Anita Neil: la primera olímpica de raza negra que tuvo que retirarse en su mejor momento
Rompió récords mundiales y compitió en dos olimpiadas y a los 23 años tuvo que retirarse y la olvidaron. Finalmente se reconocen sus logros
Rompió récords mundiales y compitió en dos olimpiadas y a los 23 años tuvo que retirarse y la olvidaron. Finalmente se reconocen sus logros
Anita Neil era muy pequeña cuando descubrió dos cosas: quién era su padre y que ella corría rápido. Muy rápido. “Me presentaron a mi padre cuando tenía tres años”, me cuenta Nell por Zoom desde su hogar en Wellingborough, Northamptonshire. “Tocó a la puerta y corrí a abrirla con mi mamá, y vi a este hombre muy alto, de piel oscura parado en la puerta. No tenía idea de quién era, hasta que mi madre me dijo que era mi padre”.
Su padre viajaba entre Estados Unidos e Inglaterra cuando ella era niña, pero él fue el que plantó la semilla en su mente de que ella podía ser atleta. “Yo estaba parada al fondo del callejón donde vivíamos y mi padre me dijo que hiciéramos una carrera. Recuerdo que me dijo: ‘En sus marcas, listos, fuera!’”, cuenta. “Esa fue la primera vez que supe que podía correr muy rápido. Podía sentirlo, lo siento ahora”. Neil ganó, aunque dice que, por supuesto, su padre la dejó ganar. Pero cuando habló con su madre después, lo primero que le dijo fue: “Anita va a ser corredora”.
Tenía razón. Neil no sólo se convirtió en atleta olímpica sino también la primera mujer de raza negra en representar a Gran Bretaña en los Juegos. Empezó en la primaria con carreras de 70 yardas y después los 100 m en secundaria. Neil dice que entre los 8 y los 15 años ganó todas las carreras que corrió. “Las otras niñas eran grandes competidoras”, dice. “Se formaban en la línea y decían: ‘No sé para qué corremos, ¡Anita va a ganar!’ Competí en carreras de saltos, en carreras de tres piernas y en sprints, y gané todas. En secundaria le ganaba a los niños”. Pero su viaje para convertirse en velocista profesional no fue tan fácil como ganar carreras.
Neil nació el 5 de abril de 1950. Su madre era blanca e inglesa y su padre, afroamericano. Él se fue cuando ella tenía seis años, y dejó sola a su madre cuidando cinco hijos. “Fue muy difícil y muy humillante porque no teníamos dinero”, dijo Neil. “Dependíamos de nuestros abuelos. Debe haber sido muy difícil para mi madre, con tantos niños morenos. Nos ridiculizaban y a ella también”.
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Neil y sus hermanos eran los únicos alumnos de raza mixta en su escuela primaria, y se enfrentaban al racismo de los maestros y en el recreo. Neil se acuerda de una mujer del comedor en particular. “Se paraba detrás de mí para verme comer. Cortábamos la comida con cuchillo y tenedor pero usábamos el tenedor para comer como lo hacía nuestro padre, al estilo americano. Se la pasaba diciendo que comíamos como animales”. La hermana de Neil alguna vez escuchó que otra maestra decía: “no queremos a gente como ellos aquí”.
A los 13 años, la descubrió el hombre que cambiaría su vida, un maestro de educación física, Roger Beadsworth, quien la entrenaba dos veces a la semana. Este entrenamiento y ver ganar a la saltadora británica Mary Rand la medalla de oro en 1964 en las Olimpiadas de Tokio fue suficiente para que fijara sus ojos en los Juegos Olímpicos.
A los 14 años, asistió al campeonato escolar All England y ganó el primer lugar en salto de longitud. A los 15, se unió al club de atletismo de las Damas Olímpicas de Tokio por sugerencia de Beadsworth.
En una de las competencias conoció en carne y hueso a su ídolo. “Mary Rand me vió bricar y yo pensé que eso era la cosa más increíble”, dice. “Me dio ánimos y me dio algunos consejos”.
Meses después escogieron a Neil para representar a Gran Bretaña en una competencia internacional en Lille, Francia, para reemplazar a Rand que estaba lesionada. “¡Así es que tuve que hacer el salto de longitud en lugar de esta medallista olímpica! Moría de nervios”, dice Neil. “Fue la primera vez que viajé en avión y fuera del país. No conocía a nadie así es que me daba miedo pero fue muy emocionante”.
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Viajar a Cuba para correr a los 16 años fue muy emocionante también. Fue la primera vez que estaba en un país en donde la mayoría era gente de raza negra y a un mundo de distancia de Wellingborough. “Allí me amaron. Mucha gente pensaba que era de Cuba”, dice.
