Los haitianos que construyeron una comunidad en Tijuana siguen varados
Aunque la población de la Pequeña Haití ha disminuido en los últimos tiempos, su legado permanece entre los solicitantes de asilo que quedaron atrapados en México.
Aunque la población de la Pequeña Haití ha disminuido en los últimos tiempos, su legado permanece entre los solicitantes de asilo que quedaron atrapados en México.
A unos 10 kilómetros al oeste del centro de Tijuana, en la frontera de México con California, los turistas pueden ver un cartel erigido hace años en el que se lee: “Little Haiti, City of God” (Pequeña Haití, Ciudad de Dios).
La zona fue en su momento el hogar de miles de migrantes haitianos varados en esta ciudad ubicada en el noroeste de México mientras intentaban desafiar el endurecimiento de las políticas migratorias de Estados Unidos. Aunque la población de Pequeña Haití ha disminuido en los últimos tiempos, su legado permanece entre los que se quedaron atrás.
“Fueron las manos de 600 haitianos las que construyeron una parte de esta escuela”, comentó Gustavo Banda, sacerdote de Embajadores de Jesús, una iglesia que amplió su capacidad para albergar hasta 2 mil migrantes haitianos diariamente entre 2016 y 2017.
La escuela, añadió Banda, es la primera de su tipo dedicada a niños migrantes que se encuentra dentro de un albergue de Tijuana. En su inauguración, en abril, había cientos de niños procedentes de México, El Salvador, Honduras y Guatemala. Ni los políticos ni los donadores de este proyecto reconocieron a los haitianos que alguna vez vivieron y trabajaron aquí.
Durante más de una década, Haití, el país más pobre del hemisferio occidental, se ha visto asolado por devastadores desastres naturales, inestabilidad política y una violencia de pandillas exacerbada por el asesinato del presidente Jovenel Moïse en 2021.
El éxodo de Haití en el siglo XXI comenzó realmente tras el terremoto de 2010, que mató a 220 mil personas y dejó sin hogar a más de un millón, lo que provocó que muchos de los que sobrevivieron huyeran a Latinoamérica y Estados Unidos. Muchos se dirigieron a Brasil, que recibió a trabajadores haitianos para los preparativos del Mundial de Futbol de 2014.
Sin embargo, cuando la economía brasileña sufrió su peor caída en décadas, los haitianos empezaron a viajar hacia el norte durante varios meses hasta llegar a Tijuana, la puerta de México al “sueño americano”.
En un principio, Estados Unidos permitió la entrada de los haitianos al país en virtud de la medida de libertad condicional humanitaria, que les concedía hasta tres años para permanecer en suelo estadounidense. No obstante, en septiembre de 2016, Barack Obama anunció que aquellos que llegaran por la frontera sur serían deportados de vuelta a Haití, un país afectado por la crisis.
La decisión de Obama anticipó políticas similares que los gobiernos posteriores adoptarían para disuadir la llegada de haitianos a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México.
“Un punto en común que hemos observado es la aplicación de políticas de disuasión en la frontera”, comentó Guerline Jozef, directora ejecutiva de Haitian Bridge Alliance, una organización que presta servicios legales a personas afro desplazadas cerca de la frontera entre Estados Unidos y México desde 2015.
“Siempre les ha resultado muy difícil a los haitianos solicitar asilo debido a las políticas de migración de Estados Unidos, y como consecuencia iniciaron una comunidad dinámica en Tijuana con barberías y restaurantes”, dijo.
De vuelta en el centro de Tijuana, Wikiel Caslot, de 35 años, recibió a una familia en Labadee, un restaurante que bautizó en honor a un puerto ubicado en la costa norte de Haití.
Han pasado seis años desde que Caslot dejó Brasil y viajó a Tijuana. En ese momento, el gobierno de Trump anunció importantes medidas para disuadir a las personas de solicitar asilo, y Caslot renunció a su sueño de llegar a Estados Unidos. Rápidamente se adaptó a las oportunidades que ofrecía Tijuana.
“Trabajé en obras y fábricas hasta que ahorré el dinero suficiente para abrir este local”, explicó Caslot, que posteriormente trajo de Haití a Tijuana a su esposa e hijos. “Si te quedas aquí esperando y esperando para ir a Estados Unidos, envejecerás”.
