La neblina de la guerra y una petición casi imposible
Gran Angular

Periodista interesado en medios, contenidos, periodismo y cultura. Colaborador, reportero y editor con experiencia en medios impresos, electrónicos y digitales. Maestro en Periodismo sobre Políticas Públicas por el CIDE. Beca Gabo en Periodismo Cultural y Cine 2014 y 2020. También habla mucho de cine. 

La neblina de la guerra y una petición casi imposible
La neblina de la guerra se ha extendido mucho más allá de los campos de batalla o de los salones donde generales y coroneles definen estrategias y ataques. Foto: Roan Pilipey/EFE.

Compartir o publicar información confirmada o verificada parece ser el mayor reto por cumplir en nuestros vertiginosos y digitales tiempos informativos. Tanto para usuarios como para medios. Aunque, en un ejercicio reflexivo para complicar las cosas, en ciertas ocasiones y circunstancias podría no ser su culpa ni lo más útil.

¿En qué podemos confiar en la era de la sobre información y las fake news? ¿Cómo detener el tsunami de desinformación que se esparce por redes sociales y aplicaciones de mensajería con todo tipo de intenciones y por las más diversas circunstancias en medio de trágicos y complejos fenómenos informativos como la invasión de Ucrania por parte de Rusia? 

En su libro On War (1832), el general y analista militar prusiano Carl von Clausewitz hace mención y uso por primera vez del metafórico concepto de fog /neblina en el escenario de la inteligencia militar durante una campaña. El término busca capturar la incertidumbre sobre lo que se sabe con respecto a la propia capacidad, la capacidad del adversario y la intención del adversario durante un enfrentamiento: The fog of war. Toda la información del momento, propia y ajena, vive bajo la constante de la incertidumbre o la súbita obsolescencia.

The Fog of War también es el extraordinario documental de 2003 de Errol Morris en el que entrevista a profundidad a Robert McNamara, exsecretario de la Defensa en Estados Unidos, una de las figuras más poderosas en la política mundial de su época y quien hace referencia a Clausewitz al recordar y reflexionar sobre su trabajo como arquitecto de la estrategia militar de Estados Unidos en Vietnam durante las administraciones de los presidentes Kennedy y Johnson.

Desafortunadamente para las aceleradas dinámicas actuales de información (centradas y muchas veces obsesionadas con la actualización en tiempo real), en la naturaleza de la guerra y de la información que genera está la confusión y la incertidumbre, la desinformación, la falta de claridad.

Por un lado, muchos medios corren por aquello que les pueda dar un clic y es posible encontrar material de sobra si esa es la prioridad y no el informar con precisión. Lo cual nunca se puede hacer a las prisas. Pero si no sacas rápido la nota más reciente, la mayoría del público no te consume. El actual modelo de negocios y de captación y retención de audiencias de la mayoría de los medios de información castiga al periodismo que necesita una pausa o un tiempo para corroborar, un espacio para observar y explicar las cosas con apego a los principios y ética de la profesión. 

Por otro lado, a esta compleja y delicada situación súmenle la llegada de miles de videos e imágenes reales generados por usuarios. Muchas de ellas brutales, sensibles, cuyo uso debe considerar cuestiones éticas y morales y evitar el sensacionalismo o la propagación de discursos de odio. Y en paralelo, otro tsunami de videos e imágenes puestas fuera de contexto o completamente manipuladas. También de noticias, posts y/o mensajes y de su enfoque que representan y responden a meros intereses económicos, ideológicos o políticos.

Y claro, la irrefrenable participación de miles (o millones) de falsos y radicales especialistas (espontáneos del trending topic de moda) que con el poder de una cuenta de Twitter o Instagram deciden compartir lo que sea y que siempre encontrarán a un grupo de usuarios dispuestos a compartir sus excéntricas ideas antes que en confirmar la información. Todo gracias a algo llamado sesgo de confirmación y que todos, TODOS, padecemos de una forma u otra. Esta es la tendencia a favorecer, buscar, interpretar y recordar la información que confirma las propias creencias o hipótesis.

¿Cómo controlar, organizar, estudiar y corroborar tanta información? ¿Es posible, desde la sensatez y el pragmatismo, exigir que todo sea verificado todo el tiempo? No digo que no deberíamos buscar así fuera, pero todo señala que es virtualmente imposible.

La neblina de la guerra se ha extendido mucho más allá de los campos de batalla o de los salones donde generales y coroneles definen estrategias y ataques. Se ha extendido más allá de Ucrania y Rusia. Ha alcanzado los dispositivos personales de millones de personas y las redacciones de los medios, tradicionales y digitales por igual, por todo el mundo. Con un gris manto de incertidumbre tocando todo y poniendo un signo de interrogación sobre lo real y lo veraz. La prisa por la información en el contexto de la hiperconectividad y el ultraconsumo (se me acaban los prefijos superlativos) es el enemigo que nos boicotea desde dentro. A medios y consumidores por igual.

La guerra de la información online está también en marcha y sobre eso les recomiendo este texto en The Atlantic.

Espacios como El Hilo podcast han dado puntual seguimiento a las muchas noticias falsas que han surgido en este contexto. Aquí un ejemplo.

AFP desmentía aquí el post viral que afirmaba que edificios del gobierno fueron iluminados con los colores de la bandera rusa, cuando se trataba de un acto por la conmemoración de la independencia de la República Dominicana.

Aquí pueden leer sobre los diversos formatos en los que se ha difundido principalmente la información falsa sobre la invasión de Ucrania por Rusia.

Analistas como Mauricio Cabrera han escrito aquí al respecto tras conocerse que la agencia EFE Verifica, el departamento de fact checking de la agencia de noticias EFE había identificado más de 500 fake news en los primeros cinco días de guerra.

Pero las cosas pueden tener otra perspectiva.

En semanas recientes fue relativamente conocida la historia de El fantasma de Kiev, un supuesto piloto ucraniano que se habría convertido en héroe nacional. Se trata de un mito que se mueve entre la propaganda y el ejercicio de inspiración y resistencia, compartido por la propia cuenta oficial de Ucrania en Twitter y cuya historia se detalla en este artículo de The New York Times.

En ciertas circunstancias, ¿hasta dónde y con qué sentido debemos pedir a la gente que busque confirmar la información antes de solo creerla? Sobre todo si nos detenemos a considerar que quizás esto ayuda a sobrellevar y enfrentar una situación extrema, terrible y atemorizante. Sobre los complejos terrenos psicológicos y de comportamiento en los que los seres humanos procesamos y asimilamos estas situaciones les recomiendo el libro Useful Delusions de Shankar Vedantam (también su podcast Hidden Brain).

Enfrentamos el gran reto de desarrollar un sano hábito de escepticismo y de mínima corroboración de información. También de intentar reconocer nuestros propios sesgos de confirmación y que oscurecen nuestro entendimiento de complejos eventos en desarrollo.

Síguenos en

Google News
Flipboard