La increíble historia real del ‘Maradona hondureño’
El futbolista hondureño Alexander López. Ilustración: Getty/Guardian Design

Voy a contar la historia como siempre la he contado. Cuando era adolescente, mi mejor amigo y yo hacíamos muchas bromas. Queríamos ser como Chris Morris, engañar a los famosos, a los periodistas y a los políticos en situaciones absurdas que nosotros creábamos. Morris, por supuesto, es un genio y su sátira sigue siendo el referente. Nosotros no éramos genios. Para nuestras mentes de 13 años, su trabajo ofrecía una lección sencilla: simplemente podías llamar a la gente, a las personas influyentes, y mentirles por diversión.

Así que lo hicimos. Mi primer intento fue en la víspera de las elecciones generales de mayo de 2010, cuando llamé al Hotel Hilton en Westminster, haciéndome pasar por el jefe de gabinete de David Cameron, Ed Llewellyn. Hablé con su director de eventos privados durante 45 minutos y ordené un estupendo banquete de fiesta para la inminente victoria de los conservadores: cientos de botellas de Krug, bandejas de shepherds’ pie (pastel de carne de cordero y papas), plumas para que cayeran del techo en el momento en que se anunciara que la votación estaba a su favor. Todas estas peticiones fueron enviadas al hotel desde el correo electrónico de mi escuela una tarde. A la mañana siguiente, me sacaron de mi clase de geografía y me dijeron que el hotel había llamado a mi escuela solicitando un depósito de 10 mil libras. Casi me expulsan.

Durante los años siguientes, a medida que envejecíamos toda una vida entre los 13 y los 16 años, seguíamos haciendo travesuras y engañando, utilizando correos electrónicos falsos, acentos falsos y trucos de Wikipedia para hacernos reír. Dejamos nuestros nombres en las páginas de Wikipedia de grupos indie poco importantes con la esperanza de que tuvieran repercusión. Yo llegué a ser nombrado “multiinstrumentista” de Mystery Jets por un crítico musical australiano; mi amigo sigue apareciendo en la página en sueco de la banda de rock escocesa Del Amitri. En 2011, le reservamos al veterano futbolista francés William Gallas una habitación en un hotel de lujo de las Midlands, haciéndonos pasar por su agente, y después avisamos a los periódicos sobre su inminente fichaje por el Birmingham City. Cuando el entrenador del club, Alex McLeish, se vio obligado a desmentir esos rumores en vivo en Sky Sports News la mañana siguiente, nos reímos hasta que no pudimos respirar.

Era una sensación poderosa. Éramos pequeños maestros, lo suficientemente inteligentes como para imitar a nuestros objetivos y lo suficientemente tontos como para no temer sus represalias. Sin embargo, lo mejor estaba por suceder. En 2012, los Juegos Olímpicos llegaron a Londres. Entre las naciones que competían en futbol estaba Honduras. Honduras, un pequeño país centroamericano de 10 millones de habitantes, no tiene una historia futbolística deslumbrante. Como un irónico caso perdido para que dos molestos jóvenes de 16 años se interesaran por él, era perfecto. Y para nuestra próxima estafa, queríamos un lienzo en blanco, que encontramos en su joven centrocampista que tenía el número 10: Alexander López.

López tenía 19 años y había anotado tres goles en 28 partidos con el CD Olimpia, que acababa de ganar el campeonato de la liga hondureña. Cuando consultamos su página de Wikipedia, los tres goles de su carrera pronto se convirtieron en 11; entonces se abrió una columna en su tabla de estadísticas para los “pases de gol” y consideramos que debería tener 20. Construimos una gran historia sobre él. A medida que su fama crecía en Centroamérica, fue invitado a hacer pruebas en el Nápoles, el Málaga y el Tottenham Hotspur. Era el próximo gran jugador. Para los aficionados, era más conocido por su apodo: el “Maradona hondureño”.

