Rumbo a la desglobalización
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

Rumbo a la desglobalización
Imagen: Gerd Altmann

De entre los muchos temas que ha suscitado la invasión de Rusia a Ucrania, la llamada “desglobalización” ha tomado prominencia a partir del segundo mes de hostilidades. Después de cuatro semanas de enfocarse en la seguridad militar y energética de Europa, de resaltar el drama humanitario debido a la destrucción de ciudades y la migración de millones de ucranianios, de especular sobre los motivos y el roce con la realidad del presidente de Rusia, de preguntarse sobre la renuencia de China e India –que nada más representan una cuarta parte de la población mundial– a condenar la invasión, de espantarse con el aumento en los precios de la energía y las materias primas, y de señalar estos acontecimientos como muestra fehaciente del fin de una era –entre muchos otros asuntos–, la conversación se ha expandido para detallar las consecuencias económicas de la invasión rusa para el mundo.

La desglobalización, o el fin de la globalización, es ahora diagnóstico y síntesis del momento económico. Rumbo al inicio del segundo trimestre del año, los diarios del mundo resaltaron opiniones como la de Howard Marks, presidente del fondo Oaktree, quien observó en un memo que “los aspectos negativos de la globalización han causado el regreso del péndulo hacia la producción local”. Al día siguiente, Larry Fink, el fundador de Blackrock, el mayor fondo de inversión en el mundo, comentó en su carta anual a los accionistas que “la invasión rusa de Ucrania ha puesto fin a la globalización que experimentamos en los últimos 30 años.” Y esa misma semana Adam Posen, destacado economista del Peterson Institute for International Economics, publicó en Foreign Affairs un artículo preguntándose si estamos frente al fin de la globalización, respondiendo que sí, que la globalización está en proceso de corrosión.

Las referencias al fin de la globalización llevan en realidad más tiempo. Comenzaron a multiplicarse a partir de la crisis financiera de 2008, cuando se estancó el proceso de apertura económica mundial, y adquirieron mayor fuerza con la pandemia. La invasión de Ucrania apunta simplemente a la consolidación de esta percepción.

Una búsqueda casual en Google revela cuán extendido ha sido el grado de atención a este tema en años recientes. Un día cualquiera de la semana pasada encontré a la desglobalización mencionada en aproximadamente 16 mil artículos de prensa y editoriales. En inglés, deglobalization destacó cuando menos en 9 mil artículos. Al enfocar la búsqueda en el fin de la globalización y the end of globalization, el resultado arrojó 10.6 y 9.7 millones de menciones respectivamente. A medida que avance el año, seguramente se acumularán más notas.

El Google Books Ngram Viewer, un contador de frecuencia de palabras en un conjunto amplio de libros (no necesariamente representativos aunque tampoco alejados de las tendencias), revela a su vez que la globalización comienza a perder presencia anual en nuevas publicaciones hacia 2007-2008, mientras la desglobalización continúa en aumento aunque desde una base mucho menor.

Las menciones sobre la geopolítica, en contraste, han crecido casi ininterrumpidamente desde hace cuatro décadas, en especial después de la crisis financiera. Para entonces, China ya había llegado de lleno a la economía mundial, Rusia mostraba músculo militar creciente contra las exrepúblicas soviéticas y Estados Unidos comenzaba su desliz hacia la pérdida de entusiasmo con la globalización.

Como podría esperarse, las tendencias contrarias a la globalización han estado presentes desde su despegue, poco a poco acumularon fuerza y finalmente confluyeron en la década pasada. Las crisis internacionales de la economía, la salud, la energía y –ahora– la seguridad han impulsado a los habitantes de todos los continentes a buscar significado y resguardo en lo local. Los políticos promotores de las agendas insulares han tomado nota.

Paradójicamente, el retorno a lo local va acompañado de hábitos imposibles de sostener sin las cadenas de valor globales. Comprar en Amazon, ver una película en Netflix, mirar un video en TikTok, leer un libro en Kindle, escuchar música en Spotify, descubrir qué entretiene a los amigos y ocupa a los artistas en Instagram, hacer todo lo anterior con un teléfono inteligente son todas acciones ejecutadas a nivel local –no es necesario salir de casa– pero sostenidas por redes físicas y virtuales que conectan a empresas, creadores de contenidos y consumidores de todos los continentes. Nuestros hogares son más globales que nunca justo cuando demandamos más soluciones locales.

¿Vamos rumbo a la desglobalización, la globalización 4.0, la slowbolization, la ‘glocalización’, una nueva regionalización basada en áreas de influencia de grandes potencias? Apostaría a lo último. La conclusión de la primera Guerra Fría marcó el ascenso del regionalismo como antesala de la globalización. El inicio de esta Segunda Guerra Fría, en cambio, invierte el orden: la globalización es antesala de un nuevo regionalismo. Estados Unidos, la Unión Europea y China (sea o no apoyada por Rusia) serán los protagonistas principales.

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