‘Me impidió tener sexo durante un año’: por qué la Generación Z le da la espalda al feminismo prosexo
Billie Eilish recientemente dijo que ver pornografía desde los 11 años 'destruyó' su cerebro. Foto: Matt Winkelmeyer/Getty Images for Spotify

A Lala le gusta considerarse a sí misma como una persona difícil de impresionar. En su popular cuenta de Instagram @lalaletmeexplain, reparte consejos anónimos sobre sexo y citas, desde los orgasmos hasta la etiqueta de enviar fotos de desnudos. Esta educadora sexual de 40 años y extrabajadora social (Lala es un seudónimo) tampoco es tímida a la hora de compartir sus propias experiencias en citas como mujer soltera.

Pero incluso ella se sintió perturbada por una pregunta reciente, formulada por una mujer con una hija de siete años que sorprendió a su nueva pareja viendo pornografía de “hijastras” que implicaba a jóvenes adolescentes. ¿Eso era una señal de alarma?

Dada su formación profesional, la historia activó las alarmas de Lala. “Para mí, no puedes correr esos riesgos, por cosas así estoy dispuesta a apostarlo todo”, comenta. Por eso la sorprendieron algunos de los comentarios de su cuenta de Instagram, donde pide a sus 175 mil seguidores que respondan a los dilemas de otras personas. “Había gente en esa publicación que decía: ‘Lo que la gente ve en la pornografía no es lo que hace en la vida real; ¿cómo puedes ser tan crítica?’”

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Risueño exhibicionismo… Love Island. Foto: ITV/Rex/Shutterstock

La idea de que nadie debe ser juzgado por sus deseos sexuales se encuentra en el corazón del llamado “feminismo prosexo”, el credo de que eliminar el estigma que históricamente ha rodeado la sexualidad femenina liberará a las mujeres para que se disfruten a sí mismas sin culpa ni vergüenza y ayudará a eliminar la práctica de tachar a las mujeres de zorras y de culpabilizarlas como víctimas, algo que con frecuencia impide que se tome en serio la violencia contra las mujeres. A este movimiento se le atribuye la destrucción de los tabúes en torno a temas como la masturbación, la menstruación, los derechos LGBT y la mutilación genital femenina, gracias a su insistencia en el derecho de las mujeres al placer sexual. Desde el risueño exhibicionismo de las concursantes de Love Island hasta el exuberante himno prosexo de Cardi B y Megan Thee Stallion, Wet Ass Pussy, la idea de que disfrutar del sexo no es algo de lo que uno se deba avergonzar -al menos en teoría, aunque no siempre en la práctica- se ha filtrado en la vida cotidiana de las jóvenes.

Pero si el feminismo prosexo defiende que las mujeres persigan sus propios deseos sin sentirse juzgadas, también exige que se abstengan de juzgar la forma en que otras personas tienen relaciones sexuales, al menos entre adultos que dan su consentimiento. Ahora, algunas cuestionan para quién sirve realmente esta libertad de acción y cómo se define el consentimiento, en una sociedad en la que las mujeres todavía están fuertemente condicionadas a complacer a los hombres.

En su libro Block, Delete, Move On, que se publicó este mes, Lala escribe su agradecimiento a quienes lucharon por el derecho de las mujeres a disfrutar del sexo -como y cuando quieran- y su rechazo a ser juzgada por el número de personas con las que ha dormido. Sin embargo, aunque la infinita oferta de posibles ligues que ofrecen las aplicaciones de citas ha sido estupenda para las mujeres que solo desean tener sexo casual, argumenta, tiene sus inconvenientes para las mujeres que buscan relaciones a largo plazo. “Desde que es más fácil conseguir sexo”, escribe, “se ha vuelto más difícil encontrar el amor“. A través de su cuenta de Instagram y de la columna de citas que escribe para la revista OK!, a menudo le llegan noticias de mujeres que toleran actividades que no disfrutan en la cama por miedo a ser rechazadas por otra persona más dispuesta, una historia antigua, salvo que esas normas sexuales ahora las establece la pornografía.

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Exuberancia… Cardi B y Megan Thee Stallion en el video Wet Ass Pussy. Foto: YouTube


“La liberación sexual es grandiosa, pero en cierta forma seguimos eso, y luego terminamos en un modelo de sexo que fue creado por los hombres”, señala Lala. “Tenemos la parte que consiste en: ‘Puedes hacer esto sin que te juzguen, ¡no tienes que estar casada ni preocuparte por los embarazos no deseados!’, pero no lo estamos equilibrando con la educación o ese sentido de lo que realmente es el sexo, cómo se debería sentir, cuándo deberías hacerlo, cómo deberías hacerlo”.

