El esmalte de uñas se convirtió en política, pero ¿deberíamos dejar de hacernos el manicure?
'Si no tengo las uñas pintadas, algo está fallando en mi vida personal': Zahra Hankir. Foto: Benedict Evans/The Observer

Estaba en una segunda cita en un restaurante italiano de Brooklyn escasamente iluminado cuando una de mis uñas postizas salió volando de mi mano izquierda y cayó sobre mis raviolis. Llevábamos una copa y estábamos en medio de una conversación cuando apoyé la mano en cuestión en mi rodilla y utilicé la otra para enterrar sigilosamente la evidencia.

Después de una breve pausa, la conversación continuó, pasando torpemente al tema de los hermanos. ¿Él se había dado cuenta? ¿Tan tenue era la iluminación?

Este era el incidente estético que había estado temiendo. El momento inesperado en el que se me cae una uña que había alejado a tantas personas antes que a mí de las uñas postizas; el equivalente en una cita al incidente del pezón de Janet Jackson en el Super Bowl.

El lecho de mi uña era un espectáculo lamentable: corta y desgastada junto a las inmaculadas puntas francesas en forma de almendra. Había quedado literalmente al descubierto. Mis uñas postizas eran una manta de seguridad para mis manos.

Garantizaban que mi aspecto fuera cuidado y pulido. Y me daban ventaja, declarando en silencio que yo era, como en un anuncio de esmalte de uñas pintado por Salvador Dalí en el que aparecen unas manos maravillosamente cuidadas, el Retrato de una mujer apasionada.

El mío no era un look sencillo. No había despertado así: me había peinado con la secadora, había ocultado perfectamente las arrugas y había manipulado la forma natural de mis ojos con un delineado de ojos alado (eyeliner winged). La uña desnuda me recordaba todo lo que había debajo, revelaba mi temor existencial y mi cutícula maltratada.

Dicho esto, como mujer libanesa ingeniosa que soy, estaba preparada. Había adquirido la costumbre de llevar furtivamente un juego de uñas en mi bolsa, junto con pegamento para uñas. Me excusé cortésmente y me apresuré a ponerme una uña nueva. No hubo una segunda copa; no volví a ver a aquel hombre.

Hasta el día de hoy, me pregunto si mi percance es una anécdota que él cuenta a sus amigos. Anécdotas desafortunadas aparte, las uñas son importantes. Son símbolos de nuestra vanidad y nuestras inseguridades, de autoexpresión y creatividad, e incluso de violencia y agresión. Las uñas constituyen un espacio de política y paranoia, y de convergencia entre clase y cultura y, actualmente, son objeto de una noticia que provoca inquietud en los salones y oficinas de Gran Bretaña.

Antes de explorar el mundo de las uñas postizas, al que me entregué durante los primeros meses de la pandemia, cuando cerraron los salones de belleza, yo era partidaria del esmalte de uñas de gel. El esmalte de uñas de gel puede durar hasta tres semanas seguidas sin que se levante ni se caiga; el esmalte de uñas vintage no es tan duradero y me parecía que era algo del pasado de la comunidad de la cutícula.

Así que cada mes iba a mi salón y experimentaba con multitud de colores. Ignoraba la extraña sensación de hormigueo o las punzadas de dolor mientras el barniz se secaba en intervalos de 30 segundos bajo una máquina de luz ultravioleta. La belleza es sufrimiento, pensaba para mis adentros mientras entregaba mis 30 libras (unos 600 pesos).

Un estudio publicado en enero en la revista Nature Communications descubrió que la exposición a la luz ultravioleta a través de los secadores de uñas puede provocar mutaciones en el ADN y daños en las células que pueden derivar en cáncer. Estos aparatos son, básicamente, minicamas de bronceado para las manos: la luz ultravioleta penetra profundamente en la dermis; los secadores de esmalte de gel utilizan entre 340 y 395 nanómetros de luz, en comparación con los 280 a 400 de las camas de bronceado.

La intensidad de la exposición sigue siendo un motivo de preocupación, según indica la Dra. Julia Curtis, del departamento de dermatología de la Universidad de Utah. “En un breve periodo de tiempo, las uñas y la piel quedan expuestas a una luz ultravioleta equivalente a una jornada de ocho horas bajo el sol”, me explica. Una forma de evitarlo sería no pintarse las uñas en absoluto, pero díganselo a alguien como Cardi B, que lució unas uñas acrílicas plateadas imposiblemente largas mientras realizaba un servicio comunitario en febrero. El año pasado, la rapera incluso publicó un tutorial sobre cómo cambiar pañales sin arruinarse el manicure.

