El ‘organismo de vigilancia de la prensa más eficaz’; cómo Twitter cambió el periodismo
La sede de Twitter en San Francisco. Foto: Constanza Hevia/AFP/Getty Images

Con Twitter en plena confusión bajo su nuevo propietario, Elon Musk, muchos usuarios se toman un momento para evaluar el legado de la plataforma de redes sociales. Lanzado en 2006, el servicio se ha convertido en una parte integral del periodismo, revolucionando la difusión de la información, expandiendo el acceso a las fuentes y elevando las voces que antes no eran escuchadas. Por supuesto, también se ha dado a conocer por el discurso tóxico, la desinformación y el abuso en internet.

A medida que aumentan los interrogantes sobre el futuro de Twitter, cuatro periodistas de The Guardian reflexionan sobre sus experiencias –personales y profesionales– con la plataforma.

Jim Waterson: ‘No hay forma más fácil de llegar a las personas influyentes que controlan la política y los medios de comunicación’

Cuando Twitter finalmente colapse, será el timbre el que recuerde. Mi amiga y excolega Laura Silver se quejaba de que sus compañeros de casa siempre ignoraban los timbres por considerarlos una intrusión inaceptable en sus vidas, lo que significaba que con frecuencia perdían la entrega de paquetes.

Aburrido en una mañana tranquila, escribí rápidamente un tuit, esperando un montón de respuestas: “Alguien en la oficina está afirmando que ‘los millennials no contestan los timbres a menos que la gente envíe un mensaje de texto para decir que están afuera’. ¿Esto es una moda?”.

Mis seguidores actuales de Twitter respondieron con varias historias extravagantes sobre la etiqueta del timbre. A las pocas horas el tuit se había difundido más allá de mi red inmediata y las personas me acusaban de formar parte de un complot de los medios de comunicación dominantes para provocar una guerra intergeneracional. En un día se convirtió en un tema de guerra cultural en toda regla, con cuentas (principalmente con sede en Estados Unidos) que sugerían que mi postura a favor del timbre representaba los peores ejemplos de prejuicios y privilegios que existen en el mundo. Se escribieron columnas en los periódicos sobre los medios de comunicación que intentaban avivar el odio contra aquellos a los que, por diversas razones, los timbres les resultaban profundamente intrusivos. Esto provocó una investigación del periódico Wall Street Journal sobre el futuro de la industria de los timbres.

Twitter es básicamente un juego, y una vez que dominas las reglas –brevedad, lenguaje provocativo y contenido emocional– es posible “ganar”. No existe una forma más fácil de forzar tu artículo informativo –ya sea una noticia exclusiva, un comentario político contundente o una opinión firme sobre los electrodomésticos– frente a las personas influyentes que controlan la política y los medios de comunicación. Es el taller mundial de las buenas y malas tomas, el lugar donde se puede probar qué provocará la reacción más fuerte, y una de las fuentes más brillantes de noticias en bruto que jamás haya existido.

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‘¿Habría llegado Jeremy Corbyn a la boleta electoral para ser líder del Partido Laborista sin el apoyo temprano y vocal en Twitter?’ Foto: Guy Bell/Rex/Shutterstock

Cuando trabajaba como periodista de política en la era Peak Twitter en la década de 2010, con frecuencia intentaba imaginar el impacto político en el mundo real del sitio jugando a “¿qué pasaría si?”. ¿Habría llegado Jeremy Corbyn a la boleta electoral para ser líder del Partido Laborista sin el apoyo temprano y vocal de Twitter? ¿Habría aprobado Theresa May un acuerdo sobre el Brexit si Twitter no hubiera estado presente para provocar el caos? ¿Cómo sería el Acuerdo de Viernes Santo si Gerry Adams hubiera estado tuiteando en vivo durante las negociaciones? Si te sentaras en la tribuna de periodistas de la Cámara de los Comunes, verías a los periodistas enviando tuits, y después actualizando interminablemente Twitter y leyendo los tuits de los demás. Si miras hacia abajo en la cámara, verás las cronologías en las pantallas de los diputados, que están haciendo exactamente lo mismo.

Y a pesar de todos los aspectos negativos –está bien documentado lo que supone ser una mujer prominente o una persona de color en la plataforma–, significa que no puedes esconderte de las críticas. Twitter hizo estallar gran parte de la gestión tradicional de los medios de comunicación políticos al hacer que su funcionamiento fuera evidente para todos. También ha sido uno de los reguladores de la prensa más eficaces que han existido, ya que ha denunciado el mal periodismo y los prejuicios evitando a los anteriores vigilantes. Males modernos como la transfobia fueron promovidos en Twitter, pero el sitio también ha facilitado que los grupos marginados denuncien dichos prejuicios. El director del periódico Daily Express comentó que cambió la dirección política del diario tras ver imágenes virales de primeras planas contra los migrantes, mientras que se podría decir que la cuenta de Twitter Stop Funding Hate –con sus modestos 125 mil seguidores– ha provocado en pocos años más cambios en los medios de comunicación de derecha al apuntar contra sus anunciantes que el regulador de la prensa IPSO.