Cuando Lala encuestó hace poco a sus seguidores de Instagram, casi tres cuartas partes indicaron que habían tenido sexo duro o doloroso, pero que decidieron no quejarse al respecto. “Es como: ‘No lo quiero decepcionar, no quiero ser mala en la cama’. Si realmente te gusta alguien pero cada vez que tienen sexo te duele y no quieres eso, ¿cómo lo negocias cuando solo tienes 18 años?” A pesar de toda su experiencia profesional, comenta, recuerda algunas “relaciones sexuales bastante horribles” de cuando era más joven.

En diciembre, la cantante Billie Eilish, que entonces tenía 19 años, confesó que ver pornografía desde los 11 años le “destruyó” el cerebro. Al principio la hizo sentir como “uno de los chicos”, dijo en el programa de radio de Howard Stern, en Estados Unidos, pero ahora cree que deformó sus expectativas: “Las primeras veces que, ya sabes, tuve sexo, no le decía que no a cosas que no eran buenas. Era porque pensaba que eso era lo que supuestamente me tenía que atraer”.

En Twitter, las autoproclamadas feministas prosexo la acusaron de estar “en contra de la libre elección”, o de estigmatizar a las mujeres que trabajan en la pornografía, mientras que el hashtag #BillieEilish atrajo imágenes de modelos en topless con su cara burdamente agregada con Photoshop, y escabrosos alardes de los hombres sobre lo que les gustaría hacer con ella. Sin embargo, Eilish no es la única que cuestiona la forma en que los temas de la pornografía han influido en las relaciones cotidianas.

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Desventajas… de las aplicaciones de citas. Foto: Stephen Frost/Alamy

La generación Z es la generación más fluida sexualmente hasta el momento -solo el 54% de sus miembros se definen como atraídos exclusivamente por miembros del sexo opuesto, en comparación con el 81% de los baby boomers- y se puede decir que es la más aventurera. Más de uno de cada 10 adolescentes afirma haber tenido sexo anal a los 18 años, según la acreditada Encuesta Nacional sobre Actitudes Sexuales y Estilos de Vida del Reino Unido, que también descubrió que los menores de 24 años tienen casi las mismas probabilidades que las personas de mediana edad de haber tenido más de 10 parejas, a pesar de ser sexualmente activos desde varios años antes. Sin embargo, la generación más propensa a tener su primera experiencia sexual a través de la pantalla de un teléfono parece cada vez más dispuesta a cuestionar lo que esto significa para la vida de las personas.

Un tercio de las mujeres británicas menores de 40 años han sufrido cachetadas, escupidos, asfixia o amordazamiento no deseados en la cama, según una investigación realizada para el grupo de presión We Can’t Consent to This, que lucha por limitar la llamada defensa del “sexo duro” en los casos de homicidio (utilizada por los hombres que mataron a sus parejas para argumentar que las mujeres murieron accidentalmente, en juegos sexuales consentidos). Se trata de una de las recientes organizaciones de base lideradas por mujeres jóvenes contra las formas de agresión sexual facilitadas por la tecnología, desde el envío no solicitado de “fotos del pene” hasta el intercambio de fotos íntimas en internet.

Mientras que las mujeres que disfrutan del sexo duro tienen el derecho absoluto a practicarlo sin vergüenza, Lala argumenta que la normalización del dolor en la pornografía puede proporcionar amparo a algunos hombres abusivos, y hacer que las mujeres se sientan mojigatas por rechazar actos potencialmente peligrosos como la asfixia. “Muchos hombres jóvenes han incorporado el BDSM [Bondage; Disciplina y Dominación; Sumisión y Sadismo]. No les gustan los juegos de poder ni el consentimiento. Solo les gusta hacerles daño a las mujeres”.

Anna-Louise Adams tenía poco más de 20 años y estaba en la universidad en Londres cuando experimentó una serie de encuentros sexuales casuales que se volvieron bruscos sin ninguna advertencia.

