La nostalgia culta
HÍBRIDO

Como crítico de cine y música tiene más de 30 años en medios. Ha colaborado en Cine Premiere, Rolling Stone, Rock 101, Chilango, Time Out, Quién, Dónde Ir, El Heraldo de México, Reforma y Televisa. Titular del programa Lo Más por Imagen Radio. X: @carloscelis_

La nostalgia culta
Foto: 'La tragedia de Macbeth' / Apple TV Plus

Como espectador enciendes la televisión, abres tu plataforma de streaming favorita o revisas lo que hay en cartelera y seguramente te das cuenta de la cantidad de películas, obras de teatro, telenovelas o, incluso, canciones que solo son nuevas versiones de viejos clásicos. Una cosa es el imparable retro de los años 80 y 90, y otra muy distinta es traer de vuelta a William Shakespeare o a Ingmar Bergman.

En tiempos convulsos, reintroducir los clásicos puede ayudarnos a tener una sensación de seguridad, de arropamiento, de orden. Revisitar un periodo histórico nos puede ayudar a darle sentido a la avalancha de cambios que estamos viviendo en la actualidad. Es otro tipo de nostalgia, que no es de la que hablamos comúnmente. Se llama nostalgia histórica.

De acuerdo con la doctora en psicología Krystine Batcho, autora del estudio Nostalgia Inventory, la nostalgia histórica se manifiesta cuando la gente está insatisfecha con el presente. Como personas podemos sentir conexión emocional con una época que no nos tocó vivir, dependiendo de qué tanto conocemos de historia o porque gente que sí lo vivió nos cuenta de tiempos mejores. “Podemos enamorarnos de un periodo histórico porque este ha sido idealizado y romantizado a través de la literatura o del cine”, explica.

Hoy nos encontramos con mucho Shakespeare en la oferta de entretenimiento, pero no es la primera vez que se le pone un nuevo empaque al Bardo de Avon para atraer a nuevas generaciones de espectadores. En su momento, un director como Kenneth Branagh fue responsable de otro resurgimiento. Tras su paso como actor por la Royal Shakespeare Company, inició una exitosa carrera como director de cine en 1989, adaptando Henry V.

Los textos de Shakespeare han sido adaptados y reinterpretados en incontables ocasiones y, con la ayuda de la cultura pop, han logrado la permanencia que aún tienen; por ejemplo, las muchas adaptaciones de Romeo y Julieta: la película de Franco Zeffirelli o la de Baz Luhrmann con Leonardo DiCaprio, hasta la reinvención que supuso el musical West Side Story, pasando por aquella cursilería llamada Shakespeare in Love, todo esto debería ser más que suficiente para considerar a William Shakespeare como cultura pop.

Sin embargo, esa no es la percepción. Aunque el teatro del Bardo siempre se hizo accesible para la población de escasos recursos (los llamados groundlings que permanecían de pie en las funciones porque solo podían pagar un penique, contra los seis que desembolsaban las clases privilegiadas), hasta hoy permanece la idea de que el pentámetro yámbico de Shakespeare es para esnobs.

Una adaptación reciente, como puede ser The Tragedy of Macbeth de Joel Coen (con Denzel Washington y Frances McDormand), hace muy poco por erradicar esta idea de elitismo. La hermosa fotografía en blanco y negro y el cuidadoso diseño de producción, lejos de ser invitadores se sienten fríos y alienantes. Esta película no parece tener ninguna intención de acercar una historia clásica a los tiempos actuales o de entablar un diálogo con su audiencia, si acaso quiere crear nuevos públicos sin tomarse la molestia de conocerlos. La típica imposición de Shakespeare como máximo absoluto.

Algo similar ocurre con una serie como Station Eleven (HBO), donde una tropa de actores nómadas en un futuro distópico se dedica a montar obras de Shakespeare, para llevar algo de esperanza y de entretenimiento a los sobrevivientes de una pandemia. Ante tanto problema social, cultural y económico que plantea un futuro como este, la introducción de Shakespeare como un cánon resulta chocante, por decir lo menos. 

