Sobre el legislador profesionista y otras criaturas mitológicas
Tácticas Parlamentarias

Analista y consultor político. Licenciado en Ciencia Política por el ITAM y maestro en Estudios Legislativos por la Universidad de Hull en Reino Unido. Es coordinador del Diplomado en Planeación y Operación Legislativa en el ITAM. Twitter: @FernandoDworak

Sobre el legislador profesionista y otras criaturas mitológicas
Foto: Agencia EFE.

Llevo más de 25 años preguntándome qué habilidades o cualidades debería tener una persona que aspire a un cargo de elección. Además, coordino un diplomado enfocado precisamente a intervenir en las decisiones legislativas, sea desde una curul o la ciudadanía. Pero entre más me planteo esa pregunta, menos idea tengo de lo que debería significar. 

Algo me ha quedado claro con la pregunta: si ya nadie cree en Santa Claus, sería conveniente dar un paso más en nuestra madurez cívica y dejar de creer en criaturas mitológicas, entre ellas el Rey filósofo o el Legislador profesionista, como solución a nuestros problemas públicos.

Una y otra vez surge el falso debate sobre si una persona dedicada a legislar debería tener, al menos, título universitario. De hecho, hay mucha gente que cree que esto es tan necesario, que exige a los partidos hacer exámenes de conocimientos generales para sus militantes. ¿Ayudaría en algo semejante cosa, o solo se busca una figura de autoridad en vez de alguien a quién exigirle resultados?

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Empecemos por lo básico: no hay tal cosa como una legisladora o un legislador “estándar”. Cada persona realiza distintas actividades dentro de un órgano legislativo, como conducción de la Mesa Directiva, negociación u oratoria. Atender temas en comisiones es una más, y para muchos no la principal. Incluso dentro de las mismas hay más negociación que discusión técnica: ayudaría más un staff debidamente capacitado, en todo caso.

¿Hay habilidades que son necesarias para ocupar una curul o un escaño? Si no hay legisladores “estándar”, sería más útil un perfil negociador o conciliador que alguien con un expertise técnico sobresaliente. ¿Se requieren profesionistas en un grupo parlamentario? Sería deseable y, de hecho, llegan a competir personas con esos perfiles, pero no es indispensable.

Démosle la vuelta al argumento: ¿por qué sería atractivo para alguien que ejerce exitosamente una profesión competir para un asiento? Para empezar, la actividad partidista implica costos de oportunidad enormes para alguien que trabaja de tiempo completo. Al contrario, las responsabilidades legislativas les harían abandonar sus ocupaciones profesionales por un tiempo indeterminado, y a su final habrían perdido seguimiento de sus temas y hasta clientes. Además, se requieren habilidades distintas al ingresar a la vida pública, como acabamos de ver: una eminencia suele fracasar en el Congreso.

Entonces, ¿por qué hay todo tipo de profesiones en la política? En efecto, hay químicos, ingenieros, médicos y demás. La respuesta: son personas que tienen desde tiempo atrás una vocación por lo público. Han estado en, digamos, organizaciones gremiales o política estudiantil, y eso les ha proyectado políticamente. Pero suponer que un día se levantaron con tanto amor a México que decidieron hacerse políticos, solo sucede en las películas de Cantinflas.

¿Valdría la pena hacer exámenes a aspirantes a la política? Si no hay conocimientos básicos para ejercer exitosamente la actividad legislativa, resulta una ociosidad. Además, ¿quién evaluaría a los evaluadores? ¿No estaríamos empoderando a quienes hacen esos documentos por encima de la ciudadanía? La selección de candidaturas es una labor de los partidos, a final de cuentas.

Para hablar con honestidad, ningún sistema electoral del mundo garantiza que ingresen las mejores personas, aún cuando sepamos qué significaría eso. A final de cuentas, compiten siempre individuos con ambición por lo público. Lo que sí es posible es mejorar las condiciones de competencia en las reglas electorales y permitir que se pueda competir repetidas veces por el mismo cargo, de tal forma que sobrevivan las más aptas para las funciones legislativas.

Dicho lo anterior, la calidad de nuestros representantes es más bien responsabilidad de la ciudadanía, que los atributos reales o supuestos de quienes compiten. El legislador profesionista es una trampa que nos hacemos para no pensar más lo público. La pelota está en nuestra cancha, nos guste o no.

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