¡Cuidado con la mezcla de realidad y ficción de The Crown!

Columnista de The Guardian.

¡Cuidado con la mezcla de realidad y ficción de The Crown!
Jonny Lee Miller como John Major en The Crown. La serie de televisión inventó una trama en la que el príncipe Carlos obtuvo la ayuda del entonces primer ministro para usurpar a la reina. Foto: Netflix/PA

Hace 30 años, el actual rey intentó usurpar a su madre, la reina. Intentó conspirar con el entonces primer ministro, John Major, después de que apareciera una encuesta de opinión hostil contra la monarca en el periódico Sunday Times. Al igual que todas las escenas de The Crown de Netflix, se afirma que esto está “inspirado en hechos reales”.

En realidad, no existió dicho complot, ni conspiración, ni encuesta hostil contra la monarquía. Se insinúo una trama ficticia sobre personas vivas y después fue presentada como “la historia de los acontecimientos políticos y personales que dieron forma al reinado de la reina”.

No tengo ningún informe para la familia real. La institución ha demostrado que puede soportar la tensión de ser el blanco de la inexactitud y el ridículo. Por su parte, los defensores de The Crown se muestran indiferentes y se excusan en que se trata de un entretenimiento, un retrato escéptico de las celebridades que no debe ser tomado en serio. Goza de una licencia para mentir que es concedida a todos los docu-dramaturgos: que son “artistas”. El creador de la serie, Peter Morgan, adoptó una defensa diferente.

Admite haber “renunciado a la exactitud, pero no a la verdad”. Su asesor, Robert Lacey, parece estar exagerando cuando escribe bajo el título “Nunca se dijo nada más verdadero sobre la familia real”.

El enfoque de The Crown en cuanto a la exactitud oculta de mala manera una excusa diferente: que la representación de personajes famosos en la pantalla da credibilidad a cualquier trama, por débil que sea. La familiaridad despierta el interés del público.

Entonces, ¿qué pasaría si el príncipe Felipe todavía estuviera vivo cuando The Crown insinuó, sin ninguna prueba, que le fue infiel a la reina? Fue una historia mejor que si hubiera sido un príncipe ficticio.

En cierto modo, ganar dinero a costa de ser ofensivo o cruel con las personas vivas es algo habitual. Ellas suelen ser ricas, y siempre pueden demandar si consideran que fueron difamadas. Podríamos añadir que la familia real británica se lo buscó cuando decidió en los años 60 proyectarse como celebridades de alto perfil, en marcado contraste con la discreción de los demás monarcas hereditarios de Europa.

Lo que resulta más grave es el abuso de la palabra “verdad”. La serie ha tenido sus momentos conmovedores, pero tiene un sesgo descarado contra la monarquía. El biógrafo real, Hugo Vickers, ha observado que muchas de las escenas falsificadas son despectivas con respecto a la familia real. Afirma ser una “dramatización ficticia” de la realidad, pero no puede haber investigado con seriedad la verdad, como lo hizo Hilary Mantel en su trilogía sobre Thomas Cromwell. No siguió el ejemplo de Tucídides cuando declaró sus informes de guerra como “la mayor fidelidad posible por mi parte al sentido general de lo que se dijo en realidad”.

Las personas creen en los relatos de la realidad presentados en la televisión. Aproximadamente un tercio de los estadounidenses cree en la afirmación de Donald Trump de que Joe Biden le “robó” la presidencia. Lo han visto en la televisión, con “evidencia” confirmatoria en las redes sociales. Es por ello que las mentiras son tan peligrosas. Fijémonos también en el nuevo y sabio libro de Owen Matthews sobre Ucrania, visto desde la perspectiva de Moscú, Overreach. Muestra que los rusos apoyan firmemente la visión de Vladimir Putin de la guerra como resultado de la agresión de la OTAN. Se los han dicho sin cesar en la televisión y, por lo tanto, debe ser cierto.

Reconozco que se trata de personas reales y no de simples actores que venden ficción. Sin embargo, el desprecio casual por la verdad es el mismo dondequiera que se produzca. Los relatos sobre personas reales e históricas no pueden depender para su veracidad del vigor del mentiroso o de la credibilidad del actor. El principio sigue siendo el mismo, que la mentira da la vuelta al mundo mientras la verdad sigue poniéndose las botas.

Estoy seguro de que la familia real británica sobrevivirá a esta guerra relámpago de reputación. Los biógrafos ya aprovecharon al máximo deconstruyendo The Crown, y si millones de espectadores son engañados, qué pena. El estatus de la verdad es una víctima más frágil. Los historiadores académicos y (la mayoría) de los periodistas no consideran que su tarea sea distorsionar o embellecer los acontecimientos contemporáneos sazonándolos con mentiras. La supervisión de las historias sobre personas vivas está sujeta a una mezcla de leyes de difamación, reputación literaria y ética periodística. Los editores contratan abogados y verificadores de información. Los principales medios de comunicación han ofrecido desde hace mucho tiempo un filtro editorial entre los acontecimientos y sus lectores y oyentes, un filtro que sigue siendo apreciado por estos últimos. En los litigios, la verdad siempre es una defensa.

Las redes sociales han destrozado ese filtro editorial. La regulación de la información de todo tipo se encuentra en sus inicios. Gran parte de internet no es tanto una aldea global como un Hyde Park Corner global. El “primer borrador de la historia” del periodismo se lo lleva el viento.

Por este motivo, el arte no puede tener licencia para reescribir la historia a su antojo. The Crown debería haber empezado con una advertencia saludable imperativa: “Los siguientes acontecimientos representados en este drama no ocurrieron...

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