“Fueron jalones de cabello bastante fuertes y nalgadas, cosas que, supongo, verías en la pornografía y que parecen bastante genéricas, pero esperarías que se tuviera una conversación antes de que ocurriera”, dice por teléfono desde Birmingham, donde está terminando una maestría en sociología. Por suerte, comenta, tuvo la suficiente confianza para oponerse. “Pero sí me pareció bastante impactante, y me disuadió de tener relaciones sexuales durante probablemente un año. Tuve dos o tres experiencias de distinto grado de intensidad y simplemente pensé: ‘¿qué sentido tiene esto?’“, comenta. “Llegué a mis propias conclusiones sobre el sexo cuando no era parte de una relación, por lo menos. Me siento bastante triste por mi yo más joven, la verdad”.

Ahora, con 25 años, y habiendo comparado opiniones con amigas que tuvieron experiencias similares, ya no considera relevante que los encuentros que se volvieron amargos fueran casuales. “He escuchado sobre muchas relaciones en las que ocurrió, y ocurrió de forma inesperada”. Hablar públicamente para la campaña We Can’t Consent to This, dice, también le ha ayudado a canalizar sus sentimientos en algo constructivo.

Algunos dirán que la positividad sexual ha beneficiado a mujeres como Adams, dándoles la confianza necesaria para poner límites en la cama y hablar abiertamente de sus experiencias.

No obstante, ella no está convencida. “No beneficia a las mujeres. Aunque haya mujeres que se sienten personalmente empoderadas, colectivamente nos sigue oprimiendo“, señala. “Me parece muy bien que se diga que ahora podemos tener relaciones sexuales sin que nos avergüencen y nos culpen como víctimas. Pero esto no es algo que se traduzca en la vida real”.

Es posible que la sensación de que la revolución no está a la altura de sus promesas idealistas esté alimentando la resistencia.

Louise Perry, responsable de prensa de We Can’t Consent to This y autora de The Case Against the Sexual Revolution, que se publicará este verano, sostiene que el movimiento originalmente destinado a liberar a las mujeres es secuestrado para servir a los intereses de los hombres. Perry, de 29 años, tenía los mismos puntos de vista liberales a principios de sus 20 años que “la mayoría de los licenciados urbanos millennials de Occidente”, sobre temas como la pornografía, la cultura de los ligues o el BDSM, pero comenzó a cuestionarlos tras trabajar durante un tiempo en un centro de crisis para casos de violación.

“No estoy en contra de la revolución sexual en sí misma, no quiero que volvamos a tener 10 hijos, o lo que hubiera sido sin la pastilla”, dice. “Pero creo que los beneficiarios [del feminismo prosexo] han sido, en su inmensa mayoría, un determinado subconjunto de hombres”.

“El feminismo prosexo, nunca se trató de decir ‘sí’ a todo “

El problema no solo radica en la pornografía, argumenta, sino en las aplicaciones de citas que, involuntariamente, hacen que los hombres sean menos responsables de sus comportamientos abusivos. “He hablado con mujeres que salieron con hombres de las aplicaciones y fueron abusadas sexualmente, y después descubrieron que él borró su perfil y ni siquiera sabían su nombre de usuario, ese es el tipo de cosas que verdaderamente están al servicio de los intereses de los hombres”.

Aunque existe poca evidencia de que los solteros borren aplicaciones en masa, es posible que la suspensión de las citas durante la pandemia haya impulsado a algunos a replantearse lo que buscan. La aplicación de citas OKCupid registró un aumento en el número de usuarios británicos que buscaban una relación a largo plazo después del confinamiento de 2020, mientras que en Estados Unidos, el informe anual de Match.com sobre los solteros en Estados Unidos del año pasado reveló que solo el 11% de los usuarios afirmaba buscar aventuras casuales, con cualidades como la confianza y la madurez emocional ahora valoradas por encima del atractivo físico. Aunque solo sea temporalmente, parece que la soledad y la inseguridad derivadas del confinamiento volvieron más atractiva la relación de pareja.

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No es antisexo… la activista asexual Yasmin Benoit habla en el festival del orgullo gay de Praga en 2019. Foto: CTK/Alamy