Una vez que su perfil en línea estaba listo y pulido, buscamos un premio mayor: su nombre en la prensa. Nuestro plan era convencer a la prensa británica de que el Wigan Athletic, el club de la Premier League que había traído a tres jugadores hondureños a Inglaterra en las últimas temporadas, estaba a punto de fichar a López por 2.5 millones de libras. Pasamos un día llamando a los periódicos locales, después a los regionales y luego a los nacionales. En varios momentos me hice pasar por un fisio del club, un amigo del fisio, un representante y un periodista local independiente. Al atardecer, un editor, que creía estar hablando con un periodista, estaba en el teléfono. Y así, el 28 de julio de 2012, en las últimas páginas de la edición de recuerdo de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos del Times, se pueden encontrar las siguientes fatídicas palabras: “El Wigan Athletic ha acordado un acuerdo de 2.5 millones de libras por Alexander López, el creador de jugadas de Honduras, del Olimpia”. La historia fue retomada incluso en Honduras por el periódico sensacionalista local Diario Diez. Nos reímos; nos encantó. Lo habíamos vuelto a hacer.

La increíble historia real del 'Maradona hondureño' - periodico
El aviso sobre López en el Times en 2012. Foto: The Times

López se convirtió en nuestra broma privada. Conforme pasaban los meses, seguíamos comprobando su estado, aprovechando para inflar aún más sus estadísticas. En julio de 2013 llevaba 18 goles y 34 pases de gol, cifras que lo pondrían a la par de Messi y Ronaldo a una edad similar. Cifras que nadie creería.

Entonces, una tarde de agosto, poco más de un año después del propio día de la broma, nos topamos con algo realmente increíble. Era un comunicado de prensa de un importante equipo estadounidense, el Houston Dynamo. El club anunciaba el fichaje por un millón de dólares de un “joven internacional con un futuro brillante”, que había “registrado 18 goles y 34 pases de gol en 51 partidos de liga”.

Oh, Dios.

El nuevo fichaje ganaría 212 mil dólares al año, el quinto salario más alto del club.

No puede ser.

La página web del club celebró esta nueva llegada con una foto de López, sonriente, sosteniendo una camiseta naranja con “ALEX – 10” en la espalda.

No fuimos nosotros, ¿verdad? ¿O sí?

Con los ojos abiertos de par en par, revisamos los foros y los tableros de comentarios para encontrar a los aficionados celebrando la llegada del jugador al que sin duda llegarían a adorar, un talento que deslumbraría a la MLS (Major League Soccer, la máxima categoría del futbol en Estados Unidos), que traería la gloria y la aclamación al Houston a perpetuidad. Estaban a punto de recibir al Maradona hondureño.

Llevo toda mi vida adulta contando esta historia. Al final, como siempre, todos preguntan lo mismo: “¿Qué pasó con Alexander López?”. Buena pregunta. Antes no me importaban los detalles, una vez que mi pequeña participación estelar había terminado. No brilló en la MLS; quizás el club descubrió la verdad y lo envió a entrenar con las reservas, especulaba. Sabía que al final terminó en Arabia Saudita. Imagínate la cantidad de dinero que tiene, diría yo. “¡Te lo debe!”, respondía la gente riendo. “Sí, ¡quizá es así! ¿Dónde está mi parte?” respondería, antes de descartar la posibilidad con falsa modestia

Hubiera sido más exacto decir que yo le debía una parte a López. Desde el primer día, me he beneficiado de ello. Presumí la broma en la entrevista para mis primeras prácticas; escribirla fue mi primera comisión pagada en una pequeña revista de Liverpool llamada Halcyon; ese artículo me consiguió directamente mi primer trabajo, y el segundo, el tercero y el cuarto de manera indirecta. Fue una forma de entrar en el sector, una palmadita en la cabeza, un truco para entretener utilizado casi siempre para obtener beneficios profesionales.

La increíble historia real del 'Maradona hondureño' - lopez-jugador-de-futbol-1280x768
López jugando para Honduras. Foto: Isaiah J Downing/USA Today Sports.

