El papel de los estudiantes en las protestas en Francia
Protestas en Nantes, oeste de Francia, contra los intentos de Macron de cambiar la edad oficial de jubilación. Foto: Jeremías González/AP

El alcance de la crisis interna a la que se enfrenta el presidente francés, Emmanuel Macron, se puede medir a través de las cada vez más numerosas barricadas universitarias y asambleas estudiantiles, en las que jóvenes enojados se reunieron en los últimos días para intensificar las protestas y ayudar a los estudiantes de preparatoria a bloquear sus institutos.

Mientras los jóvenes del país se mantuvieran en gran medida al margen de los dos meses de manifestaciones en las calles lideradas por los sindicatos y las huelgas del sector del transporte contra el plan de Macron de aumentar la edad de jubilación de 62 a 64 años, el gobierno pensaba que el movimiento de protesta sería controlable.

Sin embargo, las manifestaciones en las calles del martes demostraron hasta qué punto el sentimiento anti-Macron y la ira por cómo se utilizaron los poderes ejecutivos constitucionales para imponer los cambios en el sistema de pensiones sin una votación parlamentaria, impulsaron a un número cada vez mayor de jóvenes a participar.

Entre los jóvenes franceses existe una particular indignación por lo que se considera una actuación policial de mano dura en las manifestaciones y enfrentamientos con la policía antidisturbios. Más de 90 mil estudiantes tenían previsto unirse a las marchas en las calles del martes, es decir, una cifra tres veces superior a la de la semana pasada.

Decenas de universidades están atrincheradas, entre ellas muchas que no suelen experimentar este tipo de protestas, como la de La Rochelle, situada en el oeste de Francia.

Los jóvenes amontonaron contenedores de basura para bloquear las escuelas preparatorias de París y otras ciudades. La presencia de jóvenes de 17 y 18 años complica las tácticas de la policía francesa, objeto ya de 17 investigaciones por presuntos actos de violencia y mala praxis en los últimos días.

Los estudiantes dicen que la ira está aumentando. Algunos señalaron que lograron sobrevivir a los confinamientos impuestos a causa del Covid-19, economizando para subsistir, solo para temer que se estuviera destruyendo la preciada red de seguridad social del Estado de bienestar y el sistema de pensiones de Francia, amenazando su futuro y el de sus padres, todo ello al tiempo que no se afrontaba adecuadamente la crisis climática.

“Siempre pensamos que solo saliendo a la calle podríamos arrebatarle al gobierno la protección social y garantizar nuestros derechos sociales”, explicó Víctor Méndez, estudiante de lenguas en la Universidad de Nanterre, situada a las afueras de París, que había participado en todas las asambleas estudiantiles.

“Combinando una huelga estudiantil con una huelga general, podríamos llegar más lejos que en mayo de 1968. Este gobierno es el gobierno de los ricos, de la clase patronal, de los millonarios, así de sencillo”, remató.

El problema de Macron es que no ha sido capaz de proporcionar un plan de trabajo evidente para salir de esta situación inusual, en la que una ley fue aprobada por el gobierno y, sin embargo, los manifestantes –lejos de rendirse– están intensificando sus manifestaciones, que se están extendiendo y parecen no tener fin.

Macron se niega a descartar sus cambios introducidos en el sistema de pensiones; su credibilidad como reformista depende de ellos. Al parecer, espera ganar tiempo, asumiendo que los ciudadanos perderán la paciencia ante los contenedores de basura incendiados y los escaparates destrozados que son cada vez más evidentes al margen de lo que hasta hace unos días han sido manifestaciones pacíficas lideradas por los sindicatos.

Al igual que las protestas antigubernamentales de los chalecos amarillos de 2018 y 2019, la ira está dirigida contra el propio Macron. Los graffitis de los últimos días en París indican: “Muerte al rey” o “Macron renuncia”.

