A mis 42 años, curso cuarto y quinto de primaria
Columna Invitada
A mis 42 años, curso cuarto y quinto de primaria
Foto: Marc Thele/Pixabay.com

Hace exactamente un año millones de niñas, niños y adolescentes conocieron esta cosa extrañísima que se llama educación a distancia, o Home School o aprendizaje en línea. Formato que intercambió a sus amigos y patios de juego por una fría pantalla: la televisión, la computadora, el teléfono, la tableta.

El coronavirus nos ha afectado a todos de distintas maneras y de formas que aún no llegamos a concebir. Estoy segura que nos tomará varios años el reconocer las consecuencias de esta pandemia en múltiples dimensiones: personales, económicas, políticas, sanitarias, geopolíticas, científicas y educativas, por mencionar algunas.

Es cierto que cada país ha definido criterios diversos con respecto al regreso de los estudiantes a las aulas de manera presencial. En respuesta, nuestro país tiene un movimiento #NiUnDiaMasSinClases, nacido del hartazgo y la genuina preocupación de jefas y jefes de familia sobre los impactos que la falta de educación presencial e interacción social va a tener en sus hogares.

No estoy yo aquí para calificar. No tengo las credenciales de política educativa y para decir verdad, tampoco las ganas de ponerle adjetivos a las soluciones (si así se les puede llamar) que han instrumentado nuestros gobiernos del orden federal y estatal durante la pandemia.

Mi intención con estas líneas, desde la experiencia de ser madre de dos estudiantes de cuarto y quinto de primaria, es dar visibilidad a lo que ha sido para mamás y papás el verse obligados a cursar -sí, lo leyó bien: verse obligados a cursar- las materias escolares de sus hijos. Porque muy bien podría adornarme y decir que durante el último año yo he sido la maestra de los míos, pero sería faltar a la verdad.

En estos días y meses he tenido que aprender, no reaprender, aprender en toda la extensión de la palabra conceptos como: fracciones propias, impropias y mixtas; análisis sintáctico y semántico de las oraciones; las cadenas tróficas; así como la reflexión y refracción de la luz, por mencionar algunos contenidos que si algún día formaron parte de mis temarios, a estas alturas del partido ya no los encuentro en la memoria.

Y todo eso lo he aprendido mientras mi vida laboral, familiar y personal sigue sucediendo, porque mientras curso cuarto y quinto de primaria, mi vida exige las responsabilidades y espacios que corresponden a una persona de mi edad.

Como yo hay miles de jefas y jefes de familia. Sin duda, las transformaciones en las dinámicas al interior de los hogares han sido movimientos telúricos, que implican deconstrucción de paradigmas, combinación de roles, rompimiento de barreras, y en algunos casos también el escalamiento terrible de violencia doméstica que como sociedad no podemos ni debemos ignorar.

Y como todo movimiento telúrico, como todo gran quiebre, esto conlleva también el darle visibilidad a una desigualdad estructural: el trabajo doméstico de las mujeres, al cual no hemos sabido ni querido dimensionar y darle un valor económico.

Otra enorme consecuencia ha sido en algunos casos, como el mío, que el núcleo familiar se ha vuelto un equipo que funciona las 24 horas los 7 días de la semana. Compartimos de manera distinta el día a día. Nos conocemos más. Y como en todos los hogares, aquí también ha habido gritos y sombrerazos por supuesto, acompañados de frustraciones, llantos y desesperación.

Se dan momentos en que además todos aprendemos de todos, a pesar de no ser el mejor momento: por qué no, mi hijo de 10 años hace unos días me quita el audífono del oído izquierdo a mitad de una videoconferencia de trabajo, para preguntarme si yo sabía que el logotipo de las paletas Chupa Chups fue diseñado por el mismísimo Salvador Dalí. Por supuesto que no lo sabía, me pareció un dato increíble.

Así que sí, millones de personas en el mundo y en México – en su mayoría mujeres – llevamos un año cursando un grado académico, ya sea de preescolar, primaria y/o secundaria al mismo tiempo que seguimos siendo sustento económico, centro logístico y pilar de nuestras familias.

Sirvan estas líneas para ellas y ellos. Para decirles que no están solos y comparto su cansancio, su hartazgo y su preocupación, así como las insospechadas alegrías que una situación así nos ha traído.

De agradecerse para siempre el trabajo, la dedicación y entrega de las maestras y maestros del país que, con una vocación sin igual, han estado ahí detrás de una pantalla durante cientos de días. Gracias en especial a Miss Nere, Miss Cristina, Miss Coty, Miss Mónica y a todos los docentes del colegio de mis hijos, ha sido un honor tenerlos en casa. Gracias por enseñarme, entre muchas otras cosas, la descomposición de números en factores primos.

*Maribel Quiroga es autora de El Turno es Nuestro
@maribelquirogaf

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