Ser un joven periodista en ascenso a principios de la década de 2010 conllevaba enormes ventajas. Podías meterte en conversaciones, conseguir encargos y crear una audiencia que te proporcionaría más historias. El hecho de ser visible en el sitio y de facilitar que la gente me contactara ha dado lugar a innumerables artículos que, de otro modo, nunca se habrían publicado. Las historias publicadas en The Guardian sobre el funcionamiento interno de una red de noticias falsas dirigida por la empresa de grupos de presión de Sir Lynton Crosby o las culturas tóxicas de populares programas de televisión comenzaron con un mensaje directo en Twitter. TikTok es genial para los videos, pero a pesar de la existencia de Mastodon o Telegram, no existe un reemplazo obvio para Twitter cuando se trata de redes sociales basadas en textos.

Al mismo tiempo, los riesgos eran casi ilimitados para todo aquel que ya estuviera establecido en los medios de comunicación. Ver a periodistas supuestamente legendarios destruir su reputación (y su carrera) con solo un par de tuits malos te hacía comprender que sería mejor que se mantuvieran en la sala de conferencias y en el circuito de los libros.

Porque lo peor es que en realidad no se trata de ti, el tuitero individual. Yo borré todos mis tuits históricos y tiré 10 años de pensamientos públicos al basurero de internet. Una vez dejé de tuitear por completo durante seis meses y nadie se dio cuenta. Pero después escribí un tuit sobre si los británicos deberían poner lavadoras en las cocinas, y terminó en las primeras planas de varios periódicos.

Me quedo con dos lecciones de mi tiempo en Twitter: transformó el periodismo de una manera que todavía estamos procesando. Y reveló hasta qué punto todos, en el fondo, solo queremos discutir sobre los electrodomésticos.

Jim Waterson (@jimwaterson) es el editor de medios de The Guardian.

Arwa Mahdawi: ‘Twitter me ayudó a forjar una carrera como escritora, pero también me ha hecho querer abandonarla’

He aquí dos molestas preguntas que los encantadores trolls de Twitter me han hecho muchas veces.

1.¿Por qué tienes la mandíbula tan grande?

2.¿Por qué tienes siquiera un trabajo en periodismo en primer lugar?

La genética es probablemente la responsable de la primera cuestión. Twitter es en parte responsable de la segunda. Siempre quise dedicarme al periodismo, pero, aparte de asistir a una costosa escuela de periodismo o de conseguir uno de los diez puestos en un programa de noticias de nivel inicial, no tenía ni idea de cómo hacerlo. Así que opté por la vía empresarial, porque era mucho más fácil conseguir un trabajo.

Empecé a escribir para The Guardian mucho tiempo después de graduarme, mientras trabajaba a tiempo completo en publicidad. Con el tiempo, escribí más artículos y comencé a acumular seguidores en Twitter. Eso me puso en contacto con editores que nunca habría conocido en condiciones normales. Me abrió oportunidades. Hubo una ocasión, por ejemplo, en la que un editor me vio tuitear sobre el bitcoin (algo que todavía era una novedad en 2013) y me contactó para preguntarme si quería ampliar el tuit y convertirlo en un artículo. Sobre todo, Twitter ayudó a desmitificar el sector. El periodismo ha sido tradicionalmente una especie de club exclusivo; Twitter ayudó a abrirlo a un mayor número de miembros.

No obstante, las cosas han cambiado. Cuando me uní a Twitter por primera vez, era como un cóctel encantador, pero entonces alguien abrió las puertas y un grupo de nazis entró a toda prisa. Mucho antes de que Elon Musk tomara el control, Twitter se convirtió en algo casi inservible para mí. Como soy una mujer de color que escribe sobre temas de justicia social, con frecuencia soy objeto de acoso por parte de la derecha. No recibo ni de lejos la cantidad de acoso que reciben las personas que tienen perfiles más grandes, pero aun así puede ser insoportable despertarse en la mañana con cientos de mensajes de incels (celibatos involuntarios) y misóginos sobre cómo eres un (inserte el improperio que desee) sesgado que debería morir. El acoso en internet también se traslada rápidamente a los canales en la vida real. Por ejemplo, he recibido mensajes de voz violentos en mi teléfono.