El mes pasado, la Oficina de Seguridad de Productos y Estándares del Reino Unido indicó que estaba investigando las alergias que pueden cambiar la vida causadas por el gel y las uñas acrílicas, una tendencia preocupante que también ha observado Curtis. Si el esmalte de gel no está lo suficientemente curado, los metacrilatos pueden penetrar en la piel y causar irritación. Las personas se pueden volver entonces sensibles a los materiales que contienen acrilatos, y en algunos casos esto significa que no pueden recibir determinados tratamientos médicos, como operaciones de prótesis articulares, o tomar determinados medicamentos, por ejemplo para la diabetes.

“Con frecuencia atendemos a personas con dermatitis alérgica por contacto a las uñas acrílicas y las uñas de gel”, señala Curtis. Las alergias se manifiestan en forma de sarpullido y la piel se descarapela alrededor de las puntas de los dedos; algunas incluso sufren dermatitis en los párpados debido a que se frotan la cara con sus manos con manicure.

“Hay veces en las que intento combatir la vanidad de mis pacientes diciéndoles que los beneficios a corto plazo de tener una buena apariencia no valen la pena”, añade. “La gente no solo debería tener en cuenta el cáncer y las arrugas, sino también los cambios de pigmentación, el adelgazamiento de la piel y las lesiones”.

Después de mudarme a Nueva York desde Londres en 2021, entré a una nueva era de exploración de uñas y hábitos de aseo. Las uñas acrílicas y las uñas postizas parecen ser más comunes entre las millennials y las “zoomers” de Estados Unidos, donde los salones dan más importancia a la rapidez que al lujo. Las neoyorquinas prefieren las uñas largas, con un arte sofisticado, mientras que las londinenses suelen ser más discretas con su manicure. Y así, pasé del gel y las uñas postizas a las acrílicas, que eran mucho más audaces y normalmente implicaban también la exposición a la luz ultravioleta.

No me había dado cuenta del daño a largo plazo que pueden provocar estas máquinas hasta que me topé con el TikTok de una influencer de belleza que aconsejaba a las personas que se hicieran manicure con esmalte de gel que se pusieran bloqueador solar en los dedos para evitar las arrugas en las manos. No se mencionaban otros posibles males más graves. ¿Mutaciones del ADN? Malo. ¿Manos arrugadas? Peor.

“Yo uso bloqueador solar en las manos cuando me hago el manicure”, comenta Chelsea Asher, de 31 años y trabajadora del sector tecnológico en Brighton. Aunque es consciente de que el manicure puede conllevar ciertos riesgos, incluso con bloqueador solar, no se deja disuadir, ya que para ella las recompensas de un manicure nuevo trascienden el aspecto físico. “Como mujer con alopecia, tener unas uñas bonitas me reafirma en lo que respecta a mi feminidad”, explica. “Ir a que me hagan un manicure significa una hora ininterrumpida de tiempo para mí”.

Al crecer en un entorno político y socioeconómico inestable en Líbano, que constantemente estaba al borde del colapso, yo personalmente consideraba que el arreglarse y vestirse bien era la forma más elevada de cuidado personal. (En Líbano, muchas mujeres se sienten presionadas para mantener las apariencias, aunque todo en ellas se esté derrumbando; no es raro escuchar comentarios inoportunos sobre el peso de una cuando la saludan).

Empecé a hacerme manicure y a depilarme las cejas a los 14 años; si no tenía kohl en los ojos o barniz en las uñas, seguramente algo no estaba bien en mi vida personal.

A lo largo de los siglos, en todas las culturas y continentes, la pintura de uñas ha sido parte esencial del embellecimiento. Los antiguos babilonios crearon el primer set de manicure: sus herramientas estaban hechas de oro; se dice que los guerreros hombres de la región se pintaban las uñas antes de los combates para asustar a sus enemigos. Los antiguos egipcios mojaban las puntas de los dedos en henna y bañaban sus uñas en oro. En la antigua China también se utilizaba la henna para embellecer las uñas.

