La última actuación de Lionel Messi en el Mundial podría ser su mejor oportunidad de alcanzar la gloria
Lionel Messi continúa imparable. Foto: Sergio Pérez/Reuters

En el verano de 2016, Diego Maradona y Pelé estaban reunidos en el Palais-Royal en París en el marco de un evento promocional organizado por una empresa de relojes suizos. Posteriormente, ambos ofrecieron una conferencia de prensa y al poco tiempo el tema de conversación giró en torno a Lionel Messi.

“Es una gran persona”, dijo Maradona, “pero no tiene personalidad. No tiene la personalidad para ser un líder“. Pelé coincidió. “Él no es como nosotros en aquellos tiempos”, comentó. “En los años 70 teníamos jugadores realmente buenos como Rivellino, Gérson, Tostão. No como Argentina ahora, que depende únicamente de Messi. Messi es un buen jugador, no hay duda de ello. Pero no tiene personalidad”.

Como siempre, internet devoró este contenido durante unas cuantas horas antes de pasar a lo siguiente. Sin embargo, de una manera simplista, Pelé y Maradona no hacían más que dar voz a una opinión común que existía en ese momento. El término clave es “personalidad”, la idea de que, de alguna manera, los mejores futbolistas no solo dan el ejemplo. En ocasiones –aunque solo sea por razones de espectáculo o de autojustificación– el liderazgo debe imponerse, hacerse visible y tangible.

Y en el transcurso de los años, este es quizás el único aspecto del deporte en el que muchos han acusado a Messi de ser deficiente. Con frecuencia, estas críticas son incluso expresadas en forma de elogio. “El impacto de (Javier) Mascherano como líder es más importante dentro del equipo, y el liderazgo de Messi es más importante en la cancha”, comentó el exentrenador de Argentina Tata Martino.

Es un líder callado“, señaló Jorge Sampaoli. “Tiene mucha personalidad cuando juega”, insistió Sergio Batista. “Quizás le falta un poco en el grupo. Pero cuando habla en el vestidor, lo escuchan”. Estos tres hombres, junto con Maradona, han dirigido a Messi a nivel internacional y es de suponer que tenían alguna idea de lo que estaban hablando. No obstante, ninguno de ellos estuvo en el vestidor de Argentina en el estadio de Maracaná antes de la final de la Copa América contra Brasil en julio de 2021, cuando Messi reunió a sus compañeros de la selección argentina en un círculo y pronunció un discurso.

“Cuarenta y cinco días estuvimos encerrados en hoteles”, dijo Messi. “Cuarenta y cinco días sin ver a nuestras familias, chicos. ¿Todo para qué? Para este momento. Así que vamos a salir y vamos a levantar el trofeo; lo vamos a llevar a casa, a Argentina. Y quiero terminar con esto: las casualidades no existen. Esta copa se iba a jugar en Argentina, pero Dios quiso que se jugara en Brasil, para que pudiéramos ganar aquí en el Maracaná y hacerla más maravillosa para todos nosotros”.

Para un público que ha pasado 16 años observando a Messi desde la distancia –expresivo y sin embargo casi mudo, una silenciosa ráfaga de extremidades y colores– existe algo extrañamente emotivo en este discurso, filmado como parte de un próximo documental de Netflix.

Argentina ganó la final por 1-0 y, aunque en retrospectiva se puede contar cualquier historia, los compañeros de equipo de Messi no tardaron en atribuir su victoria en parte a su liderazgo inspirador. “Messi hablaba antes de cada partido”, declararía posteriormente Ángel Di María. “Pero este último discurso fue diferente. Perdió la cabeza”.

Este es el quinto Mundial de Messi. Y, por supuesto, se ha hablado mucho de si “necesita” ganarlo para su legado, se ha comentado mucho de su habitual fanfarronería sobre su duelo con Cristiano Ronaldo, se ha reducido el discurso futbolístico al nivel de un debate de cantina.

En Argentina, no obstante, algo parece haber cambiado. Después de más de una década de tratar a Messi como un recipiente de sus expectativas, Argentina por fin comienza a preguntarse no qué puede hacer Messi por ellos, sino qué pueden hacer ellos por Messi.

Quizás el punto de inflexión en este sentido fue la temporada en la Copa América 2019, en la que Messi fue una presencia inusualmente vocal. Se quejó de la mala calidad de las canchas, calificó el arbitraje como “corrupto” e insistió en que “todo está arreglado a favor de Brasil”.

Después de haber sido criticado al principio de su carrera por su modesta interpretación del himno nacional, en esta ocasión Messi lo cantó con fuerza y pasión. Nadie nunca dudó de lo mucho que le importaba a Messi. Pero esta vez, quizás, fue un reconocimiento por su parte de que había que demostrarlo, no solo saberlo.

Ahora, bajo la dirección de Lionel Scaloni, la última oportunidad de Messi de alcanzar la gloria en el Mundial puede ser también la mejor. Las retiradas de jugadores veteranos como Gonzalo Higuaín y Sergio Agüero le han permitido a Scaloni construir un equipo más equilibrado, en el que el mediocampo está configurado para entregarle a su capitán el balón más cerca de la portería.

El propio Messi, después de una pésima temporada 2021-2022, está mostrando algunas de sus mejores cualidades en el París Saint-Germain esta temporada. Y para una selección argentina que no ha perdido en tres años, el bombardeo cargado de estrellas ha sido sustituido por una resolución discreta, una determinación de no atesorar simplemente el resultado, sino de disfrutar del viaje.

Y en realidad, quizás siempre tuvo que ser así. El Messi divino de la década de 2010 siempre se sintió un poco incómodo con las demandas personalizadas del futbol internacional, donde los equipos necesitan ser construidos en lugar de unidos.

Mientras tanto, para un jugador que básicamente emergió completamente desarrollado cuando era un niño, tal vez Messi necesitaba emprender su propio viaje de desarrollo emocional, para aprender las partes más difíciles de un deporte que siempre le había salido de forma natural, un proceso que desde fuera parece haberlo convertido en un hombre más humilde y más sabio.

Y así, un primer Mundial, a los 35 años, ¿culminando uno de los arcos argumentales más fantásticos que ha conocido el futbol? Como dijo Messi en el vestidor del Maracaná, no hay casualidades.

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