Hace tiempo perdí la pista de dónde jugaba López, pero eso nunca me ha impedido seguir dándole cuerda. En un momento determinado, sin embargo, entre todos los cumplidos y los alardes, comencé a pensar más en las implicaciones de lo que había estado presumiendo todo este tiempo. Si mi broma realmente había influido en el fichaje de López, entonces habría alterado cruelmente la vida de un joven y prometedor futbolista. Podría haberlo llevado al fracaso en el Houston: aficionados con expectativas poco realistas, entrenadores y compañeros de equipo decepcionados, un joven que se encuentra perdido y solo en un nuevo lugar. Si el fichaje había sido una mera coincidencia, y mi broma había sido irrelevante, entonces había estado mintiendo a casi todos los amigos y colegas que había conocido, jactándome de una fantasía construida sobre las bases poco sólidas de un rumor de fichaje erróneo en 2012.

Me carcomió un poco, cuanto más pensaba en ello. Necesitaba averiguar si había sido un troll, un farsante, o ambas cosas. Y como había pocas fuentes en las que pudiera confiar en la red (tras haber envenenado un poco el asunto hace una década –un problema de mi propia creación, lo reconozco–) empecé a seguir el rastro de Alexander López, en un vuelo transatlántico de Londres a Houston a Dios sabe dónde, para ver si podía alcanzar al Maradona hondureño, para corregir el registro de su vida, y para contarle lo que había hecho.

Uno de los problemas de realizar un viaje largo en avión para llegar al fondo de algo sumamente estúpido que hiciste cuando eras adolescente es que tienes mucho tiempo en el aire para reflexionar sobre la auténtica idiotez no solo de tu plan original, sino del plan posterior que te ha llevado, como supuesto adulto, a estar sentado en un avión, rumbo a una ciudad desconocida, para entrevistar a docenas de personas, incluida una parte decente del personal directivo de un equipo razonablemente grande de la MLS, bajo las premisas menos sólidas. Como había acordado visitar la cancha de entrenamiento del Houston Dynamo inmediatamente después de aterrizar, no pude practicar mi modalidad favorita de vuelo de larga distancia, que consiste en beber vodka y Powerade hasta quedar inconsciente y despertarme 10 horas después.

Después de aterrizar, me dirigí al Houston Sports Park, ubicado en el sur de la ciudad. Mientras esperaba para reunirme con Nick Kowba, que era el director de operaciones de futbol del Dynamo cuando el club fichó a López y que ahora es el subdirector general del club, observé cómo los carritos de golf llenos de pelotas y conos zigzagueaban a lo largo de la árida privada que separa los dos campos más cercanos. Un portero me saludó en un momento dado. Me sentí como si me hubiera colado.

Había conseguido entrevistas con prácticamente todas las autoridades que pude encontrar relacionadas con López en el Houston: Kowba, el exgerente Dominic Kinnear, el expresidente del club Chris Canetti, el exvicepresidente senior Matt Jordan, y el icono de Honduras y del Dynamo, Óscar Boniek García. De esas conversaciones surgió una historia consistente.

García le había avisado a Kowba sobre el potencial de López en el Olimpia en el verano de 2012 (casi al mismo tiempo en que empecé a inmiscuirme en sus estadísticas en internet, señalé para mis adentros). “Recuerdo que Boniek nos dijo: ‘Hay que prestarle atención a este chico’, y eso hicimos. Comenzamos a preguntar por ahí para saber más sobre su carácter, su profesionalismo, su vida familiar”.

La increíble historia real del 'Maradona hondureño' - alexander-lopez
Alexander López durante su etapa en el Houston Dynamo. Foto: Icon Sports Wire/Corbis/Icon Sportswire/Getty Images

El cuerpo técnico –que en ese momento también era el equipo de cazatalentos– comenzó a revisar los partidos de López con Honduras durante los Juegos Olímpicos. Posteriormente, viajaron para verlo jugar con su Olimpia natal. Kinnear quedó impresionado. “Pasó todas las pruebas para nosotros”, me dijo a través de Zoom. “Le dije a los directivos que era un jugador con un futuro brillante, en la MLS y posiblemente fuera de ella”. El club lo fichó debidamente.