No creo que se pueda hacer suficiente hincapié en que gran parte del acoso en internet está sumamente focalizado y coordinado. No se trata simplemente de mensajes aleatorios de bichos raros dispares, la derecha tiene un libro de jugadas: quieren hacer callar a las personas marginadas y a las mujeres. Las turbas en internet se dirigen ahora a las estudiantes de periodismo: la derecha quiere enviar una advertencia a las jóvenes de que si eliges tener una carrera pública, serás castigada por ello. Y, por desgracia, sus tácticas están funcionando. Desde hace años, las grandes empresas tecnológicas, incluido Twitter, se han mostrado, en el mejor de los casos, apáticas ante el acoso existente en sus plataformas. Simplemente se espera que tú lidies con el acoso. Se ha convertido en parte del trabajo. Cada vez más, tienes que preguntarte si vale la pena. Twitter me ha ayudado a forjar una carrera como escritora pero, en los últimos años, también me ha hecho pensar en abandonar mi carrera como escritora. Los trolls han ganado.

Arwa Mahdawi (@ArwaM) es columnista de The Guardian y autora de Strong Female Lead.

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‘Si Twitter sucumbe a los caprichos de un detestable multimillonario, la tragedia será la pérdida de voces antes elevadas’ Foto: Davide Bonaldo/Sopa Images/Rex/Shutterstock

Owen Jones: ‘El zumbido de fondo de las amenazas de Twitter me llevó a ser agredido en la vida real’

Sea cual sea su futuro, Twitter, para mí, ha ofrecido una educación vital. Según una encuesta encargada por el gobierno, los medios de comunicación nacionales de Gran Bretaña son una de las industrias socialmente más exclusivas del país, solo superada por la medicina. Sus columnistas suelen proceder de escuelas privadas, aunque solo el 7% de los alumnos se forman fuera del sector estatal, y las voces de las minorías no están debidamente representadas. Con el declive del periodismo local, que ofrecía a los aspirantes a periodistas no privilegiados un escalón en la escalera, y el aumento de las prácticas no remuneradas, que exigen que se trabaje de forma gratuita, generalmente tan solo una opción para aquellos que tienen acceso al Banco de Mamá y Papá, esta tendencia no hará más que empeorar.

Twitter ofrecía algo más: un medio para que las voces marginadas obtuvieran una plataforma que, francamente, se les negaba en la mayoría de los medios de comunicación convencionales. En cuestiones relacionadas, por ejemplo, con los migrantes, los musulmanes, las personas que solicitan prestaciones o las personas trans, la cobertura de los medios de comunicación suele versar sobre los grupos oprimidos, pero rara vez son ellos quienes la realizan. No es el caso de Twitter.

Es el lugar donde pude leer los hilos de Miqdaad Versi –el jefe de supervisión de medios del Consejo Musulmán de Reino Unido– deconstruyendo la más reciente bilis islamofóbica publicada en los medios de comunicación. Es el lugar en el que encontré grupos como Disabled People Against the Cuts, que retuitean las experiencias vividas por personas discapacitadas a las que el gobierno de coalición les quita las prestaciones. Es donde escritores trans, como Shon Faye, Munroe Bergdorf y Paris Lees, podían disipar libremente los mitos y las mentiras empleadas en una implacable guerra cultural, sin que sus palabras fueran tergiversadas o malinterpretadas. Estos son ejemplos de alto perfil: la belleza de Twitter era que las voces de los ciudadanos marginados que trabajaban, por ejemplo, como cuidadores, asistentes de escuela primaria o trabajadores de centros de llamadas podían ser escuchadas. Todos ellos me han enseñado y, por lo tanto, han informado mi trabajo.

También hay un aspecto generacional crucial. Desde la crisis financiera de 2008 hasta la pandemia, los más jóvenes han sufrido en repetidas ocasiones las nefastas consecuencias económicas y sociales. Sin embargo, los medios de comunicación heredados excluyeron en gran medida sus voces, excepto cuando también procedían de entornos acaudalados y, por tanto, poco representativos. En cambio, los más jóvenes han sido difamados por los comentaristas de mayor edad con la etiqueta de “snowflakes” y activistas “woke” intolerantes que, ridículamente, no saben la suerte que tienen. Como millennial geriátrico, en lugar de caer en la trampa de estar resentido con las voces más jóvenes, he intentado que la Generación Z me eduque a través de Twitter sobre los temas que definen su vida.