Según Enrique Lucero, director de la Oficina de Asuntos Migratorios de Tijuana, cuando Caslot llegó a Tijuana en 2016, la ciudad contaba con una red de seis albergues que rápidamente se quedaron sin espacio debido al creciente número de haitianos que se encontraban varados en México a causa de las políticas estadounidenses.
En la actualidad hay entre 4 mil y 6 mil haitianos viviendo en Tijuana, la cuarta población migrante más grande de la ciudad, después de los centroamericanos y venezolanos.
En virtud del Título 42, una medida que Donald Trump aplicó durante la pandemia de coronavirus y que Joe Biden mantuvo hasta el 11 de mayo, los funcionarios de migración estadounidenses han expulsado a los migrantes más de 2 millones de veces, y más de 22 mil de ellos eran haitianos.
Cuando el gobierno de Biden anunció a principios de este año que los migrantes que esperaban solicitar asilo debían conseguir una cita a través de una aplicación para celulares conocida como CBP One, muchos haitianos se fueron de los albergues de Tijuana y se cambiaron a hoteles y habitaciones rentadas en busca de un mejor servicio de internet.
“Ahora tenemos CBP One, que, si lo pensamos bien, no es más que una versión digitalizada del ‘programa de medición'”, comentó Jozef, en referencia a la táctica que obligaba a algunos migrantes, principalmente haitianos, a obtener un “pase” de los funcionarios mexicanos y esperar en la fila para solicitar asilo en Estados Unidos.
A la entrada del hotel de cuatro pisos llamado Suite Jerez, tres hombres hablaban entre sí en criollo haitiano. Uno de ellos, con desesperación, señalaba a una mujer y a un niño que yacían en el piso bajo una cobija que no los cubría por completo.
Uno de los transeúntes, Joel Noel, comentó que el hombre había logrado sacar una cita en CBP One, pero que no tenía los 260 pesos mexicanos que necesitaba para pasar otra noche con su familia en el hotel, que estaba completamente lleno.
“Escucha, nuestro problema es que no ganamos suficiente dinero mientras esperamos las citas”, comentó Noel, que en su momento estudió química industrial y emigró a Argentina después del terremoto de 2010. “Yo trabajaba en un restaurante 12 horas al día y ganaba 400 pesos de lunes a viernes”.
Tras pasar años fabricando y vendiendo sus propios productos higiénicos en la provincia de Buenos Aires, Noel compró un terreno con la intención de construir una casa para sí mismo.
Sin embargo, cuando un vecino descubrió que Noel había comprado gallinas para criarlas en su patio trasero, el hombre argentino amenazó con matarlas a todas.
“Hay lugares en Argentina donde, si eres una persona de color, no puedes vivir en paz”, explicó Noel, refiriéndose al racismo que sufrió durante aquellos años en Argentina, un país que desde hace mucho tiempo se enorgullece de su herencia europea.
Justiner Jocener, de 30 años, emigró a Chile poco después de que el huracán Matthew matara a más de 500 personas en Haití en 2016, y experimentó prejuicios similares.
“Estudié agronomía en mi país, pero en Chile tuve que trabajar en lo que fuera para alimentar a mi hija”, comentó Joecener. “Sentí que empezaron a rechazarme en los trabajos por ser quien era”.
Finalmente, se fue de Chile y emigró a Tijuana, donde unos compatriotas le dijeron que tendría más posibilidades de entrar a Estados Unidos. No obstante, aún no ha conseguido una cita en CBP One.
La Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos anunció recientemente que aumentaría de 740 a mil el número de citas de CBP One que repartiría diariamente a partir del 12 de mayo.
Desde su aplicación, más de 83 mil personas han sacado una cita, y los haitianos se encuentran entre las principales nacionalidades, según comentó un funcionario del Departamento de Seguridad Nacional estadounidense a The Guardian.
Según Lucero, director de la Oficina de Asuntos Migratorios de Tijuana, al menos 2 mil 700 haitianos han logrado sacar citas en la región.
Por ahora, la mayoría de sus compatriotas que se encuentran en la ciudad siguen varados, con la esperanza de que un nuevo cambio en la política migratoria estadounidense pueda cambiar con el tiempo su destino.
“¿Por qué no nos querría Estados Unidos?”, preguntó Noel. “Queremos ir y trabajar. Solo eso”.