Vivimos en tiempos de grandes apuestas por lo que deben tomarse grandes riesgos
Opinión The Guardian
Vivimos en tiempos de grandes apuestas por lo que deben tomarse grandes riesgos
Fotografía: Fredrick Kippe / Alamy

No hay nada como vivir en medio de una pandemia global para darte cuenta de que el verdadero mundo de la ciencia es algo más que la estructura “hipótesis, prueba, repite” que aprendemos en la escuela. Y eso  viene a colación por el hecho de que si una eminencia científica hace una declaración, no quiere decir que en automático tengamos que elevarla al estándar de una verdad de oro.

Hace un año, yo habría pronosticado que el papel de la ciencia en una pandemia global sería muy directo. Los científicos hacen ciencia. Luego nos dicen a los demás qué hacer, y salvan vidas. Me habría molestado terriblemente si alguien me hubiera dicho que el debate científico se iba a politizar a tal grado, y que la gente que aseguraba tener informes científicos estaría discutiendo con base en los mismos hechos que tendríamos que tomar una acción totalmente contraria, cuando las apuestas estuvieron en lo más alto.

El ejemplo más reciente de las diferentes decisiones gubernamentales en Europa se dio con el debate sobre la vacuna AstraZeneca en vista de las preocupaciones relacionadas con un número muy reducido de casos de coágulos provocados por la vacuna. Los reguladores de medicamentos de Reino Unido y Europa dijeron que no existe evidencia de que los casos de coágulos hubieran sido provocados por la vacuna. Muchos científicos dicen que el número de incidentes de coágulos no es mayor de los que se habrían dado sin la vacuna, y que los riesgos de salud de restringir la vacunación mientras se investigaban estos casos sobrepasarían los beneficios.

¿Por qué llegan a diferentes conclusiones los diferentes países con la misma información? La explicación más halagadora es que algunos gobiernos todavía pensaban que era mejor detener la campaña de vacunación para mantener la confianza a largo plazo en las vacunas de Covid. La información menos halagadora es que los gobiernos se muestran hostiles a la vacuna AstraZeneca debido a la discusión por el abastecimiento en la UE, y, predispuestos por esto, tomaron una decisión y pusieron en riesgo la confianza de la gente por medio de una postura de suspender y empezar que la evidencia no justifica.

Una visión que podría ayudar a entender todo esto es la de la “ciencia postnormal”, un concepto que surgió a causa de la controversia científica en torno a la BSE, la ciencia del clima y las cosechas modificadas genéticamente. Me topé con esto cuando estaba realizando un documental para Radio 4 sobre la ciencia Covid. Describe el tipo de ciencia que se necesita en tiempos de gran incertidumbre, cuando los valores de la ciencia están en disputa, las apuestas son altas y las decisiones urgentes. La ciencia Covid es ciencia postnormal con esteroides, y nos ayuda entender cómo es que la ciencia que nos gusta pensar está sentada por encima de todo, produciendo grandes reflexiones, se ha politizado tanto.

La ciencia postnormal es más vulnerable a la ciencia mala. El Covid es un virus nuevo sobre el que sabemos relativamente poco: cualquier consenso político es casi una novatada y es posible encontrar estudios científicos que lleguen a conclusiones contradictorias. En estas condiciones, “seguir la ciencia” fácilmente significa seguir y escoger la ciencia que se acomoda a tu agenda política. Este no es un fenómeno nuevo: las industrias del tabaco y el petróleo han tratado de derrumbar el concesión político sobre el cambio climático y los cigarros patrocinando sus propios estudios desde hace décadas. Pero en la tierra cero del empirismo del Covid, cualquier ideólogo amateur puede encontrar un estudio que los sustente. Si quieres armar un caso en contra de las mascarillas, o de los confinamientos, pero parecer que lo haces basado en la verdad y no en los valores morales, busca bien y seguro aparece por allí algún científico que te sirva. El resultado es que el debate sobre los bajos costos, y la intervención sin complicaciones de las mascarillas se ha politizado de forma bizarra.

Las apuestas altas y la naturaleza incierta de la postciencia, también deja abierto el camino para que se introduzcan los propios intereses de los científicos. Durante los últimos 12 meses hemos sido testigos de algunos bloopers que nos llegan a provocar llanto. Cuando el Presidente Donald Trump aseguró erróneamente que la hidroxicloroquina era un tratamiento efectivo en contra del Covid, Lancet publicó un estudios de investigadores de Harvard que  aseguraba que en realidad aumentaba el riesgo de muerte, con base en los registros de 90 mil pacientes que pertenecían a una compañía llamada Surgisphere. La OMS inmediatamente suspendió las pruebas de hidroxicloroquina. Pero entonces otros científicos encontraron banderas rojas: había más muertes en Australia que el total de muertes por Covid. Resultó que los investigadores de Harvard no habían revisado la información básica, y después tuvieron que retractarse de su estudio. Nunca sabremos exactamente cómo o por qué se publicó esto, pero el deseo de probar que Trump estaba equivocado no sólo estuvo mal, estuvo peligrosamente mal, y probablemente contribuyó a esto.

Puede sonar raro hablar sobre las debilidades de la ciencia cuando nos proporcionó varias vacunas para Covid en sólo un año. Pero la politización de la ciencia Covid seguramente afectó varias decisiones importantes gubernamentales durante el último año, incluyendo la duración de los confinamientos. Y encontramos aquí lecciones importantes sobre cómo practicar la ciencia en condiciones postnormales en el futuro.

Una gran parte del problema es que las expectativas son muy altas. Idealizamos la ciencia como el único camino a la verdad, como si la política y el dinero no la afectaran, como si los científicos fueran gente tan sabia que elimina la necesidad de políticos. Es del interés de muchos dejar esta ilusión intacta: los políticos toman decisiones difíciles y luego dicen “yo sólo hice lo que los científicos dijeron”. Las celebridades científicas empiezan a borrar los límites entre la ciencia y la abogacía basada en valores porque con esto se logra ser escuchado y también lo hacen  los que les gusta llevar la contra y viven de crear discrepancias innecesarias.La verdad incómoda es que la ciencia tiene límites y no es gratuita. Hay que hacer a un lado la idea de la postverdad de que la experiencia no es importante. Durante el último año nos apegamos con entusiasmo a la idea de que la experiencia es incuestionablemente todo. Eso tampoco es sano.

Sonia Sodha es columnista del Observer.

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