Sin embargo, existe un lado más oscuro, por supuesto. Es en Twitter donde, a lo largo de la década de 2010, recibí una cantidad cada vez mayor de abusos y amenazas violentas, muchas de ellas con un sabor cada vez más homofóbico. El hecho de que las redes sociales eran un medio para radicalizar un movimiento emergente de extrema derecha se hizo cada vez más evidente a partir de mi propia experiencia y, desde 2018, me encontré con que esto se trasladaba a las calles: fui acosado por extremistas de extrema derecha hasta que fui agredido en mi cumpleaños. El cabecilla tenía una casa llena de material neonazi. ¿La consecuencia? Tener que tomar constantemente precauciones, tanto cuando hago mi trabajo como cuando socializo, debido a un zumbido de fondo de amenaza instaurado en parte por Twitter. No obstante, la prensa escrita permitió la difusión de clásicos de la literatura, así como de Mein Kampf: ningún medio es intrínsecamente bueno o fatalmente comprometido, y toda herramienta útil se puede convertir en un arma mortal. Si Twitter sucumbe a los caprichos de un detestable multimillonario, la tragedia será la pérdida de voces antes elevadas.

Owen Jones (@OwenJones84) es columnista de The Guardian.

Emma Graham-Harrison: ‘Los activistas se registraron porque ofrecía una forma de evitar a los funcionarios del gobierno’

Llegamos a Zabul, una provincia afgana en el sur del país donde el líder fundador de los talibanes, el mulá Omar, vivió sus últimos años en la clandestinidad, a primera hora de una fresca mañana de otoño de 2021.

Estaba ahí gracias a Twitter, o mejor dicho, gracias a un periodista local al que conocí en Twitter cuando su casa estaba efectivamente prohibida para los periodistas extranjeros, porque los talibanes habrían matado o secuestrado a cualquier persona que hubiera llegado.

Ahora los talibanes gobiernan desde Kabul y él me había dicho que este rincón profundamente conservador de su territorio se había convertido en un improbable faro de esperanza para la educación de las mujeres.

Las escuelas secundarias para niñas estaban prohibidas en todo el país, sin embargo, él me presentó a los profesores que luchaban por mantener las aulas abiertas y a los funcionarios locales que accedían.

Después, en la mejor tradición afgana de generosa hospitalidad, nos llevó a su casa, donde nos esperaba un surtido de platillos para el almuerzo.

Hablamos de cómo nos habíamos unido, de la forma más improbable, por esta plataforma concebida a medio mundo de distancia en Silicon Valley.

Mi primer tuit, hace 12 años, no dejó entrever cuán importante sería Twitter para mí. La traté como una vitrina de mi trabajo, compartiendo el título y el enlace de un artículo que había escrito.

En mis primeros años me ceñí principalmente a ese sencillo formato, pero poco a poco Twitter se ha convertido en algo mucho más importante para mí por lo que encuentro en la plataforma –artículos, consejos, contactos– que por el número de lectores que puedo reunir en ella. Cuando llego a un lugar nuevo para informarme sobre una noticia, siempre hay periodistas locales de espíritu público o simplemente entusiastas de las noticias que han compartido sus propios feeds curados sobre el tema, en forma de listas públicas de cuentas importantes que hay que seguir.

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Mujeres y niñas afganas participan en una protesta frente al Ministerio de Educación en Kabul en marzo, exigiendo la reapertura de las preparatorias para las jóvenes. Foto: Ahmad Sahel Arman/AFP/Getty Images

Las interacciones entre desconocidos en Twitter tienen un carácter tan directo que ninguna otra red social ha logrado igualar. Es más probable que un comentario dejado en una página oficial de Facebook no sea leído en su totalidad que una respuesta en Twitter (al menos si es divertida, mordaz o interesante).

Mi colega Kaamil Ahmed, que ha realizado reportajes vitales sobre el genocidio contra la minoría rohinyás de Myanmar, describió a Twitter como un lugar al que los activistas suelen recurrir precisamente porque les permite hablar directamente con figuras de autoridad, entre ellas periodistas y políticos internacionales.

Los rohinyás prefieren otras plataformas para comunicarse entre ellos, pero los activistas por los refugiados se registraron en Twitter porque se dieron cuenta de que les ofrecía una forma directa de evitar a los funcionarios gubernamentales o humanitarios locales que ponían obstáculos, para llegar a los niveles más altos de la cadena de comando o para amenazar con un escándalo público.

Cualquier éxodo los dejará a ellos y a otros grupos que abogan por Twitter atrás mientras luchan por saber a dónde ir después, y les tomará tiempo reconstruir sus redes, advirtió Ahmed.

No obstante, por mucho que me frustre admitirlo –debido al abuso, la desinformación y la forma en que se ha convertido en el juguete de un multimillonario– extrañaría a Twitter si colapsara, y creo que nuestros lectores extrañarían el papel que desempeña en el reportaje de las noticias internacionales.

Emma Graham-Harrison (@_EmmaGH) es corresponsal sénior de asuntos internacionales para The Guardian y The Observer.

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