Fundir los hierros
Friso corrido

Promotora cultural, docente, investigadora y escritora. Es licenciada en Historia del Arte y maestra en Estudios Humanísticos y Literatura Latinoamericana. Ha colaborado para distintos medios y dirige las actividades culturales de La Chula Foro Móvil, Mantarraya Ediciones y Hostería La Bota.

Fundir los hierros

Soy hija, hermana, esposa y madre y estas funciones han forjado mi persona. 

Pero mis relatos también  han sido modelados por mi peculiar sistema 

nervioso, mis variadas pasiones intelectuales, mis insaciables hábitos de lectura

y, a pesar de lo que diga la psicología evolutiva, mi ambición de alcanzar un rango 

y mi voluntad férrea para llegar a dominar lo que se me presente en el camino. 

Siri Hustvedt

Los hierros, aún fríos, marcan. Nos hierran desde niñas. En los colegios y en las casas. En las calles al andar, aún de la mano de la madre o la abuela, porque no importa el daño infringido, sino dejar una huella al menos verbalmente impresa. Frases hechas que se quedan, juicios oblicuos que acaban por caer en parábola y asentarse en las dendritas donde se espesa el ser. Alcanzan a sedimentarse en la fosa de la memoria anquilosada. Los daños se yerguen como edificios dictatoriales y fascistas, levantados en las columnas de recelos con trabes de sentencias terribles, plafones de culpas y profusos acabados de sutiles controles disfrazados de decoraciones tiernas y caballerescas; las lozas acaban por ser inmensas y aplastan. Nos aplastan, por lo que dura nuestra existencia desertificada. Entre lágrimas silenciadas por almohadas o toallas, las estratagemas eternas de violencias se ocultan por vergüenza. Siguen las marcas físicas, que sin embargo no son necesarias para herir de por vida porque la estocada ya estaba tendida desde la palabra hiriente que no cesaba, lesionadas de muerte en vida. El alma se enjuta y las ganas se ven mermadas como magnolia asfixiada dentro de un puño que acabó por ser asesino. Acaso se calla por no herir al resto del sistema, porque también con ese peso se carga: con la pena de la falsa responsabilidad de ser inmaculada, impoluta, simplemente perfecta y presta con el arco y la flecha. Pero es que la fuerza no alcanza, ni para despegar a galope o siquiera poner al propio cuerpo en marcha. El ser se nos hizo pequeño. Y el responsable no tiene un solo nombre propio, sino que es uno y al mismo tiempo la abstracción de todo un sistema: genealogías e idiosincrasias, aparatos de justicia y adherencias de gobiernos de ignorancia. 

El complejo, la malla de poder, el sistema biopolitico y anatomopolitico, se tejieron para que las mujeres no importáramos suficiente, para que igual familias que procuradores de justicia, minimizaran nuestro clamor y fuéramos siempre menos que los muros de un edificio o los aparadores de una tienda. Hemos tenido que defender no sólo nuestras maternidades y nuestros cuerpos, sino nuestro derecho a ser, a seguir siendo, a existir como ciudadanas apenas figurando en el mapa, en la historia, en el aparato legal, en el imaginario colectivo, en la escultura social que hoy yace en ruinas desde lo familiar hasta el dominio público de la comunidad. Excepciones al hierro calcinante han habido, pero parecen ser tan sólo extrañezas como accidentes genéticos que acaban por ser devorados por la horrorosa generalidad. En casi todas las sociedades, pero desde hace muchos años con mayor fuerza en la nuestra, la mujer mexicana corre peligro de muerte sólo por nacer siendo mujer en cualquier clase social, demarcación o coloratura de tez. 

El año 2021 cerró con más de 3,000 feminicidios que continúan a la alza en una federación que desestima las denuncias de violencia de género, que afirma que los movimientos feministas se encuentran amañados y manipulados por facciones políticas, y donde los asesinatos en razón del género no son reconocidos por asociárseles erróneamente con crímenes pasionales o conductas dudosas por parte de las víctimas. No basta con reivindicar a las mujeres protagonistas de la historia oficial: eso no es legislar hacia la construcción de un estado de derecho, es tan sólo un intento por historizar un proceso complejo de descomposición social. Desde finales del siglo XIX surgieron movimientos de mujeres luchando por igualdad de oportunidades y derecho al voto: parecían mínimos indispensables, pero hoy luchamos por nuestro derecho a la vida y a andar por ella en paz. El siguiente siglo se vio atravesado por luchas humanitarias, entre ellas la fuerza combativa, legitimadora e intelectualizada del género. Nadie podría obviar la trascendencia para la humanidad de Sojourner Truth, Rosa Luxemburgo, Simone de Beauvoir, Alfonsina Storni, Nawal El Saadawi, Diamela Eltit, Judy Chicago, Gloria Steinem, Rosario Castellanos, Judith Butler, Anne Carson o Esperanza Brito, tanto como las palabras en la poesía de nuestro contexto en voz de Tanya Huntington, Natalia Toledo o Viviana Gonzáles. Pero la contra la peleamos miles más que, salgamos o no a las marchas, con o sin contingente, no queremos resistir más. Queremos vivir seguras, inalterables, andar por la vida con dignidad al sabernos ciudadanas en toda la extensión de la palabra, plenas en derechos y en uso absoluto de nuestra libertad. 

En esta ocasión no haré recuento de la obra de mujeres creadoras reconocidas u olvidadas, sino que presentaré una galería de imágenes anónimas que merecen el título de arte como las mayores piezas en el acervo de la humanidad, porque han logrado conmovernos y hacernos sentir a partir de la gestualidad visual. Se trata de imágenes recogidas por las calles de la Ciudad de México y Oaxaca tras las manifestaciones feministas. Grafitis combativos u obras un tanto más elaboradas, ingeniosas o atormentadas, a medio hacer o un tanto más planeadas: sacuden los cimientos de los caminantes y percuten las mentes de otras mujeres que, poco a poco, se unen a una causa indispensable. Es importante la huelga de brazos caídos que se acerca el 9M, pero lo es aún más mantenernos en pie de lucha empezando desde el resquicio más privado de nuestra  existencia, para hacer reverberar la lucha y que no haya una mujer herida, marcada, violentada o asesinada, nunca más. No movernos un ápice de lo que no deseamos para nosotras y nuestra integridad. El cuerpo de una es el cuerpo de todas, parte vital del mismísimo cuerpo social y nuestras mentes el firmamento al que debemos apuntar. 

Síguenos en

Google News
Flipboard