Nunca digas nunca
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

Nunca digas nunca
Foto: Pixabay

“Estamos teniendo conversaciones que pensamos que nunca tendríamos que volver a tener”, comentó hace unos días a una periodista del New York Times la diputada Rosi Steinberger de la región alemana de Baviera, a propósito del futuro de la energía nuclear en su país.

La política nuclear alemana se suponía resuelta desde 2011, cuando el gobierno de Angela Merkel anunció el cierre paulatino de las 17 centrales nucleares en operación. Merkel reaccionaba a dos acontecimientos entonces inesperados: el accidente de Fukushima y el avance electoral del Partido Verde en el parlamento alemán, que se oponía a la energía nuclear. A partir de entonces, la transición energética hacia las energías renovables cobraría aún más relevancia en la política energética de ese país. 

En congruencia con este objetivo, el cierre de las tres últimas centrales todavía en funciones estaba programado para el término de este año. La invasión de Rusia a Ucrania, sin embargo, ha agitado la conciencia de los gobernantes de Alemania. Hoy la opción nuclear vuelve al centro de la conversación como un mal necesario, acaso inevitable, si el objetivo es mantener a flote la generación de energía limpia. La discusión se centra en la extensión de la vida de estas centrales y en la probable reactivación temporal de algunas de las existentes.

Decir adiós a la energía nuclear es difícil no solo porque la disminución potencial o real en el flujo de gas ruso reduce la producción industrial o impide calentar los hogares alemanes. Es que el flujo ininterrumpido de electricidad desde Francia hacia Alemania, que complementa y respalda parte de su oferta eléctrica, será menor debido a las dificultades inesperadas de las propias centrales nucleares francesas. Y con los precios del petróleo, el gas y el carbón por las nubes, la urgencia de encontrar otras fuentes de suministro energético ha aumentado. 

Como ocurre con frecuencia, el presente rima con el pasado. Hace 15 años, la conversación sobre un renacimiento nuclear estaba en ciernes en Estados Unidos, después de la pausa de dos décadas que siguió al accidente de Chernobil en la Ucrania de la Unión Soviética. Como hasta hace un par de semanas, las señales apuntaban a un precio del petróleo en ascenso por un tiempo indeterminado. Se hablaba del peak oil, o de la producción pico del petróleo, porque no había indicios de que la inversión petrolera aumentara al ritmo que lo dictaba el crecimiento de la demanda –como ahora–, ni de que los productores de Texas, Dakota del Norte y Pensilvania tendrían el fenomenal éxito en la producción de gas y petróleo no convencional con el que asombraron al planeta entero a partir de 2010. A partir de la estimación de expertos que esperaban que Estados Unidos sería un importador neto de gas natural licuado, el gobierno de ese país aceleraba las autorizaciones de proyectos de plantas regasificadoras, como también lo hecho el gobierno actual de Alemania. 

A estas alturas es difícil suponer que este giro en la conversación alemana y, en verdad, de Occidente, signifique el inicio de una nueva era dorada para la energía nuclear similar a la que siguió a las dos décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. La conversación apenas se reabre y las tecnologías y los métodos de construcción que reducirían el costo de instalar y poner en marcha una central de este tipo aún tienen un largo terreno por recorrer. Los expertos de la industria nuclear nos dicen que sabremos cuánto cuesta construir una central nuclear cuando terminemos de construirla. Eso, sin contar que las estrellas de la política y la economía tienen que alinearse para sobreponerse a la poco informada pero fundamental resistencia de muchas sociedades frente a la energía nuclear.

Pero el principio de la reflexión de la diputada Steinberger aplica. Estamos revisitando temas que parecían superados gracias a circunstancias extremas. El avance tecnológico, las nuevas normas sociales y los procesos culturales desafían un conjunto creciente de órdenes en la política, la guerra y la economía. Resulta que el futuro no es tan distinto del pasado.

¿Quién hubiera dicho que en poco más de tres décadas dos crisis en Ucrania cuestionarían las actitudes del gobierno alemán y de otros en Europa hacia la energía nuclear en sentidos opuestos? La explosión en Chernobil cerró las puertas a la opción nuclear; las explosiones en Donetsk las reabren. Casualidades de los tiempos, quizá, aunque también ejemplos de la eterna dificultad europea de gestionar sus relaciones con sus vecinos del este, sean las hordas provenientes de Mongolia, los tanques soviéticos y ahora rusos, o el viento radiactivo de una explosión de una central nuclear. 

Nada como una escasez de combustibles para forzar una mirada distinta hacia el horizonte de opciones de política energética. Nunca digas nunca, ni en Alemania ni en el resto del mundo.

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