Incluso si Macron destituyera a la primera ministra, Élisabeth Borne, y reestructurara el gabinete para intentar seguir adelante –algo que no tiene intención de hacer–, podría ser considerado como una fachada a corto plazo.

El verdadero problema para Macron, que fue reelegido para un segundo mandato como presidente la primavera pasada frente a Marine Le Pen, de extrema derecha, es que su grupo centrista rápidamente perdió la mayoría absoluta en las elecciones parlamentarias celebradas en junio, en medio de las victorias de la extrema derecha y la izquierda radical.

Esto ha provocado que el gobierno tenga dificultades para aprobar leyes sin tener que buscar aliados aquí y allá, o utilizar los poderes ejecutivos constitucionales para evitar la votación parlamentaria. La medida radical de disolver el parlamento y convocar nuevas elecciones generales no es una alternativa viable porque, según muestran las encuestas, los centristas de Macron obtendrían peores resultados y perderían escaños, mientras que el partido de Le Pen probablemente ganaría y la izquierda radical se mantendría estable. La crisis relativa a las pensiones muestra cuán difícil será que se aprueben otras leyes propuestas por el gobierno.

Hace seis años, Macron llegó al poder siendo un joven desconocido que prometía reconciliar al pueblo francés. No obstante, la confianza en la política está flaqueando. La confianza en el sistema en Francia se encuentra en su punto más bajo desde las protestas antigubernamentales de los gilets jaunes (chalecos amarillos), según indica una encuesta reciente del centro de investigación política Sciences Po Cevipof. En mayor medida que en Alemania o Italia, los franceses desconfían de la política y consideran a los políticos “más bien corruptos” o “al servicio de sus propios intereses”.

Cuando Macron fue reelegido el pasado mes de abril, una parte de los votos que obtuvo procedían de personas de la izquierda que no lo aprobaban ni a él ni a su programa, pero que querían mantener fuera del poder a Le Pen. Macron lo reconoció y prometió hacer política de una manera diferente, con más consultas. No obstante, los manifestantes no ven que eso vaya a ocurrir.

De manera crucial, esta semana los problemas nacionales de Macron afectaron por primera vez a su agenda diplomática internacional. La decisión casi sin precedentes de cancelar la visita de Estado del rey Carlos perjudicó el prestigio francés, según publicó el periódico Le Monde. El partido derechista Los Republicanos señaló que la cancelación de última hora causó una desconcertante impresión de pánico en un país que colapsaba.

Es posible que el simbolismo de la visita fuera engañoso –la izquierda ridiculizó los planes de celebrar una suntuosa cena con el rey en el Palacio de Versalles–, pero fueron las cuestiones de seguridad y logística las que imposibilitaron la visita. El rey Carlos, deseoso de mostrar su compromiso con el medio ambiente, iba a tomar un tren hasta Burdeos, no obstante, las huelgas del sector del transporte se lo habrían impedido y se habrían congregado los manifestantes.

La Constitución francesa, de 65 años de antigüedad, centraliza el poder en manos del presidente francés en detrimento de los diputados, lo que permite que Macron invalide un parlamento dividido en determinadas circunstancias. La izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon, que desde hace tiempo aboga por la redacción de una nueva Constitución que ponga fin a la Quinta República Francesa y limite los poderes del presidente, repite dichos argumentos, que se han visto en los carteles de las manifestaciones.

Los índices de aprobación de Macron cayeron al 28%, el nivel más bajo desde la crisis de los chalecos amarillos. No obstante, Macron dijo que acepta la “falta de popularidad” que conlleva el aumento de la edad necesaria para la jubilación.

No puede volver a postularse para la reelección, ya que existe un límite de dos mandatos consecutivos. Pero, mientras el partido de Le Pen presume que el apoyo que recibe está aumentando debido a la crisis de las pensiones, los diputados centristas de Macron esperan que en los próximos días, la primera ministra, Borne, pueda ofrecer una estrategia sobre cómo se puede gobernar a Francia durante los cuatro años que le quedan a Macron.

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