A partir de la década de los años setenta, y extendido hasta finales del siglo XX, Colombia se convirtió en un país marcado por la violencia política. La noticia de funcionarios, empresarios y dirigentes asesinados por el crimen organizado o por grupos armados ilegales era casi una constante en la vida nacional. Los magnicidios de figuras como Jorge Eliécer Gaitán o Luis Carlos Galán en 1989, se convirtieron en símbolos de una nación donde el miedo era lo habitual en la vida pública. Durante años, las balas tenían más peso que las urnas.
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Sin embargo, tras ese periodo oscuro, Colombia comenzó un largo y complejo camino de pacificación. Los diálogos con insurgencias, la concertación política, el fortalecimiento del Estado de derecho y una sociedad civil cada vez más consciente de su papel fueron construyendo un nuevo escenario. En ese proceso, el liderazgo de Álvaro Uribe Vélez fue decisivo: con su política de seguridad democrática se redujeron drásticamente los índices de homicidio y se recuperaron espacios antes cooptados por la violencia.
No obstante, esa frágil conquista volvió a tambalear con el atentado y posterior muerte del senador Miguel Uribe Turbay, candidato presidencial del partido Centro Democrático para los comicios de 2026. Un político joven, de apenas 38 años, que representaba una renovación generacional en la centro derecha colombiana y que buscaba reposicionar el debate en un centro político cada vez más debilitado por la polarización. Sus propuestas apuntaban a reconciliar voces de distintos estratos sociales, a tender puentes en lugar de profundizar grietas, en contraste con el estilo del actual gobierno.
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Su atentado se dio en pleno mitin en Bogotá y fue presuntamente realizado por un adolescente de 15 años bajo órdenes de “El Costeño”, no solo arrancó una vida prometedora, sino que revivió las heridas que Colombia creía cicatrizadas. Este hecho no solo afecta a las personas cercanas a Uribe, revive la sensación de que el terror todavía acecha a quienes se atreven a disputar el poder.
Hoy, en medio de tensiones políticas, atentados contra figuras públicas y una dinámica de redes sociales marcada por insultos y polarización -incluidas las de su presidente-, Colombia se prepara para unas elecciones presidenciales con un vacío que difícilmente podrá llenarse. El desafío no es menor, evitar que este crimen inhiba a la oposición, que la violencia se normalice nuevamente y que la ciudadanía se aleje de la política a causa del miedo.
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Así, Miguel Uribe no solo compartía un apellido con peso histórico -ligado tanto a la tradición liberal como a la defensa de la institucionalidad-, sino también una visión democrática que lo hacía percibirse como una figura de transición política en el regreso a los tiempos de cólera.