Al principio, las cosas parecían funcionar. En su primera aparición, López causó un gran impacto, dando un pase de gol en el único gol del Houston en la derrota de 4-1 ante los New York Red Bulls. Sin embargo, el abismo entre las ligas hondureña y estadounidense pronto frenó su progreso. La condición física era un problema, dijo Kinnear a los periodistas. También lo fue el idioma, como lamentó López ante la prensa hondureña en una visita a su país en diciembre de 2013.

Los aficionados del Dynamo perdieron rápidamente el entusiasmo respecto a su nuevo fichaje. Cuando llegó en agosto de 2013, un boletín de la revista de estilo de vida de Houston que se publica en español, Famosos, exageró la llegada de “el Maradona Hondureño”.

“Hay esperanza de que haya un poco de creatividad y fuerza, algo que le ha faltado al @HoustonDynamo durante años”, escribió un aficionado en Twitter. “Casi todos los movimientos que hace el Dynamo son los correctos”, escribió otro. Tres semanas después, algunos aficionados del Houston se mostraban cada vez más escépticos. Esto escribió @Skeelon1215: “¡Maradona hondureño, mentira!”

López tardó otros 10 meses en volver a aparecer en el once titular, esta vez en una derrota de 2-0 ante el Sporting Kansas City. Sería su último partido de liga bajo la dirección de Kinnear. Tuvo una pequeña racha con el sucesor de Kinnear, el veterano escocés Owen Coyle, sin embargo, cuando le ofrecieron un salario más bajo en su renovación de contrato, decidió regresar a Honduras. Seis meses después, se marchó a la liga de Arabia Saudita, para jugar en el equipo de futbol del Al-Khaleej, un club polideportivo más conocido por sus éxitos en el handball internacional. Duró seis meses, y regresó de nuevo a Honduras para reconstruir su carrera en el Olimpia.

En Houston, buscando la opinión de un aficionado sobre López, me indicaron un lugar donde se reúnen los seguidores del Dynamo cuando el equipo juega fuera de la ciudad, un bar deportivo llamado Cobo’s. Fui a ese lugar para conocer a uno de los grupos oficiales de aficionados del club: The Surge, uno de los más nuevos y más llamativos de los cuatro grupos de aficionados designados. Recorrí el local en busca de recuerdos de López, mientras comía quesadillas de costilla de res y bebía latas de Lone Star, al fin y al cabo, estaba en Texas. La mayoría de los aficionados con los que conversé se dieron cuenta de inmediato, diciéndome que nunca alcanzó el nivel deseado, o que podría haber sido mejor utilizado, o preguntándose por qué estaba indagando sobre un jugador secundario de siete años antes. Todas las respuestas eran comprensibles.

La increíble historia real del 'Maradona hondureño' - image-1-27-1280x854
Aficionados del Houston Dynamo en su estadio en 2013. Foto: Scott Halleran/Getty Images

Cuando le pregunté a Robb Zipp, seguidor del club desde su creación en 2006 y prolífico livestreamer de YouTube, no supo qué decir. Entonces, preguntó: “¿Tiene una página de Wikipedia?” De eso sí podía dar fe. Nos sentamos afuera, terminando nuestras cervezas, y vimos su perfil en internet; en aras de la integridad, señalé las partes que seguían siendo obra mía. Zipp se sorprendió de verdad cuando lo vio vestido con el naranja del Dynamo.

¿Llegó la broma a los altos directivos del Dynamo? Bueno, les pregunté a todos los altos cargos del Dynamo y fueron tremendamente claros al respecto. Kinnear se echó a reír cuando le pregunté si había escuchado la historia del Maradona hondureño. “La primera vez que escuché ese apodo fue gracias a ti, hoy”. Boniek García no tenía ni idea; Kowba dijo que no recordaba si lo había escuchado, pero aclaró que ese tipo de apodos, por lo general, eran “cualquier cosa”, y que él “no le daba importancia al apodo de alguien, para ser sincero”.

Es posible que Chris Canetti, el expresidente del club, se sintiera un poco sorprendido. Cuando le pregunté, me aseguró tranquilamente que “sabían sobre (el nombre) cuando se hizo el fichaje, pero que no le dieron demasiada importancia”. Cuando insistí en el tema de las estadísticas falsas ante un hombre que debería saberlo, el exdirector general y vicepresidente sénior Matt Jordan, no me alentó mucho: no había escuchado nada de eso mientras estuvo a cargo, ni tampoco desde entonces.