No obstante, la idea de que el feminismo prosexo está “pasando de moda”, como argumentó la escritora del New York Times Michelle Goldberg, puede parecer retrógrada para algunas personas. Después de todo, nunca se trató de decir “sí” a todo. De hecho, algunos activistas prosexo se caracterizan por no desear activamente el sexo, como la modelo de lencería Yasmin Benoit, que se identifica como asexual o as -lo que significa que nunca o rara vez experimenta atracción por otros-, pero sostiene que no es antisexo por el simple hecho de no estar interesada, personalmente. Además, históricamente, el positivismo sexual tiene sus raíces en los esfuerzos para combatir la violencia sexual, a través de protestas como el movimiento “Slut Walks” de la década pasada, en el que las mujeres marcharon, con el torso cubierto con el brasier, para proyectar el mensaje de que nadie lo “está pidiendo” por su forma de vestir.
Curiosamente, para la Generación Z en particular, mientras que el positivismo sexual se asocia con frecuencia a las opiniones de la izquierda liberal o al apoyo a los derechos de los transexuales, la reacción negativa en su contra se ha asociado -no siempre de forma justa- tanto a los medios de comunicación de la derecha como a las opiniones críticas sobre el género. (El prólogo del libro de Perry está escrito por la profesora Kathleen Stock, la académica que renunció a la Universidad de Sussex el año pasado, tras las protestas en contra de sus opiniones sobre los derechos de las personas trans).

“Creo que nos encontramos al borde de una verdadera reacción negativa contra el sexo”, comenta la activista y escritora Laurie Penny, autora de Sexual Revolution: Modern Fascism and the Feminist Fightback, que señala que el hecho de eliminar el estigma del sexo permitió que las mujeres hablaran de lo que antes constituían temas tabúes. “Una cultura en la que el sexo está estigmatizado también es una cultura en la que no podemos hablar de ninguna de esas cosas y no creo que exista algo progresista en una sociedad que quiere controlar o limitar la sexualidad de las mujeres”.

Penny, que utiliza los pronombres they/them, también considera que algunos ataques al feminismo prosexo -como que significa que la pornografía está exenta de crítica- son peleas con hombres de paja. “Existe una cita excelente de [la estrella de la pornografía] Stoya, que dice que intentar aprender sobre el sexo viendo pornografía es como intentar aprender a manejar viendo videos de camiones monster. La cuestión es que rara vez veo ese argumento, el de que no se puede criticar la pornografía”, explica.

Sin embargo, Penny está de acuerdo en que la etiqueta “sex-positive” se está volviendo obsoleta en una cultura en la que han desaparecido las antiguas limitaciones del comportamiento sexual, pero en la que perdura la amenaza de la violencia masculina. “En esta cultura aparentemente liberada sexualmente, las mujeres todavía no se sienten capaces de poner límites y decir lo que quieren, y todo está determinado por lo que los hombres creen que deben querer. No creo que el problema consista en un exceso de liberación sexual, sino en que no es suficiente. Es necesario abordar efectivamente la violencia sexual para crear una auténtica liberación sexual”.

Si se está produciendo una reacción negativa, puede que no signifique un retorno al conservadurismo sexual. El año pasado, el hashtag “Cancel P*rn” se empezó a extender en TikTok, con usuarios que compartían historias terroríficas de plataformas de clasificación X que albergaban imágenes de violaciones y abuso infantil, o que hablaban del impacto de la industria del sexo en sus propias vidas. Aunque en ocasiones este tipo de argumentos son calificados como feminismo “sexualmente negativo”, parece que la palabra negativo no es la adecuada para cuentas como la de @profitfromtrauma, una exacompañante de 23 años y “sugar baby” de hombres mayores ricos que le pagaban a cambio de sexo. Ahora trabaja como asesora de traumas y responde las preguntas de sus seguidores acerca de por qué -a diferencia de otras cuentas de trabajadoras sexuales más optimistas en la plataforma- no podía recomendar su antigua carrera. No obstante, no se muestra nada mojigata. Una de sus publicaciones más populares se titula “Cómo disfruto mi cuerpo sabiendo que ya no soy un objeto de 150 libras para los hombres”.

El elemento que falta en esta revolución a medias, argumenta Lala, es un cambio cultural en la actitud de los hombres. “El feminismo prosexo sentó las bases, nos proporcionó una plataforma y una voz y un espacio para usar nuestras voces. Pero si no conseguimos que se sumen los hombres y una educación sexual adecuada, todos seguiremos en la misma rueda de hámster de siempre”.

Reconoce que eso no ocurrirá de la noche a la mañana. Pero sí percibe destellos de esperanza. Hace poco, asesoró a un hombre que llevaba años asfixiando a su novia durante las relaciones sexuales. Solo hasta que su novia se armó de valor para decirle que no le gustaba, él admitió que tampoco le gustaba. Resulta que ambos seguían la corriente de lo que creían que el otro quería y deseaban secretamente que el otro lo hiciera parar.

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