste con los anaqueles polvosos de libros de la naturaleza de Attenborough, y aunque Aeberhard cuenta una historia sobre viajar en un aerodeslizador destartalado sobre las salinas letales en busca de las extrañas aves volcánicas de Hawaii, yo trato de descifrar la expresión de Attenborough. Está escuchando con una mano bajo su barbilla, el dedo meñique en sus labios. Aeberhard insiste en que tiene un trabajo genial y yo me quedo pensando en los sentimientos de este nonagenario. ¿Envidia? ¿Alivio?

Le pregunto después. Sonríe y dice que estaba cuestionando el uso de la palabra genial de Aeberhard para describir algo tan peligroso. Muy intrigado, repite la palabra unas cuantas veces, la saborea, y la hace rimar con quemar.  Cuando se ríe, el sonido sube de volumen. ¡Ji,jaja! Nunca va a pensar en la envidia o en el alivio. Al igual que otros muchos hombres y mujeres de su generación, Attenborough no está dispuesto y no es elocuente al discutir sus sentimientos.

Le pregunto si el mundo natural le ha dado algún consuelo este año largo y solitario, además de las aves del jardín y me contesta en tono impersonal. “Se ha establecido clínicamente que la relación con la naturaleza es muy importante psicológicamente hablando, para nuestra sociología, para nuestra salud mental.¨

¿Y tú? “Todos sabemos en nuestros corazones lo importante que es el mundo natural”, dice. “Para mí está bien, tengo un jardín. Pienso en la gente que no lo tiene. Esa falta de algo. Pero si tienes uno y te ves obligado a permanecer en él a causa del Covid, ya sabes lo importante que es”:

Los colegas de Attenborough han mencionado este temor que tienen los que hacen películas de la naturaleza, sobre el cada vez más común sentir de la audiencia de “ya lo vi, ya lo hice”. Las maravillas del mundo son finitas. Les preocupa  mantener alejados el exceso de familiaridad y la evasión. Le pregunto si a su edad le preocupa que le pase lo mismo. ¿Ya llegó el momento de decir “ya lo vi, ya lo hice?  Si es así ¿cómo ha logrado mantener su curiosidad, su fuerza vital tan excepcional y evidente?

Este gran hombre inhala. Por un momento parece que va a contestar. De hecho usa una de sus voces de documental, la que yo llamo verdaderamente asombrado, el tipo de voz que utiliza para expresar algún misterio natural que nunca han sabido explicar los científicos. ¿Cómo saben los pingüinos cuándo marcharse?  ¿Cómo conocen los rebaños sus rutas de migración? Attenborough con frecuencia plantea esas dudas y luego contesta, en una voz especial que es casi un suspiro: “No… lo … sabemos”.

“Yo … no lo sé”, dice, casi en un murmullo.

¿Cómo se mantiene tan vital? “He tenido una suerte fantástica, supongo. “He estado en todas partes, en todas las partes a las que he querido ir. He visto las riquezas. He tenido grandes placeres. Estas cosas son abrumadoras”.

Attenborough dice que Fothergill y los otros con frecuencia lo molestan: vamos David, admítelo, sabes que eres único. “Siempre me dicen que soy el chico más afortunado del mundo. Me recuerdan que probablemente he visto más cosas en la naturaleza que nadie·.

Así es que es gratitud, parece sugerir, lo que lo mantiene positivo. Le digo que al final de este año tan difícil, hay pocas personas a las que les quisiera pedir una reflexión optimista sobre el futuro. Sabemos que hay mucho miedo y que tenemos que cambiar. Pero ¿podemos tener esperanza en algo?

La conferencia sobre el clima del próximo año determinará la causa para un optimismo serio e inmediato, dice Attenborough. De manera más general, retoma sus recuerdos de Chernobyl. De muchas formas, dice, se trataba de un lugar desesperado y terrorífico. “Pero no era deprimente, en lo que a mi respecta. Y la impresión que me dejó era justo la resiliencia y la fecundidad de la naturaleza. Esperaba algo como una planicie volcánica, algo desolado. Y lo que vi dentro de las ruinas de la ciudad era la ebullición de la vida vegetal”. Enredaderas verdes. Árboles altísimos. “El sentimiento abrumador que me quedó es que puedes tratar mal a la naturaleza y es en esta devastación que la humanidad creó Chernobyl, trataron muy mal a la naturaleza. Pero la naturaleza regresó”.

Cierra los ojos y baja la cabeza. Recurre a su voz de salvado de las mandíbulas de la muerte. “Bastante extraordinario”.

Traducido por Graciela González

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