Parecía que, como mínimo, podía perdonarme la acusación de haber condenado la etapa de López en el Houston antes de que empezara, a todos los directivos del Dynamo les gustaba, todos deseaban que pudiera haber hecho un poco más, pero sin duda no habían considerado que les hubieran vendido gato por liebre en lo que se refiere a él. De lo que no me había enterado mucho, ni por los aficionados ni por las pláticas con el personal, era de lo que le esperaba a López. Así que volví a hablar con Kinnear, que ahora es entrenador asistente en el FC Cincinnati, y le pregunté si le había seguido la pista. Lo hizo.

Resultó que Alexander López ahora juega en Costa Rica, y que es un gran jugador allí. Su club, el LD Alajuelense, ganó su 30º título de liga en 2020. Ese mismo año, ganó la Liga de la Concacaf –el equivalente regional de la Europa League– venciendo a su gran rival, el Deportivo Saprissa, en la final del torneo; López, casi siempre presente en el equipo, anotó el gol de la victoria. Al momento de escribir este artículo, el Alajuelense compite por otro doblete nacional y continental.

Kinnear recuerda con cariño haber visto a López jugar con el Alajuelense en la Liga de Campeones de la Concacaf, la principal competencia de la región, contra el Atlanta United el año pasado. “Y ya sabes, juega exactamente igual. Fue como volver a verlo por primera vez. No ha cambiado“, comentó.

Reflexioné sobre mi situación. Costa Rica estaba a tres horas y media de Houston; mi hogar estaba a 12 horas. Los vuelos eran económicos, al igual que los lugares para alojarse. Aunque en Houston me había respondido algunas preguntas, en realidad no había encontrado lo que buscaba. Lo que estaba buscando era López, y si existía un momento para poner fin a esta historia, era ahora. Tenía que volar a San José, y tenía que hacerlo de inmediato.

En el taxi que me llevó al absurdamente llamado Aeropuerto Intercontinental George Bush –un detalle que había estado demasiado estresado como para apreciar en su totalidad durante el trayecto– recité rápidamente la historia de cómo había llegado aquí, así como mis planes para Costa Rica, a un genial jubilado tejano que se sorprendió al saber que la ciudad tenía un equipo de futbol. Sobre mi historia, se mostró ambivalente. Cuando me dejó en la terminal y terminé mi relato de 20 minutos sobre el viaje, me dijo, un poco abrumadoramente, “Bien por ti”.

Es cierto, no se trataba precisamente de un reportaje pionero. Y aun así, cuando me dirigía a San José, tenía la sensación de estar saltando a lo desconocido. Cuando abordé, todo lo que tenía era el número de teléfono del agente de López, y una breve oportunidad para atrapar al jugador: en algún momento entre sus dos próximos partidos, ambos disputados fuera de casa en diferentes rincones de Costa Rica, y cuando no tuviera que estar en el entrenamiento de forma inminente. Desde su llegada en 2017, López se había convertido en uno de los mejores jugadores de la liga. No podía pretender llegar a una entrevista con él, como tampoco podía esperar agendar una plática con Kevin de Bruyne con dos días de anticipación.

A mi llegada, convertí mi habitación de hotel en un centro de comando, intentando contactar a intérpretes y agentes y, con suerte, al propio hombre. Para conseguir la entrevista sin asustar a López ni a sus representantes, me había hecho pasar por una especie de reportero deportivo, con la simple intención de repasar su carrera para un artículo sobre el impacto permanente de las altas expectativas en los llamados “niños prodigio”. Lo cual era, en efecto, si no en espíritu, básicamente cierto.

Solo me separaba de mi laptop, del teléfono y de la pestaña de Google Translate para pasear por la alberca del hotel, beber Sprite y planear los siguientes pasos, mientras desarrollaba el plan poco a poco a medida que la posibilidad de conseguir la entrevista se volvía más clara. Me sentía intrépido. Era Truman Capote en Kioto, abriéndose camino en su famosa entrevista con Marlon Brando. Era AJ Liebling reportando desde Normandía la noche en que los aliados cruzaron el canal.

