De buenas intenciones están hechas las violencias
Poder prieto

Actor de cine, teatro y TV, creador escénico y plástico. Es egresado de CasAzul Argos y docente en algunas de las instituciones de profesionalización artística del país. Un prieto orgulloso, desobediente y disidente que encontró en el arte del actor una posibilidad compasiva de entender al otro y, por tanto, al mundo. Es beneficiario del programa Creadores Escénicos del Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales (FONCA).

@albertojuarezmx

De buenas intenciones están hechas las violencias
'El objetivo del colectivo es visibilizar y denunciar el racismo sistémico y sistemático que replican los medios audiovisuales, culturales y de entretenimiento, ya que recae en ellos la construcción de un imaginario colectivo'. Foto: poderprieto.mx

En días pasados estuvieron arrobándome en un video que muestra una escena de otro black face en el teatro nacional, en pleno siglo XXI y con la discusión antirracista sobre la mesa. Intentando dejar a un lado la muy desafortunada decisión, la incorrectísima construcción del signo (¿no para eso estudiamos semiótica básica los actores y directores?), lo importante aquí es poner sobre la mesa la cuestión: ¿quiénes han tenido desde siempre el poder de contar las narrativas y desde qué perspectivas las miramos? 

En este caso, el argumento fue: usamos una práctica racista para denunciar el racismo. El chiste se cuenta solo, pero incluso imaginando que se les concede la premisa, al final volvemos a tener una mirada vertical, desde la seguridad del privilegio y revictimizante… llena de buenas intenciones, eso sí. Ante la postura “¿es que ya no se van a poder hacer películas del Holocausto porque son antisemitas?”, para su información, en la academia gringa cada que se hace una película sobre el tema hay un comité que pertenece a la comunidad judía y revisa que los signos que entran a cuadro sean respetuosos y se alejen de ser revictimizantes. Aquí yo nunca he visto eso. 

Pareciera que en México, para reconocer el racismo y otros sistemas de opresión esperamos encontrar a algún ser malvado que deliberadamente diga: ‘odio a los prietos y a los negros’, pero así no es como ocurre. El punto aquí es que este es un monstruo sistémico que está permeando en todos los aspectos de nuestras vidas, en las decisiones que tomamos en el día a día, en el trato con el de al lado, en nuestros propios sesgos inconscientes… carajo, hasta con quién decidimos erotizarnos. Entre esas acciones y decisiones, muchas bien intencionadas, también se nos cuelan patrones y conductas violentas como la del white savior o esa que los hombres conocemos bien: apropiarnos de las luchas que no nos atraviesan. La propia idea de “dar la voz a quien no la tiene” a no ser que sea para defender animales y ecosistemas, es una mirada vertical y discriminatoria, porque ¿adivina qué? El grupo de personas marginadas que elijas, voz ya tiene, lo que no pueden es acceder a espacios de poder donde otros toman decisiones por ellos.

Es ahí donde nuestros colegas de aquel comercial de “deja de verle lo malo a México” o los que defienden ecosistemas sin pensar en las comunidades que los habitan nos parecen risibles y ridículos, pero los artistas y actores a veces no estamos tan lejos de eso, cuando en pos de buscar “ser disruptivos” vulneramos comunidades enteras, cuando creemos que nuestra obra es más importante que la gente que colabora con nosotros para lograrla, cuando nuestro ego nos ciega y no nos permite mirar más allá de nosotros mismos. Y es que el arte es un sistema de comunicación donde una obra es vigente o no dependiendo del diálogo que es capaz de entablar con el espectador, ese al que muchas veces tratamos como una masa inerte, no pensante, esclavos sometidos a nuestros discursos. 

Hasta que no tomemos conciencia como creadores, políticos culturales, espacios que programan y hacen curadurías, público que consume no solo espectáculos sino discursos, mientras no se abra espacio a la crítica constructiva y libre de vendettas personales, este gremio seguirá siendo el mismo que hace como que no ve las violencias que reproducimos entre nosotros, que justifica con la libertad creativa discursos de desplazamiento e invisibilización, uno que en defensa de su “transgresión artística” ignora que para la poblaciones implicadas sí es revictimizante e irrespetuoso,  el mismo que edulcora problemáticas sociales en pos del espectáculo, un gremio lleno de buenas intenciones, sí,  pero que ignora que forma es fondo en un país donde nos es más lógico justificar “científicamente” la existencia de sirenas que ser capaz de imaginar que no son blancas. 

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