La transición de la transición 
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

La transición de la transición 
Foto: Pixabay

Un guion más o menos establecido orientó el ideario y propuestas de la transición energética hasta el 2021. Se trataba de eliminar los incentivos a la producción y consumo de combustibles fósiles y en cambio ampliarlos para las energías limpias. Los gobiernos declararían, por un lado, sus intenciones de cumplir con compromisos de reducción de emisiones y, por el otro, se las arreglarían para encontrar la manera de efectivamente lograrlo.

En esa danza de intenciones y acciones a veces decididas y muchas otras veces tentativas, los gobiernos de los países importadores de combustibles fósiles -–especialmente los miembros de la OCDE– dedicaron buena parte de sus esfuerzos a dejar claro que las inversiones en la industria petrolera ya no eran bien vistas. El rechazo en Europa y varios estados de la Unión Americana a la producción de petróleo no convencional (el producido con fracking) es un ejemplo. La introducción de un precio al carbono, sea con impuestos o mercados de emisiones, es otro más. Y claro, la batería de instrumentos para apoyar el despliegue de granjas solares y eólicas en lugar de expandir la huella de la industria petrolera es quizá el más elocuente enunciado del deseo de distanciarse de los combustibles fósiles.

La pandemia, las temperaturas extremas y la geopolítica exigen ahora una reescritura de ese guion. El desplome del precio del crudo en 2020 como resultado de la pandemia complicó el esfuerzo por reducir su atractivo a los consumidores frente a las energías limpias, aún cuando estas últimas hayan logrado generar a precios cada vez más bajos.

El frío inusitado vivido en Texas en invierno de 2021 reveló, primero, que la garantía ofrecida por el gas natural como base de generación del sistema eléctrico es vulnerable al cuidado y calidad de los equipos y ductos necesarios para transportarlo. Congelados el gas y las máquinas, fue imposible asegurar su disponibilidad en las centrales eléctricas. Segundo, puso en evidencia que las redes de redes son tan robustas como su red más débil. La red eléctrica funciona si la red de ductos permite el tránsito de gas natural, y ambas requieren de la red de computadoras y sistemas de control –del internet– para operar, a su vez dependiente de la red eléctrica. Cualquier falla en una red conduce a la falla en las demás redes.

Meses después, casi al final de 2021, otra ola de frío en Europa derivó en una exorbitante escalada de precios de gas natural y la electricidad, interrupciones en el servicio eléctrico y escasez de combustibles. En Reino Unido el viento no sopló como de costumbre, las interconexiones de gas y electricidad con el continente europeo fallaron inesperadamente y la distribución de combustibles dejó sin atención a miles de conductores de automóviles. Si las renovables iban a salvar el día, claramente no fue su momento estelar.

Por último, la geopolítica, o el retorno de la competencia por el poder en Europa y sus ramificaciones en el resto del mundo, ha ubicado al 2022 como un nuevo punto de inflexión en las relaciones energéticas internacionales. Europa, en especial Alemania, había apostado no sin aprehensión al beneficio económico y al dividendo de paz que podría traer una mayor integración energética con Rusia. La lógica era que a mayor valor y cercanía de la relación energética, mayor el costo de destruirla y menor el incentivo de Rusia para violentarla con hostilidades bélicas. Las advertencias de Estados Unidos contra esa lógica fueron vehementes aunque de confusa lectura, dado el obvio interés norteamericano en exportar más gas natural licuado en sustitución del gas vendido por ductos desde Rusia. La lógica original ha mostrado méritos: Rusia sigue exportando gas natural a Alemania; Alemania no es el foco de las acciones militares rusas. La duda es si la impredecible evolución del conflicto en Ucrania puede derivar en una interrupción en el suministro a una Europa aún sumamente dependiente de los combustibles fósiles.

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Ante la erosión de la confianza, los gobiernos de las tres economías europeas más grandes –Alemania, Francia y Reino Unido– anuncian políticas para sustituir importaciones de gas natural ruso con el proveniente de Estados Unidos y Medio Oriente. Alemania aprobó la construcción de dos terminales de importación de gas natural licuado que apenas hace un mes estaba renuente a apoyar. Francia y Reino Unido construirán a su vez nuevas centrales nucleares. Como esos proyectos tardarán en concretarse, el petróleo, gas y carbón seguirán formando una parte central en la ecuación de la seguridad energética regional.

Entre 2020 y 2022, pues, el entendimiento de la transición energética cambió. Si el objetivo es no sacrificar la seguridad energética, es más que evidente que la transición como estaba planteada es insuficiente. Todas las fuentes de energía son necesarias para mantener a flote el sistema eléctrico; el petróleo continúa siendo irremplazable para mover bienes, personas y ejércitos enteros. En los campos de batalla ucranianos los tanques de ambos bandos se mueven con diésel, los aviones surcan los cielos con turbosina (o jet fuel), los proyectiles se disparan con explosiones controladas. Todavía no hay ejército capaz de triunfar en tierra recurriendo únicamente al sol, el viento y el agua.

El guion de la transición tendrá como consecuencia una ruta todavía menos lineal. En el corto plazo descansará más de lo esperado (y deseado) en el consumo de petróleo y gas, requerirá un nuevo patrón de comercio internacional (para depender menos de Rusia) y contará con mayores recursos de los gobiernos para asegurar la ansiada mas ilusoria soberanía energética. En algún momento todavía indefinido ocurrirá el punto de inflexión cuando las renovables, finalmente respaldadas por baterías a gran escala, se conviertan en el pilar de la seguridad energética. A partir de la información actual sobre políticas energéticas y tecnologías disponibles, pocos se atreven a fijar ese momento en esta década.

Todo debe cambiar para que todo siga igual, dice la muy conocida frase del Gatopardo. Vamos rumbo a un futuro en el que la transición energética deberá cambiar para que siga igual.

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