Finalmente, después de algunos mensajes de texto serviles en mi mejor español, me dieron una hora y una fecha: a las 4 de la tarde del día siguiente en el Hilton La Sabana en San José, piso 18, el SkyLobby del edificio más alto de Costa Rica. Esa noche lo celebré llevándome al único restaurante que quedaba a poca distancia: de todas las cosas, un local de curry. Pedí “la especialidad de la casa”, que resultó ser un korma de cordero, extra picante.

Cuando llegó el gran día, salí corriendo a un bar cercano con dos horas de antelación para mentalizarme. Ensayé los intercambios de palabras, calculé la firmeza de mi saludo de manos y consideré lo que para mí era la posibilidad muy real de que me dieran un puñetazo en la cara. Mientras miraba hacia la concurrida calle, apreté un poco los dientes para practicar cómo aguantarlo como un hombre.

Una vez que mi intérprete, Illeana, llegó al Hilton, me dirigí al piso 18, tomé asiento con vistas al estadio nacional de Costa Rica y, con los pulgares sudorosos, tecleé “Estamos en SkyLobby”, mientras sopesaba la posibilidad de huir de vuelta al Reino Unido.

Cuando salió del elevador y entró en el lujoso y ventilado bar, López se veía completamente tranquilo. A pesar de vivir cerca de Alajuela, un suburbio de la capital, López se había registrado en el San José

Hilton para llevar a sus hijas a nadar, que es el tipo de cosa elegante que puedes hacer si eres una estrella de lo que tenemos que llamar, por razones de patrocinio, La Liga Promerica. Nos dimos la mano, conversamos un poco y nos sentamos para lo que fue, en apariencia, un recuento directo de su carrera.
Resultó que no tenía motivos para darle una falsa reputación: López había sido prodigioso por derecho propio. Más o menos a los 15 años, empezó a ser proclamado como la estrella joven más brillante del Olimpia, apareciendo en las reservas del equipo junto a hombres completamente adultos antes de haber firmado un contrato profesional. “Cuando apenas tenía 18 años, el presidente del Rosenborg” –el equipo más galardonado de Noruega– “vino a verme jugar, y quiso comprarme”, me comentó López. “Pero nuestro presidente lo impidió. Quería que primero adquiriera más experiencia”. Para mi asombro, me contó entonces que en esa época –todo un año antes de que yo intentara vincularlo al Wigan Athletic– había llamado la atención del Arsenal, y le ofrecieron una prueba para entrenar con ellos durante unas semanas.

Hablamos de su estancia en el Houston. Su respuesta coincidía prácticamente con la del personal del Dynamo: había tenido problemas con su condición física, el ritmo de juego y el idioma. Pero le encantaba Houston, le encantaba Estados Unidos. Una de sus hijas nació durante su estancia allí. Había hecho amigos y se había desarrollado como jugador. En cuanto al apodo, le pregunté casualmente, como lo haría un reportero, y me respondió que había escuchado sobre él, aunque se rió como si se tratara de un capricho de la vida: ¡los aficionados a veces inventan apodos tontos!

Habló con más tristeza sobre los meses solitarios y difíciles que pasó en la pequeña ciudad de Arabia Saudita. “Todos nuestros entrenamientos eran a las 11 de la noche porque los días eran demasiado calurosos, así que regresaba a casa todos los días a las 2 de la madrugada con mi esposa y mi hija, iba al supermercado, comía, dormía todo el día y me despertaba la noche siguiente para salir a entrenar de nuevo”. La dureza de todo ello lo llevó a reconsiderar si el dinero valía la pena. A pesar de haber sido fichado por dos años, terminó su contrato antes de tiempo y regresó a casa: una apuesta por sí mismo que finalmente lo llevó hasta donde nos encontrábamos ahora.

