Por supuesto que el globo de China estaba espiando, todos los Estados se espían y todos nos beneficiamos
Restos de un presunto globo espía chino frente a la costa de Carolina del Sur, con un avión de combate sobrevolando el lugar, 4 de febrero de 2023. Foto: Chad Fish/AP

Hace mucho tiempo, en mayo de 1960, un avión espía estadounidense U-2 despegó de Pakistán para volar a gran altitud a través de la Unión Soviética como parte de una misión para fotografiar instalaciones clave y sitios militares en nombre de la CIA. Los rusos lo vieron y lo derribaron. El piloto, Gary Powers, logró descender en paracaídas y fue detenido. En Washington, el gobierno de Eisenhower mintió sobre su misión, afirmando que el U-2 era un “avión meteorológico” que se había desviado de su ruta después de que su piloto tuviera “dificultades con su equipo de oxígeno” (¿suena familiar?).

El incidente provocó un envenenamiento temporal en las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética, ya que el Kremlin lo convirtió en un teatro político. Moscú sometió a Powers a un juicio penal muy mediático y le impuso una condena de 10 años.

En Estados Unidos, Powers fue presentado como un héroe estadounidense pulcro que no fumaba ni bebía (lo cual no era cierto). A pesar de la furia mutua, ninguno de los dos bandos estaba realmente conmocionado, ya que se aceptaba que el espionaje era algo rutinario. La tecnología podía cambiar a medida que mejoraban los sistemas de recopilación de información, no obstante, la práctica de la vigilancia se remontaba a tiempos inmemoriales y no era posible detenerla.

La analogía con el derribo por parte de Estados Unidos de un globo chino de gran altitud que invadió el espacio aéreo estadounidense la semana pasada es evidente. También produjo un huracán de indignación hipócrita. Los republicanos atacaron al presidente estadounidense, Joe Biden, por ser débil y no proteger la seguridad nacional de Estados Unidos. Dijeron que debería haber derribado el globo intruso en cuanto fue avistado. Temeroso de ser considerado demasiado viejo para postularse para un segundo mandato, Biden ordenó a su secretario de Estado que retrasara una visita programada a Beijing.

En una patética parodia de la disputa política en Washington, el gobierno británico ordenó rápidamente la revisión de la seguridad de Reino Unido. Rishi Sunak se anticipó a cualquier acusación del Partido Laborista de ser débil en materia de defensa anunciando que los aviones de la Real Fuerza Aérea (RAF) estaban preparados para derribar cualquier globo de vigilancia chino que penetrara el espacio aéreo británico. ¿Y qué pasa con los satélites espía chinos? ¿También los derribarán los valientes pilotos británicos?

La realidad es que el uso de la tecnología para espiar las capacidades militares de otros Estados es tan antiguo como generalizado. Al igual que el uso de herramientas encubiertas para descubrir las intenciones de otro gobierno. Los métodos se actualizan continuamente. Los dispositivos de escucha y las intercepciones telefónicas se complementan ahora con sistemas cibernéticos que permiten hackear correos electrónicos y otros mensajes de internet. Una empresa israelí, NSO Group, desarrolló –como bien documentó The Guardian– la tecnología Pegasus que puede escuchar conversaciones, leer mensajes de texto SMS, tomar capturas de pantalla y acceder a las listas de contactos de las personas. La empresa ha vendido el sistema a diversos gobiernos extranjeros autoritarios que desean vigilar las opiniones y el comportamiento de sus propios ciudadanos.

Las intercepciones telefónicas y la cibervigilancia no solo las practican los gobiernos contra enemigos potenciales o reales. Recordemos la polémica que estalló en 2013 durante la presidencia de Barack Obama después de que Edward Snowden revelara que la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos escuchó durante años las conversaciones del teléfono celular de la canciller alemana Angela Merkel. Los alemanes se sintieron casi tan avergonzados como los estadounidenses. Merkel declaró airadamente que “el espionaje entre amigos simplemente no está bien”, pero la fiscalía federal alemana suspendió discretamente la investigación.

Reconozcámoslo. El espionaje es una ventaja. Cuanto más saben los países sobre los sistemas de defensa de un enemigo potencial, suele ser mejor. Es menos probable que se inicien hostilidades si se dispone de información precisa y actualizada sobre aquello a lo que se enfrenta el ejército (una lección que Vladimir Putin no aprendió antes del 24 de febrero del año pasado).

Comprender las intenciones de otro Estado o de otro dirigente es incluso más importante, tanto si esta recopilación de información la llevan a cabo espías, diplomáticos y analistas políticos no gubernamentales como si la llevan a cabo los cortésmente denominados “medios técnicos”. La cuestión crucial, que ningún globo o satélite puede proporcionar, es la empatía. Ponerse en el lugar del otro. Comprender su historia, su cultura y las presiones económicas y políticas a las que están sometidos sus dirigentes.

No cabe duda de que la relación entre Estados Unidos y China es el principal reto para la seguridad mundial de, al menos, los próximos 10 años. Los dos países son rivales y competidores, pero no son enemigos. Los países occidentales deberían hacer todo lo posible para no caer en una mentalidad que considere hostil a China. La paz en Asia –y, de hecho, en todo el mundo– es demasiado importante como para que la emoción histérica por un globo errante se apodere de ella.

Jonathan Steele es excorresponsal de The Guardian en Moscú.

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