El sistema de pesos y contrapesos alemán: lecciones para México
Intringulis Legislativo

Maestra en Gobierno y Políticas Públicas por la Universidad Panamericana. Socia fundadora de InteligenciaMás, firma especializada en asuntos gubernamentales y análisis del entorno político nacional. Desempeñó cargos de alto nivel en la SHCP encabezando los equipos de negociación en el Congreso, asesora legal en la Comisión de Hacienda de Diputados y abogada especialista en amparo en la Procuraduría Fiscal de la Federación. Twitter: @jimena_ortiz

El sistema de pesos y contrapesos alemán: lecciones para México
Angela Merkel visita el Instituto Max Planck de Óptica Cuántica en Múnich. Foto: Action Press/Rex/Shutterstock

Pocas personas pueden presumir de haber gozado un periodo largo de gobierno y dejar el poder con prestigio electoral, Ángela Merkel es de las pocas que lo han logrado. Sin embargo, no todo es mérito de Merkel. Es más, lo logrado por Merkel, en otro país, no hubiera sido posible. El país teutón es de los pocos en el mundo que ha tenido muchos estadistas por periodos prolongados y ha conservado la democracia intacta: Konrad Adenauer, Helmut Kohl y ahora Merkel lo confirman.

¿Cuál es el secreto de la estructura de gobierno de Alemania que permite que esto sea realidad? También en esto los alemanes destacan, pues su complicada ingeniería constitucional y su capacidad de aprendizaje después de su derrota en la Segunda Guerra Mundial son un ejemplo para el mundo. Alemania es de los pocos países que pueden presumir que su estructura política dificulta enormemente que un populista, tirano o autócrata alcancen y se perpetúen en el poder.

Tras la tragedia de dos derrotas en las Guerras Mundiales, Alemania se abocó a establecer una serie de medidas para la reconstrucción de su Estado que son el secreto de su vacunación ante nuevos gobiernos de tinte populista. La Constitución germana de 1949 constituye el baluarte frente a nuevos déspotas que pretendan destruirlo. Podría pensarse que ello exige una perfección de diseño institucional imposible para los países latinoamericanos. Pero si aterrizamos a los hechos, el peligro de los gobiernos de caer en autócratas que destruyen el poder institucional no es imposible de alcanzar para naciones latinas.

Un eficiente sistema de pesos y contrapesos y de límites al poder constituyen quizá el secreto de la continuidad de la democracia alemana. Lo anterior es perfectamente compatible con décadas de alto crecimiento económico, un milagro después de la posguerra –gracias a la economía social de mercado– y la reunificación de las dos Alemanias. 

Alemania mantiene una verdadera estructura federal, constituida por 16 Estados –länder–, los cuales son sujetos de derecho internacional, poseen su parlamento y gobierno propio; ejercen su voz en las decisiones de la Federación a través del Bundesrat –una especie de Senado con mayores atribuciones– que complementa al Bundestag, órgano legislativo del poder alemán de naturaleza representativa a través de distritos electorales. Así, existe un reparto de facultades entre la Federación y los Estados, que se refleja en atribuciones indelegables de los Estados en materia de salud, educación y política industrial, entre otras. 

El gobierno federal a su vez tiene dos cabezas: un titular como jefe de Estado y un canciller electo democráticamente que desempeña el Poder Ejecutivo, dualidad que dota de estabilidad al gobierno. Este poder se compensa de manera adicional con el gobierno de los Estados. La Federación descansa sobre un principio de lealtad constitucional, y el árbitro entre poderes lo constituye el Tribunal constitucional alemán, que goza de amplio prestigio e imparcialidad.

En momentos de aumento del nivel del poder presidencial en México y de destrucción de instituciones, voltear hacia el Estado alemán cuando Merkel abandona el gobierno tras más de 15 años en el poder sin contratiempos, puede ser un ejercicio útil de estudio de diseño y desempeño institucional. Si los alemanes lo lograron, no hay razón para pensar que en México esto no podría ser posible si nos lo proponemos con seriedad. Es más, como dice Enrique Krauze, tenemos el tiempo contado para abordarlo, el 2024 está cada día más cerca.

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