No creerás cuáles son los productos agrícolas más dañinos
Un 28% de la superficie mundial está destinada al pastoreo. Foto: Anadolu Agency/Getty Images

Quizá el más importante de todos los problemas medioambientales es el uso de la tierra. Cada hectárea de tierra que utilizamos para las industrias de extracción es una hectárea que no puede albergar bosques silvestres, sabanas, pantanos, praderas naturales y otros ecosistemas cruciales. Y la agricultura engulle mucha más tierra que cualquier otra actividad humana

¿Cuáles son los productos agrícolas más dañinos del mundo? La respuesta podría sorprenderte: la carne de res y de cordero orgánica procedente de animales alimentados con pasto. Me doy cuenta de que esta es una afirmación impactante. De todas las afirmaciones de mi nuevo libro, Regenesis, esta es la que más ira ha provocado. Pero no estoy intentando darles cuerda a las personas. Estoy intentando representar los hechos. Permítame explicarlo.

Los campos cultivables, de los que una parte se destina a la alimentación de los animales de granja, ocupan el 12% de la superficie terrestre del planeta. Sin embargo, se utiliza mucha más tierra (28%) para el pastoreo: en otras palabras, para la carne y la leche procedentes de animales alimentados con pastos. No obstante, en toda esta vasta superficie, los animales de granja alimentados exclusivamente con pastos solo producen el 1% de las proteínas del mundo.

Los ganaderos suelen afirmar que sus sistemas de pastoreo “imitan a la naturaleza”. Si es así, esta imitación es una burda caricatura. Una revisión de la evidencia de más de 100 estudios reveló que cuando se retira el ganado de la tierra, aumenta la abundancia y la diversidad de casi todos los grupos de animales salvajes. La única categoría en la que disminuye el número de animales cuando cesa el pastoreo del ganado vacuno u ovino es la de los animales que se alimentan de estiércol. Donde hay ganado, hay una menor cantidad de mamíferos, aves, reptiles e insectos silvestres en la tierra, y menos peces en los ríos. Y quizás lo más importante –debido a su papel crucial en la regulación de los sistemas vivos– es que no suele haber grandes depredadores.

En el Reino Unido no pensamos en los grandes depredadores porque los exterminamos. Los esfuerzos para reintroducir linces y lobos se han visto frustrados hasta la fecha por las objeciones de los ganaderos. En Estados Unidos, donde todavía existen grandes carnívoros, los organismos federales y estatales libran una guerra contra ellos en nombre de los productores de ganado vacuno y ovino, muchas veces con una brutalidad asombrosa. Un organismo federal llamado Servicio de Vida Silvestre utiliza señuelos envenenados, trampas y trampas de sujeción de piernas, así como disparos desde aviones y helicópteros para matar lobos, coyotes, osos y linces. Sus agentes han incinerado cachorros en sus madrigueras o los sacan a rastras y los apalean hasta la muerte.

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La masa mundial de animales de granja actualmente es 22 veces mayor que la de todos los animales salvajes.

Gráfica de The Guardian. Fuente: National Food Strategy análisis basado en: Bar-On, Y. M., Phillips, R., & Milo, R. (2018). La distribución de la biomasa en la Tierra, Proceedings of the National Academy of Sciences

Quizás sus herramientas de matanza más controvertidas sean las minas terrestres de cianuro: latas de cianuro de sodio llenas de resortes plantadas en el suelo, que rocían el veneno en la cara de los animales que tropiezan con ellas. Han matado a una amplia variedad de especies en peligro de extinción, a docenas de perros domésticos y al menos a una persona. Son muy pocos los lugares –sobre todo en el este y el sur de África– en los que los ganaderos toleran a los grandes depredadores, en general donde los ingresos por turismo son elevados.

Incluso si logramos ignorar esta cuestión ecológica crucial, todavía existe un enorme problema. Muchos ganaderos afirman ahora que practican la “ganadería regenerativa”. La definición mínima de regeneración ecológica consiste en permitir que los árboles resurjan en las tierras antes boscosas. En las tierras altas de Gran Bretaña, a juzgar por la experiencia de los gestores de las poblaciones de ciervos, esto significa un máximo de una oveja por cada 20 hectáreas (50 acres). Sería mejor no tenerlas en absoluto. En las tierras bajas, el proyecto de rewilding (reintroducción de especies) de Knepp, en Sussex, muestra hasta qué punto se debe reducir la producción para permitir el resurgimiento de los árboles y de otras especies silvestres: solo genera 54 kg de carne por hectárea. Si, como proponen muchos chefs y amantes de la comida y algunos ecologistas, la carne solo procediera de granjas regenerativas, sería tan escasa que solo la consumirían los millonarios.

