FIL Zócalo y Monterrey: entre letras y letrinas
Zinemátika

Escribió por una década la columna Las 10 Básicas en el periódico Reforma, fue crítico de cine en el diario Mural por cinco años y también colaboró en Reflector, la publicación oficial del Festival Internacional de Cine en Guadalajara. Twitter: @zinematika

FIL Zócalo y Monterrey: entre letras y letrinas
Imagen de archivo de una edición de la FIL Zócalo. Foto: Twitter

Dicen que cuando al genial manco de Lepanto, Miguel de Cervantes Saavedra, le preguntaron sobre la obra de su acérrimo rival, Francisco de Quevedo, señaló que, por malas y populares, sus letras no eran tales, sino letrinas, letras pequeñitas, sin importancia. Hecha esta aclaración, déjame contarte, querido lector, sobre otro gran hombre.

Pocas veces se le reconoce a Vladimir Ulianovich Lenin una de sus mayores aportaciones a la humanidad, más allá de las tesis de la Dictadura del proletariado; el teórico soviético fue uno de los primeros en comprender la importancia del arte para consolidar una idea entre las personas.

No es que fuera el primero: desde el inicio del tiempo, la literatura fue el vehículo de las ideas, por lo regular de aquellos que poseían los medios de producción cultural y las técnicas para dominar el lenguaje escrito, con lo que se justificaba su dominio sobre el vulgo. Pero Lenin tuvo una idea genial: la de sistematizar este bombardeo.

“La apreciación de Lenin de los fenómenos literarios se halla impuesta, ante todo, por una necesidad práctica política: la función social ideológica que la literatura cumple, y la ayuda que puede prestar al proletariado en la toma de conciencia de su verdadera situación y, por tanto, en el conocimiento de lo real”, reflexionó sobre el tema el filósofo Adolfo Sánchez Vázquez.

Como suele suceder en los regímenes totalitarios, lo que puede pudrirse lo hace rápido, y esa idea educadora y socializadora de Lenin se convierte en propaganda pura y dura bajo el mandato de Josif Stalin, mandato alienante bajo el tamiz de Joseph Goebbels y se transforma en dogma bajo los ideales de Mao Tse Tung.

Y dirás, querido lector, ¿eso qué tiene que ver conmigo, ciudadano del siglo XXI de una democracia occidental, que leo porque me gusta y porque es una expresión de libertad? Aquí viene lo bueno: uno de los maoístas más recalcitrantes que tiene un puesto que le permitiría –y lo hace– imponer sus ideas, más afín al estalinismo que al leninismo, está detrás de la Feria Internacional del Libro del Zócalo. Se trata de Paco Ignacio Taibo II.

Aunque oficialmente no tiene un cargo directo en la feria, una de las más grandes e importantes por volumen del país, su esposa, Paloma Sáiz, sí lo ostenta: es su presidenta. Y la influencia se aprecia a simple vista en el programa: consentidos del nuevo régimen, como Rafael Barajas, el “Fisgón”, Beatriz Gutiérrez Müller y uno de los referentes de eso que tienen a mal llamar izquierda en México, Noam Chomsky, son las estrellas de esta edición, donde los escenarios principales tienen los adecuados nombres de Ricardo Flores Magón y Ernesto Cardenal, quienes sí hicieron obra escrita, y Rosario Ibarra de Piedra… quien no.

Aún más. Bajo el paraguas de la brigada Para leer en libertad, que hace muchos años tenía la noble intención de proveer de libros gratuitos a los usuarios del Metro y ahora es un brazo propagandístico más del grupo en el poder, se regalaron alrededor de 10 mil tomos de textos como una colección de artículos de Elena Poniatowska para La Jornada, Las sendas abiertas, una colección de textos abiertamente políticos y otro texto de La revolución magonista, una lectura revisionista de los hechos impulsados por los Flores Magón.

Por los mismos días, del 8 al 16 de octubre, se lleva a cabo la Feria Internacional del Libro de Monterrey bajo la curaduría de Consuelo Sáizar, antigua funcionaria del Conaculta y quien apuesta por una estrategia diametralmente distinta a la abiertamente política de la FIL del Zócalo, que es del pueblo, para el pueblo y por el pueblo.

Giles Lipovetsky, Ida Vitale o, de las personalidades que sí conozco honrosamente, el crítico de cine Ernesto Diezmartínez, forman parte del cartel que atrajo a miles de personas a Cintermex. Dicen que infancia es destino, y cabe recordar que la Feria Internacional del Libro regiomontana fue creada en sus orígenes por estudiantes del Tec de Monterrey, mientras que nuestra FIL siempre fue organizada, en una u otra medida, por el gobierno.

Quizá por eso es que, mientras la feria regia presume la presencia de miles de personas a diario, la chilanga se nutre de grupos de apoyo, servidores de la nación, gente que quiere seguir siendo considerado amigo del gobierno… pero no necesariamente ese público soñado por Lenin, de trabajadores que se sienten inspirados por el arte para cambiar al mundo y luchar contra las injusticias.

¡Qué lejos está de Marx, Lenin, Gramsci o Malatesta, esa multitud desganada y casi muda que musita, con más cansancio cada vez, ‘es un honor…’!¡Qué lejos está el ideólogo oficial Taibo II, el de ‘se las metimos doblada, camarada’, de García Lorca, de Miguel Hernández, de César Vallejo o el mismo Sánchez Vázquez, verdaderos intelectuales!

Y ojo, querido y paciente lector que, si ya llegaste a este punto, significa que puedes disfrutar o sufrir letras y letras, la finalidad de este texto no es pretender que, como si se tratase del medioevo, el artista viva fuera del mundo, sin mancharse de políticas. No señor: se trata de que estas ferias, cuyo primer objetivo es servir como foco de dispersión de lecturas varias, para que quienes no siempre tenemos libros a la mano los tengamos, o que las pequeñas editoriales muestren lo más nuevo de su acervo, no terminen siendo mítines pagados con nuestros impuestos… porque eso sí duele.

Si algo hay que resaltar en la FIL de Monterrey es que, precisamente, comprende esa función. Y lo mismo que se escucha a Lipovetsky se oye también a Alejandro Jodorowsky, lo mismo que hay textos científicos hay literatura, todo bajo la intención de difundir sus propias miradas, para que cada quien elija la que guste, faltaba más. No es que sea mejor, es que se acerca más a la idea de lo que debería ser una feria.

Lo único que une a ambas ferias es la presencia de Elena Poniatowska, pero lo que sucede es que ella es un poco como Estados Unidos, según la definición de John Quincy Adams: ella no tiene amigos, tiene intereses.

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