Posteriormente, los hombres y mujeres de la dinastía Ming embellecían sus uñas sumergiéndolas en una mezcla de cera, tintes naturales, claras de huevo y otros materiales. Las bailarinas de kathakali del estado indio de Kerala siguen utilizando materiales metálicos para sus uñas artificiales largas y curvadas, que pueden medir varios centímetros y suelen estar curvadas; su llamativa presentación resulta especialmente importante, ya que los gestos básicos de las manos en la danza kathakali, conocidos como mudras, ayudan a contar historias.

Durante el periodo Qajar de Persia, las mujeres de la corte incorporaron el acto de pintarse las uñas a sus rutinas de cuidado personal. Se aplicaban henna en las uñas y sormeh (un tipo de delineador de ojos) a lo largo de las pestañas. Aunque la decoración de uñas se originó en Oriente, se cree que el esmalte de uñas tal como lo conocemos en la actualidad es un invento occidental, los empresarios empezaron a experimentar con el barniz que se utilizaba para pintar los automóviles en la década de 1920. Cutex y Glazo probablemente fueron las primeras empresas de cosméticos en vender barniz líquido de uñas de color, en un tono rosa, escribe Suzanne E. Shapiro en su libro Nails: The Story of the Modern Manicure.

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‘El manicure se sitúa en el cruce de la clase, el género, el poder y la raza; el esmalte de uñas es mucho más que maquillaje: puede ser político’: Zahra Hankir. Foto: Benedict Evans/The Observer

“Tremendamente elegante. El irresistible aleteo de las puntas de los dedos brillantes e iluminadas de rosa”, proclamaba un anuncio de Cutex de 1927, en el que aparecía una mujer presumiendo sus uñas pintadas mientras fumaba un cigarro. “Puede ser utilizado sin temor a dañar las uñas”, declaraba la empresa.

A propósito, las primeras fórmulas de esmalte de uñas se fabricaban con altos niveles de nitrato de celulosa, un ingrediente potencialmente inflamable desarrollado en un principio como explosivo militar.

El manicure se sitúa en el cruce de la clase, el género, el poder y la raza; el esmalte de uñas es mucho más que maquillaje: puede ser político. En las comunidades de color, el hecho de llevar uñas postizas con diseños exagerados puede significar un rechazo de las normas de belleza eurocéntricas y una celebración de la propia identidad étnica.

Las mujeres de color suelen ser juzgadas de forma diferente por cómo se arreglan: una mujer blanca con manicure puede ser considerada moderna, mientras que una mujer afro o latina puede ser considerada transgresora.

Sonia Sotomayor, la primera jueza latinoamericana de la Corte Suprema de Estados Unidos, recibió la recomendación de la Casa Blanca de mantener su color de uñas neutro para su confirmación; no obstante, en una recepción con motivo de su nombramiento, lució desafiante unas uñas de color rojo intenso. La gente acudió a Twitter para elogiarla y criticarla. “Bien por ella”, se leía en una publicación, “se mantiene fiel a sí misma en un mundo de hombres”.

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Cuanto más grave es la agitación en Líbano, más brillante es mi manicure. Foto: Bet_Noire/Getty Images/iStockphoto

Kylie Jenner contribuyó a popularizar las uñas acrílicas entre las mujeres blancas, mostrando regularmente sus tips en Instagram (actualmente hay 213 millones de publicaciones en Instagram que llevan el hashtag #nails).

La decoración de uñas, como tal, no es inmune a la apropiación cultural; aunque ahora las mujeres blancas usan uñas acrílicas en abundancia, las uñas postizas largas y curvadas han sido históricamente fundamentales en la cultura afro.

En un ensayo para The Cut, Tembe Denton-Hurst reflexiona sobre cómo durante años le preocupó que el hecho de llevar uñas acrílicas pudiera “indicar algo sobre mí que no quería transmitir: que era ‘del ghetto’, ‘ruidosa’ o que no encajaba”.

Los sentimientos de Denton-Hurst revelan las repercusiones que se derivan de la supremacía blanca, desde el racismo sistémico y la discriminación hasta la eliminación cultural y los desequilibrios socioeconómicos.