Su ascenso puede parecer fácil pero las circunstancias económicos dificultaban todo lo que tenía que ver con el entrenamiento. Wellingborough no tenía, y no tiene, una pista de atletismo así es que tenía que usar la cancha de pasto de futbol para entrenar y el gimnasio no estaba bien equipado. Ella y su entrenador usaron la creatividad para entrenar. “No teníamos pesas en el gimnasio así es que mi entrenador colocaba las pesas en mis hombros y yo me sentaba en una silla”, dice. “Una vez me senté y la silla se cayó para atrás y me lastimé la espalda”.
Aunque el equipo para entrenar en la escuela no ayudaba para sus ambiciones, sus maestros la ayudaban. Cuando la familia no podía comprar los uniformes o los spikes, ellos la apoyaban. De vez en cuando, podía entrenar en Londres y su entrenador la llevaba porque ella no podía pagar la gasolina y dependía de su generosidad. Hablando hoy en día sobre el apoyo de la comunidad que recibió, dice: “Yo sólo pensaba que eran muy amables. Era maravilloso porque necesitaba ese uniforme. Juntaba escudos de las competencias y se los podía todos al traje. Estaba muy agradecida con lo que hacían por mi”.
A los 15 años, Neil tuvo que dejar la escuela y dedicarse a trabajar de tiempo completo como costurera en una fábrica de ropa para ayudar a mantener a su familia. “Fue difícil. Trabajaba semanas de 36 horas y entrenaba”, dice. “No tenía vida social. Corría, entrenaba y trabajaba”. Pero valía la pena, pensaba, para cumplir con su sueño olímpico.
En una competencia nacional en Portsmouth ella se dio cuenta de que así sería. Después de ganar los 100 metros y establecer un nuevo récord nacional de 10.6 segundos para las 100 yardas, Neil y el equipo de relevos de 4 por 110 rompieron el récord mundial. Invitaron a todo el equipo al Palacio de Buckingham para recibir un certificado por parte del duque de Edimburgo. Pero fue otra estrella deportiva la que dejó una gran impresión. “Fue increíble, especialmente porque conocí a George Best. Abrió la puerta y me dejó pasar”.
Poco después de Portsmouth, Neil recibió la confirmación por escrito de que representaría a Gran Bretaña en los Juegos Olímpicos de México. “Estaba muy emocionada”, dice. “Ya sabes, era un sentimiento surrealista. Me sentí tan bien. Uno piensa, he logrado que todo salga, las horas invertidas, la dedicación”.
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En México, Neil corrió en los 100 metros y en relevo de 4 por 100. Conoció a atletas británicos de todo el país. “Fue grandioso escuchar las historias de todos de cómo llegaron allí”. Pero también le hizo ver todos los obstáculos extras que ella tuvo que enfrentar.
“La mayoría de la gente vivía cerca de una pista o tenía medios para transportarse. Yo no tenía eso. Sólo una cancha de pasto. No tenía competencia. Entrenaba sola o ponía a los niños delante de mí y los perseguía. Algunos atletas pertenecían a clubes en donde había tres o cuatro internacionales, y entrenaban juntos”.
Neil pasó a la segunda ronda de los 100 metros y a la final de relevos, ella “quería correr más rápido… quería romper mi marca personal pero no lo hice”, dice. “Pero di todo lo que tenía e hice lo mejor que pude”.
Las olimpiadas de 1968 le abrieron los ojos en otros sentidos. Fue cuando John Carlos y Tommie Smith, medallistas de los 200 metros, levantaron sus puños con guantes desde el podio durante el himno nacional de Estados Unidos. El gesto se convirtió en un símbolo icónico, el saludo del Black Power, y fue uno de los gestos políticos más claros de los Juegos Olímpicos.
Neil dice que en las gradas no se sabía bien lo que estaba pasando. “No sabíamos de qué se trataba. Al principio pensé que alguien se había desmayado”, dice. “No me di cuenta de que se trataba de los derechos civiles de Estados Unidos hasta más tarde, cuando vi la cobertura noticiosa”.
En ese entonces, las ramificaciones de escenificar una protesta así eran serias , pero a Neil le da gusto que ahora es más fácil para los deportistas que quieren manifestarse, y apoya la rodilla al piso. “Creo que están dando un mensaje porque quieren que la gente piense en cuestiones raciales y tensiones que siguen dándose en este país y en otras partes del mundo”.