En realidad, la gran mayoría de la carne “regenerativa” procedente de animales alimentados con pastos carece de todo ello. Es una ganadería renombrada, posiblemente la industria más destructiva de la Tierra. En Estados Unidos, el pastoreo de ganado es la principal razón de la degradación de la tierra. Ha provocado que una especie invasora llamada espiguilla (bromus tectorum) se extienda por toda Norteamérica, devastando los ecosistemas. Las cercas para el ganado excluyen a los herbívoros salvajes y detienen la migración. Los métodos supuestamente más ecológicos que algunos ganaderos denominan “manejo holístico” o “pastoreo planificado” son tan malos para la fauna como la ganadería convencional.

En el Reino Unido, mis cálculos sugieren que se utilizan aproximadamente 4 millones de hectáreas de colinas y montañas para la cría de ovejas. Casi toda esta superficie, que de otro modo albergaría un bosque tropical templado, carece de árboles, ya que los semilleros de estos son muy nutritivos y las ovejas se los comen de forma selectiva. En algunas zonas del centro de Londres hay más árboles por hectárea que en las colinas británicas “salvajes” donde pastan las ovejas. La vegetación que queda en la zona se encuentra muy deteriorada.

Cuatro millones de hectáreas representan el 22% de toda la superficie cultivada. Equivale aproximadamente a toda la tierra utilizada para cultivar cereales en este país, y 23 veces la superficie utilizada para cultivar frutas y verduras. No obstante, en términos de calorías, la carne de cordero y de borrego aporta poco más del 1% de los alimentos del Reino Unido.

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Animal Rebellion realizó una protesta en el mercado de carne Smithfield de Londres en 2019. Foto: Ollie Millington/Getty Images

La producción de carne procedente de animales alimentados con pastos, en otras palabras, es la principal causa de la expansión agrícola. Las personas se quejan de la expansión urbana: el uso derrochador de la tierra para viviendas e infraestructuras. Sin embargo, las zonas urbanas del mundo solo ocupan el 1% de la superficie terrestre del planeta, en comparación con el 28% que se utiliza para el pastoreo. La expansión agrícola implica un coste de oportunidad ecológico muy alto: la ausencia de ecosistemas que existirían de otro modo.

Esto coincide con el coste de oportunidad del carbono de la carne de res y de cordero procedente de animales alimentados con pastos. La producción de carne genera dos tipos de impacto en el calentamiento global: su cuenta corriente climática, es decir, los gases liberados por los animales de granja, y su cuenta de capital climático, que se refiere al dióxido de carbono que la tierra podría absorber si se regenerara. La cuenta corriente está dominada por los potentes gases de efecto invernadero metano y óxido de nitrógeno. Las granjas de carne orgánica, cuyos animales tardan más en crecer y necesitan aún más tierra, pierden el doble de nitrógeno por cada kilo de carne en comparación con las granjas de carne convencionales. En la mayoría de los casos, sus emisiones de cuenta corriente son asombrosamente altas, incluso en comparación con la ganadería de res convencional, aunque algunos experimentos orgánicos, como FAI Farms en Wytham, en Oxfordshire, han hallado formas de reducir el tiempo que tarda en engordar el ganado.

La cuenta de capital de la ganadería siempre está en deuda, pues los ecosistemas silvestres almacenan más carbono que los campos y pastizales que han ocupado su lugar. Estas deudas pueden ser enormes. Un estudio realizado sobre los costes de oportunidad del carbono, publicado en la revista Nature, reveló que, mientras que el coste promedio global de la soya es de 17 kg de dióxido de carbono por cada kilo de proteína, el coste promedio de oportunidad del carbono de un kilo de proteína de carne de res es de unos sorprendentes mil 250 kg. Otro artículo calcula que si todos adoptáramos una dieta basada en plantas, el carbono extraído de la atmósfera por la recuperación de los ecosistemas equivaldría al de las emisiones mundiales de combustibles fósiles de los 16 años anteriores.

La industria ganadera ha contraatacado con una masiva campaña de relaciones públicas, intentando persuadir a las personas de que la carne procedente de animales alimentados con pastos ayuda a reducir el calentamiento global mediante el almacenamiento de carbono en el suelo. Sin embargo, a pesar de las muchas afirmaciones, no existen pruebas empíricas de que el almacenamiento de carbono en los pastizales pueda siquiera compensar las emisiones de la cuenta corriente del pastoreo, y mucho menos resolver la deuda de capital. De la misma manera en que la industria petrolera trató de convencernos de que el CO2 era bueno para el planeta con el argumento de que es “alimento para las plantas”, la industria ganadera ha buscado sembrar la duda y la confusión sobre sus vastos impactos medioambientales.

Vivimos en una burbuja de ilusión sobre el origen de nuestros alimentos y cómo son producidos. Hemos lidiado con historias cuando deberíamos estar lidiando con números. Nuestra estética gastropornográfica, incrustada en la fantasía bucólica, se encuentra entre las mayores amenazas para la vida en la Tierra.

El libro de George Monbiot Regenesis: Feeding the World Without Devouring the Planet, es publicado por Penguin.

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