Station Eleven hubiera sido más interesante si la sinfonía viajera montara algo completamente nuevo y no a Shakespeare. ¿De qué sirve que quemen el “Museo de la Civilización” cuando la única manera de reconciliar a la generación entrante con la saliente será a través de la reinterpretación de los clásicos? En la vida real, las nuevas generaciones no están mostrando la más mínima paciencia para este ritual que es el pase de estafeta. Y honestamente, no tienen por qué.

Echando otro vistazo a la oferta cultural reciente, aparecen otros estándares como Anton Chekhov y su Uncle Vanya, utilizado como hilo conductor en la película Drive My Car. En 2018 se festejó el centenario de Ingmar Bergman en Suecia con una magna exposición en el Museum of Performing Arts, entre otras actividades culturales. Pero tal celebración se extendió hasta convertirse en un rescate de su propiedad intelectual, con un remake de Scenes From a Marriage para HBO, la película-homenaje que es Bergman Island o, incluso, las simpáticas referencias a su obra dentro de Rifkin’s Festival de Woody Allen.

Desde antes de la muerte del célebre compositor Stephen Sondheim, apenas en 2021, ya había empezado el rescate de su legado. Una aparición de su tema Being Alive dentro del éxito de Netflix, A Marriage Story, interpretado por Adam Driver en una de las escenas más emotivas; el gran homenaje que supone una película como Tick, tick… Boom! de Lin-Manuel Miranda; o la nueva adaptación de Steven Spielberg a West Side Story, uno de los musicales más reconocidos en la carrera de Sondheim.

Pero, ¿quién se beneficia con la reintroducción de los clásicos? Por un lado, los dueños de tales propiedades; y por el otro, quienes hayan construido un negocio o una reputación con base en dichas propiedades. Shakespeare es del dominio público, pero por ejemplo, Bob Dylan acaba de vender todo su catálogo a Sony Music en cerca de 200 millones de dólares y ya se prepara una película sobre su vida, nada menos que con Timothée Chalamet. “Mientras siga generando dinero, vamos a continuar viendo esto”, explicó Krystine Batcho en una entrevista para la American Psychological Association.

En teoría somos nosotros, el público, quien más se beneficia de que el arte y el conocimiento –previamente aprobado por organismos oficiales– pueda llegar a nosotros en forma de entretenimiento. Pero cuando cada nueva generación vuelve a ser expuesta a los mismos clásicos con toda la fuerza de la maquinaria oficialista, ¿dónde quedan las nuevas voces y las nuevas formas? La nostalgia culta sigue siendo nostalgia.

En la escuela, los maestros te dicen que “para romper las reglas primero hay que conocerlas”, una respetable manera de acercar a los alumnos al conocimiento. Pero para todos aquellos en posiciones de ventaja, siempre será más fácil hablar de lo que ya conocen que sentarse a escuchar y aprender… o tal vez, desaprender. Les aterra la idea de tener que empezar de cero.

BREVES

The Tragedy of Macbeth está disponible a través de la plataforma de Apple TV Plus, pero también se exhibe en la Ciudad de México en la Cineteca Nacional.

En cines, la película de terror tailandesa La médium llega a salas desde el 3 de febrero.

¡Es oficial! El negocio de Netflix ahora son las telenovelas: ¿Quién mató a Sara? ha dejado de ser una serie para finalmente ser reconocida por la plataforma como una “fusión” con telenovela, y en esa misma línea está Oscuro deseo, que lanzó su segunda temporada el 2 de febrero. ¿Netflix siente pasos en la azotea?

Pero si de telenovelas disfrazadas se trata, Sexo, pudor y lágrimas 2, la secuela de aquella exitosa película mexicana de 1999 –que antes fue obra de teatro– llega a HBO Max el 4 de febrero.

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