La increíble historia real del 'Maradona hondureño' - image-1-28
FOTO: Morris y López en Costa Rica. Foto: Cortesía de Kieran Morris

También le costó un poco encontrar la aceptación en el Alajuelense. Confesó haber llorado todo el camino a casa después de fallar un penalti decisivo en una final del torneo de 2019. “Los aficionados estaban muy enojados, me llamaban extranjero que no lo intentaba por el equipo”, contó. “Fue el momento más duro de mi carrera”. Pero en los años posteriores, se ha redimido con creces, ayudando a llevar al Alajuelense de nuevo a la gloria.

Cuando la entrevista llegó a su fin, López se levantó, listo para estrechar la mano e irse. Le dije que tenía una cosa más que mencionar mientras aún estuviera con él. Como último acto, empecé a contarle la historia que me había traído hasta aquí, esta vez en segmentos cortos y discontinuos para la intérprete, quien intentó valientemente mantener la coherencia. Todo el tiempo se dilató entre esos detalles clave, “Wigan Athletic”; “perfil de Wikipedia”; “Maradona Hondureño”. A medida que la historia se desarrollaba, López miraba hacia atrás de forma inescrutable, como un hombre atrapado en una operación de engaño mal hecha. Los deportistas tienen capas y capas de barreras de seguridad para evitar aproximadamente este tipo de situaciones.

En un momento determinado, López emitió una especie de carraspeo de incredulidad, con los ojos abiertos de par en par, moviendo la cara de un hombro a otro de una manera que no era lo suficientemente urgente como para negar con la cabeza. ¿Qué significaba eso? Seguí hablando, repasando el viaje a Houston, el tiempo con los aficionados y el cuerpo técnico, el vuelo, la angustiosa espera para que se confirmara la reunión en la que ahora nos encontrábamos.

Finalmente, se rió. Y siguió riendo, echando la cabeza hacia atrás y cubriéndose la cara con las manos. Le estaba contando cómo, sin querer, podría haber alterado el curso de su vida. Al parecer, le resultaba gracioso. “¿Por qué no me lo dijiste antes?”, dijo, fingiendo exasperación. “¡Te habría traído una playera del Dynamo!”

Los momentos posteriores fueron un bendito alivio, una mezcla de mejillas infladas y agradecimientos exhaustivos. Para López, esta extraña petición de entrevista por parte de un periodista británico por fin tenía sentido. “Ahora lo sé”, dijo, golpeando su cabeza y riendo. Consideró toda esta historia tonta como una historia de beneficio mutuo. Los dos estábamos fundamentados en parte en esta historia, o al menos uno de nosotros lo estaba. Ahora, yo me encontraba en un lado de la mesa de los entrevistadores y él en el otro, ambos mucho más lejos de casa que cuando empezó todo esto.

En el patio del SkyLobby, hablamos sobre este nuevo enredo, y lo que todo esto había significado realmente. Reflexionó con un poco más de melancolía sobre lo que el deporte le había aportado, a dónde lo había llevado: a todos los continentes, según sus cálculos; e incluso a una oferta para jugar en Corea del Sur, que nunca llegó a concretarse porque el club coreano en cuestión no podía igualar las expectativas financieras que el Alajuelense le ofrecía. Quería volver a tener una oportunidad de jugar a lo grande. Tal vez, pensó, al haber venido hasta aquí para escribir sobre él, yo podría contribuir a un futuro fichaje. Me prometió más entrevistas en la próxima etapa de su carrera; podría seguir poniéndome al día con él, haciendo crónicas como las que he estado haciendo a escondidas todos estos años. Ahora sí está metido en esto.

Aunque se quede en Costa Rica, López ha dejado su propia huella en el deporte en toda Norteamérica y Centroamérica. Incluso tiene un nuevo apodo: El Ingeniero, ya que construye las jugadas, organiza los ataques y coordina el equipo. Resulta que la ingeniería es un oficio de la familia López. Su hermano es ingeniero, en el sentido tradicional, y ahora él también lo es. A su madre le encanta. Lo mejor de todo es que se lo dieron los aficionados del Alajuelense, otorgado orgánicamente, como se deben dar estos apodos.

Síguenos en

Google News
Flipboard