Pensar el populismo
Peripatético

Es chileno, tiene 40 años, es cientista político de la Universidad de Chile y asesor parlamentario. Actualmente cursa el Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Fue jefe de Gabinete del Ministro del Interior el 2014, y del 2015 al 2018, jefe de la Avanzada Presidencial de la Presidenta Michelle Bachelet. Es agnóstico y socialista. Twitter: @FelipeBarnachea

Pensar el populismo
Foto: Pixabay

Aunque se detuvo la caída del apoyo a la democracia en América Latina –de acuerdo con el último informe de Latinobarómetro (noviembre de 2021)–, el hecho de que solo la mitad de los ciudadanos y ciudadanas la apoyen representa un dato de máxima preocupación. Pero la crítica a la democracia no es por la democracia en sí misma, sino por aquellas desviaciones del sistema percibidas por las personas: la concentración de una élite que gobierna para una minoría y para sus propios privilegios, y el hecho de que no sea capaz de resolver el problema principal de la región y que se expresa en todas las áreas, como es el caso de la desigualdad. 

Las protestas masivas que se han dado en el continente, en particular las últimas en Chile, Ecuador y Colombia, son expresión nítida y material de este malestar. Y, como la democracia no da –hasta ahora– respuestas, el populismo asoma con renovada vitalidad. Pero, ¿qué es el populismo? ¿Es una actitud, un movimiento, un régimen político, un “momento”, una lógica política?

En la ciencia política no hay seguramente otro concepto que genere tanta controversia. Es un hecho bien establecido que para el común de las personas, el término alude a una serie de características negativas y, sobre todo, a un tipo de conducta de actores políticos que prometen aquello que –saben– no pueden cumplir. “Es una propuesta populista”, “eres un populista” o “no hay que caer en el populismo” son expresiones frecuentes con las cuales se pretende descalificar al adversario. 

Ernesto Laclau combate esta extendida idea y entiende el populismo como una lógica política. Una forma de hacer política que organiza las demandas sociales insatisfechas y que, a su vez, emerge sobre la crítica a la élite establecida en el poder. Esta característica junto a la exaltación de las emociones hasta el paroxismo, ese cierto desprecio a las organizaciones intermedias de la sociedad –los partidos políticos– que deriva en la constitución del líder en un hombre-pueblo, hacen parte de la glosa histórica que realiza Pierre Rosanvallon, quien ubica al populismo como la ideología ascendente de nuestro siglo. 

Hasta el momento, el populismo entendido de forma peyorativa ha sido la antípoda de la democracia, pero yo diría que caracterizado sin las pasiones de la política contingente pudiera ser la respuesta –guste o no– a las deficiencias de la propia democracia. La conclusión del informe de Latinobarómetro, que indica que la crítica a la democracia es la exigencia de más democracia, es un tanto apresurada porque pareciera ser que el problema no es de intensidad o acumulación, sino de legitimidad. 

No es un fenómeno nuevo, porque antecedentes hay incluso en la Roma antigua. Para Rosanvallon, en el segundo imperio de Napoleón III (1852 -1870) hay populismo en estado puro. Y en América Latina, cuando la democracia está en crisis, el populismo asoma como una alternativa plausible, sino la única que es capaz de absorber las demandas sociales insatisfechas por el sistema democrático. 

¿Será posible compatibilizar la democracia con el populismo? Sea ese, seguramente, uno de los desafíos más importantes de nuestro tiempo. Habrá que intentarlo, porque el solo hecho de combatirlo ha resultado, a todas luces, muy insuficiente. 

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