El fin de una época
Zinemátika

Escribió por una década la columna Las 10 Básicas en el periódico Reforma, fue crítico de cine en el diario Mural por cinco años y también colaboró en Reflector, la publicación oficial del Festival Internacional de Cine en Guadalajara. Twitter: @zinematika

El fin de una época
Alfonso Zayas. Foto: Mediateca INAH

Víctima de un paro respiratorio, Alfonso Zayas Inclán murió el jueves 8 de julio por la noche. Tenía 80 años. Con su partida se pierde a uno de los iconos de una etapa controvertida en el cine mexicano.

Nacido en Tulancingo, Hidalgo, Zayas tuvo una vida ligada al mundo del espectáculo desde pequeño: sus padres trabajaban en las carpas cómicas que se establecían en distintos puntos de la Ciudad de México, como la colonia Santa María la Ribera, donde el actor pasó parte de su infancia y su juventud.

Más allá de sus datos biográficos, Zayas fue representante de una de las épocas más polémicas del cine mexicano: el ascenso del subgénero conocido como sexicomedia mexicana o, más popularmente, cine de ficheras

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Vamos por partes. La sexicomedia es apenas el tercer subgénero cinematográfico nacido en México –los otros dos fueron la comedia ranchera y las películas de luchadores–, y tiene ciertas raíces en el cine de rumberas, nacido en la Cuba prerrevolucionaria, y en la comedia sexual italiana.

De acuerdo con numerosos estudiosos del cine, uno de sus principales aportes es el cambio de paradigma estético del galán cinematográfico: ya no se trata del hacendado acaudalado, bien parecido y con buena voz, cuyo máximo representante sería Jorge Negrete; el nuevo hombre imaginado durante las décadas de los 70 y 80 es feo, pícaro, flojo, pobre e inevitablemente citadino.

Nacido formalmente con la película Tívoli, dirigida en 1974 por Alberto Isaac –quien años antes había realizado cintas como En este pueblo no hay ladrones, inspirada en el cuento homónimo de Gabriel García Márquez y con guión de Carlos Fuentes–, el cine de ficheras tiene una fórmula que se repite cíclicamente: un pícaro sin oportunidades enamora a las mujeres más guapas y burla a criminales y ricos por igual.

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Como en el albur, lenguaje por excelencia de este subgénero, el triunfo se obtiene por la prevalencia de lo sexual; “se las metimos doblada, camarada”, como diría cultamente el actual director del Fondo de Cultura Económica, Paco Ignacio Taibo II.

De esa época data el auge de las llamadas “exóticas” o “ficheras”: mujeres despampanantes que bailaban en los cabarets a cambio de dinero, se desnudaban y, aunque usaban su astucia para conquistar a tipos ricos, siempre estaban prestas a escuchar la voz de su proxeneta o del galán de barrio, ese Juan Pérez sin talento ni dinero, pero siempre de muy buen corazón.

Ese ambiente, cuyo discurso era, irónicamente, hacer lo más humano posible a los protagonistas de las cintas, abrió las puertas a cómicos que habían heredado el albur de las ya para entonces obsoletas carpas populares. Relacionados con ellas están algunos de los nombres más prolijos de la sexicomedia, como Carmen Salinas, Alberto Rojas, Pedro Weber y, desde luego, Alfonso Zayas.

Muchos de los directores que habían realizado comedias familiares durante la Época de Oro del cine mexicano, que concluyó con el estreno de Tizoc, se subieron a la nueva ola fílmica con resultados desastrosos: las mismas temáticas simples, que funcionaban para las matinés de una sociedad conservadora dos décadas atrás, eran reformadas para un gusto adulto con la simple adición de albures y mujeres con poca –o nula– ropa.

Haciendo una reflexión más o menos somera sobre sus películas, hay muy pocas que habrían sobrevivido a la censura popular de nuestros días. Títulos como El Gato violador, Nachas vemos, vecinas no sabemos o El rey de las ficheras dejan muy poco a la imaginación sobre la trama y la intención cinematográfica.

Sin embargo, Zayas no siempre fue así. Al principio de su carrera hizo mancuerna con dos grandes comediantes mexicanas: María Elena Velasco y María Victoria, cuya bandera siempre fue un humor para toda la familia, con pequeñas referencias a la picaresca que tanto se nos ha tratado de vender desde el cine como una característica inherente al ser mexicano.

Desde hace algunos años, el llamado cine de ficheras ha sido revalorado desde el punto de vista académico como expresión de una época, la del llamado “Milagro mexicano” que comenzó con José López Portillo y… pues ya sabemos cómo acabó.

En ese sentido, este cine pobre, sin argumentos ni aportaciones estéticas, que retoma solo los pedazos más altisonantes de un rico acervo popular que fue desapareciendo con los años, sí es una instantánea de su época y Zayas es, desde luego, su más digno emblema.

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