Para Desire Thompson, escritora de 33 años residente en Brooklyn, el manicure representaba su llegada a la mayoría de edad y una celebración de su ascendencia afro. A los 14 años empezó a ir a salones dominicanos para que le aplicaran uñas acrílicas.

“Mi mejor amiga usaba acrílicas. Ella me abrió las puertas al siguiente nivel de juventud y feminidad. Ponerme uñas ridículamente largas equivalía a declararme ‘fly girl’ (una mujer segura de sí misma)”. Aunque Thompson evita las uñas acrílicas en la actualidad, de vez en cuando se hace manicure con esmalte de gel.

“Mis uñas son una buena representación de lo que siento por mí misma. Es como si me pusiera tacones en las uñas cuando me las hago, como si vistiera de gala mis dedos”.

El manicure también puede ser un acto de resistencia. En Irán, las mujeres han considerado su imagen como una oportunidad para la desobediencia civil. Tras la Revolución iraní de 1979, las mujeres se rebelaron contra las restricciones recién impuestas dejando al descubierto parte de su cabello debajo de sus velos, pintándose los labios, luciendo colores brillantes y haciéndose el manicure.

“Cuando las autoridades se mostraron autoritarias en las décadas de 1990 y 2000 y molestaron a las mujeres por su aspecto, sobre todo cuando entraban a las universidades u oficinas gubernamentales, se fijaron en el esmalte de uñas y el lápiz labial”, señala la escritora Azadeh Moaveni. Las mujeres iraníes siguen haciendo frente a las restricciones usando su estética como herramienta.

En la foto de Mahsa Amini que se volvió viral después de su muerte bajo custodia policial en septiembre de 2022, la joven kurdo-iraní de 22 años tiene los labios y las uñas pintados de color rojo oscuro. En los meses siguientes a la muerte de Amini, millones de personas salieron a la calle exigiendo reformas y coreando “Mujer, vida, libertad”.

Cuando llegué a la mayoría de edad en Líbano, mi familia esperaba que fuera recatada; algunos musulmanes conservadores desaprueban el esmalte de uñas o el maquillaje excesivo. “¿Dios me está castigando por mis pecados?”, me pregunté después de que se me rompiera una de mis uñas acrílicas en un tren a finales de 2021 y sintiera una punzada de dolor tan fuerte que casi me desmayé.

Me habían enseñado que llamar la atención de los hombres mediante el embellecimiento implicaba una forma de vanidad lujuriosa, que conduciría inevitablemente a un comportamiento pecaminoso. Me recosté en tres asientos y leí una dua, u oración, hasta que me recompuse. Cuando alguien me preguntó qué me pasaba, balbuceé y dije que me había caído, demasiado avergonzada para responder que había sucumbido a la rotura de una uña.

Para mí y para mi hermana, el manicure es como una especie de terapia. Aunque puede que el hecho de maquillarnos empezara como un pequeño acto de rebeldía, se convirtió en una forma de supervivencia. Durante mis luchas contra la ansiedad, la depresión e incluso la dismorfia corporal, siempre he recurrido al manicure y a mi fiel kohl.

Si mis uñas pudieran hablar, expresarían lo contrario de mi estado de ánimo. Cuanto más grave es la agitación en Líbano y más catastroficas son las noticias, más brillante es mi manicure. Cuanto mayor es mi sentimiento de culpa por vivir lejos de mis padres y de mi país, más atrevidos son mis diseños de uñas. Después de una ruptura difícil, pueden encontrarme en el salón de manicure, contando todos los detalles de mi situación con mi manicurista mientras ella alivia despreocupadamente mi desamor con cada pincelada de color.

Quizás estos rosas y destellos son una tonta distracción de asuntos más serios, no obstante, me aportan momentos de alegría. En cuanto a los riesgos, he probado las calcomanías para uñas, los esmaltes normales y los polvos de inmersión para uñas, que suponen una exposición mínima a los rayos UV. También me unto en las manos un bloqueador SPF 50 antes de ir al salón.

Estos “tacones para mis uñas” pueden provocarme dolores intermitentes, pero es un dolor que estoy dispuesta a soportar. En árabe tenemos un proverbio que a grandes rasgos se traduce así: “Aquella que quiere cosas bonitas no debería quejarse”.

Eyeliner: A Cultural History, de Zahra Hankir, será publicado por Harvill Secker y Penguin Books en noviembre.

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