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Sus siguientes olímpicos se vieron afectados por una tragedia. En los Juegos de Munich de 1972, 11 miembros del equipo olímpico israelí fueron tomados como rehenes y asesinados por el grupo terrorista palestino Black September. Dos días antes, Neil estaba en la pista de calentamiento cuando alguien le tocó el hombro, era Amintzur Shapira un entrenador israelí. “Me dijo: ‘Vas a correr en contra de Esther (Roth-Shahamorov) en tres días’. Va a ser una buena carrera”. Le contesté que sí, que lo estaba esperando. Al día siguiente lo asesinaron”, dice. “Fue tan triste”.
Entre México y Munich, Neil recibió plata en los juegos de la Commonwealth en 1970 en el relevo de 4 por 100, y tres medallas de bronce en los Campeonatos Europeos de 1969 en 100 metros, 200 metros y relevo de 2 por 100. Pero seguía trabajando de tiempo completo como recepcionista y vendedora para mantenerse y a su familia. En muchos sentidos era una doble vida.
“Por una parte, estábamos batallando. Mi familia, mis hermanos, la vida en casa, vivíamos en una casa de asistencia social. Y por la otra, me quedaba en hoteles de cinco estrellas y comía alimentos de lujo y viajando por todo el mundo”, dice. “Era mucho contraste y había mucho que balancear. Sólo tenía que aterrizar y seguir adelante, pensando: ‘Tengo que poner un techo sobre nuestra cabeza’”.
Resultó demasiado a fin de cuentas. Su maestro de educación física tuvo que dejar de entrenarla debido a sus obligaciones personales, y por la falta de instalaciones y como tenía que mantener a su familia, Neil tuvo que tomar la tremendamente difícil decisión de retirarse del atletismo profesional a los 23 años. “Mi familia y yo pensábamos que no estaba bien que tuviera que retirarme pero no sabíamos qué otra cosa hacer”, dice. Neil siempre quiso completar las cuatro M: competir no sólo en México y Munich, sino también en Montreal y Moscú, y recuerda que vió a sus ex compañeras de equipo ganar el bronce en el relevo de 4 por 100 en 1980 en Moscú. “Lo vi con dolor. Lo extrañaba mucho y me sentía terrible”.
Mientras trataba de asimilar su carrera atlética trunca, Neil regresó a la universidad, y trabajó en oficinas. Pero la terrible decepción de su retiro temprano, después de haber luchado tanto fue difícil de asimilar y se encerró en sí misma.
“Sentí decepción”, dice. “Ver que mis compañeros atletas seguían haciendo lo suyo. Yo pensaba que tenía que estar allí, que podía haber estado allí. Luchaba mentalmente. Mi vida no tuvo estructura durante años y años”.
Incapaz de ver siquiera sus propios logros, guardó sus trofeos, sus certificados, medallas y cualquier cosa que le recordara que alguna vez fue atleta olímpica. “No creo que quisiera verlos”, dice. “Me dolía mucho todo”.
Durante su carrera como corredora, nunca pensó que ella podría ser la primera mujer de raza negra británica atleta olímpica. “Yo sólo quería formar parte en realidad”. Su hermana fue la que lo pensó y la que hace cerca de 20 años se puso en contacto con los Récords Guinness Mundiales con la propuesta pero no le contestaron.
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Cuando la antorcha olímpica pasó por Wellingborough durante los Juegos de 2012, no le pidieron a Neil que la llevara, lo cual fue un golpe. Estaba muy, muy molesta. Me dolió tanto. Pensé que la antorcha olímpica iba a pasar por mi ciudad en donde no había nadie que hubiera representado a Gran Bretaña en los Juegos Olímpicos y no me lo pidieron”.
Pero finalmente este año, más de 50 años después de que compitió en México, la Asociación Olímpica Británica confirmó que ella es la primera atleta mujer olímpica británica de raza negra y para Neil, la respuesta de su comunidad en Wellingborough ha sido impresionante. “En las redes sociales veo miles de likes y de comentarios, lo cual es maravilloso. Y cuando voy a la ciudad siempre hay gente que se acerca a felicitarme, a decirme que merecía el reconocimiento, que ya era hora.”.
Su familia siempre la apoyó. La madre de Neil, de 93 años, puedo ver un reportaje de que finalmente se reconoce a su hija, y una entrevista. “Todavía se siente muy, muy orgullosa de mi. SIempre.” La hija de Neil es como ella y corre 200 metros y forma parte de un club de gimnasia.
Sus medallas y logros deportivos, que estuvieron durante años en una bodega, ya se encuentran expuestos con orgullo en la casa de su hermana. Sacarlos de la bodega me trajo buenos recursos. “Yo sólo pensaba, dios mío, ¿realmente saltaba tanto? ¿Era tan rápida? Me sorprende lo que hice”.