Le debemos al pueblo de Ucrania que Vladimir Putin sea llevado a juicio por crímenes de guerra

Gordon Brown es enviado especial de las Naciones Unidas para la educación en el mundo y exprimer ministro del Reino Unido.

Le debemos al pueblo de Ucrania que Vladimir Putin sea llevado a juicio por crímenes de guerra
Ilustración: Ben Jennings/The Guardian

Es hora de llevar a Vladimir Putin y a sus cómplices ante la justicia, y Estados Unidos ahora debería seguir el ejemplo de Europa.

Tras haber sido testigo directo de la devastación infligida a Ucrania, el presidente estadounidense Joe Biden debería conmemorar el primer aniversario de la invasión de Rusia anunciando el apoyo de Estados Unidos a la creación de un tribunal especial para juzgar a Vladimir Putin y sus secuaces por el crimen de agresión.

Biden debería dejar absolutamente claro que no habrá ningún escondite para aquellos cuya invasión ha desplazado a más de 8 millones de ucranianos dentro de su propio país, y que ha obligado a casi 9 millones más a exiliarse como refugiados. Y que no habrá refugio seguro en ningún lugar del mundo civilizado para aquellos que están empeñados en infligir un número incalculable de lesiones y muertes a civiles inocentes.

El mes pasado, Reino Unido se unió a Francia, Alemania, Países Bajos y los países nórdicos, bálticos y del este de Europa para respaldar la petición del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, de que el presidente ruso y su grupito sean acusados. El pliego de cargos, respaldado por la Unión Europea, el Parlamento Europeo y el Consejo de Europa, incluye la invasión de Crimea y el este de Ucrania en 2014, la planeación y declaración de guerra contra Ucrania, y el bombardeo indiscriminado perpetrado este invierno contra su población civil, diseñado para matarla de hambre y congelarla hasta someterla.

El único gran país occidental que aún no ha manifestado su apoyo a la creación del tribunal es Estados Unidos. Si lo hiciera, se podría constituir dicho tribunal en cuestión de semanas. Y existen buenas razones por las que Estados Unidos –cuya vicepresidenta, Kamala Harris, se unió el pasado fin de semana a Biden para acusar a Putin de “crímenes contra la humanidad”– debería respaldar este enfoque.

El crimen de agresión es el crimen original y fundacional de Vladimir Putin, aquel que ha sido el punto de partida de todas las demás atrocidades. La agresión es un crimen para el que ya se disponen pruebas, y la creación de un tribunal especial sobre agresión que complemente la labor de la Corte Penal Internacional (CPI), que actualmente investiga crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, es el mejor camino a seguir.

Ni Rusia ni Ucrania han firmado el estatuto contra la agresión de la CPI, por lo que el tribunal no tiene competencia para enjuiciar el crimen de agresión, y se debería cerrar esta laguna jurisdiccional.

Estados Unidos promovió tribunales especiales en el pasado. Hace exactamente 30 años, con el respaldo de Estados Unidos, el Consejo de Seguridad de la ONU creó el Tribunal Penal Internacional para la exYugoslavia. Un año después, apoyó la creación del Tribunal Penal Internacional para Ruanda. Un acuerdo entre el gobierno de Sierra Leona y la ONU dio lugar a un tribunal especial independiente y, con la ayuda de la ONU, se crearon tribunales especiales para Camboya y Líbano con el respaldo de Estados Unidos.

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‘Las ciudades y los pueblos ucranianos han sido destruidos, sin embargo, el espíritu de Ucrania ha sido indestructible’. Personas en las calles de Bakhmut, Ucrania, 19 de enero de 2023. Foto: Spencer Platt/Getty Images

No obstante, el paralelismo más evidente es la decisión que tomaron nueve aliados europeos que se reunieron en Londres en 1942 y redactaron una resolución relativa a la agresión alemana, que condujo, al final de la guerra y con el apoyo estadounidense, a la creación del Tribunal Militar Internacional y a los juicios de los criminales de guerra nazis. Posteriormente se juzgó a los criminales de guerra japoneses.

Aquellos que afirman que este tipo de enjuiciamientos no funcionan deberían recordar no solo los veredictos de Núremberg y Tokio, sino también que el infame expresidente de Liberia, Charles Taylor, languidece en una prisión británica después de que se le impusiera una condena de 50 años en 2012 por las atrocidades cometidas bajo sus instrucciones en Sierra Leona. Era probable que se impusiera un veredicto similar al sanguinario dirigente serbio Slobodan Milosevic, que estaba siendo juzgado en La Haya por crímenes de guerra cuando murió de un ataque al corazón en su celda. Y los tribunales de guerra pueden condenar a los criminales en su ausencia, lo cual les dificulta volver a viajar al extranjero.

Es probable que el ejército estadounidense aconseje a Biden que se oponga, preocupado por la posibilidad de que un tribunal de este tipo abra la puerta a intentos de procesarlo por acciones cometidas en otros lugares. Pero el tribunal propuesto no solo debería su existencia a una petición del gobierno ucraniano, sino que estaría arraigado en la legislación del país y se apoyaría en el derecho internacional consuetudinario. El crimen de agresión se aplicaría únicamente en el contexto ucraniano.

Otros pueden argumentar que esta presión adicional sobre Putin es contraproducente, alterando el fino límite que Biden sigue manteniendo entre la ayuda defensiva y el compromiso activo. Y que ello haría que Vladimir Putin estuviera menos dispuesto a pedir la paz.

Esto equivaldría a juzgar erróneamente el carácter de Vladimir Putin. Lo conocí por primera vez en su despacho en el Kremlin en 2006, y mis tratos con él como canciller y primer ministro me convencieron de que lo único que entiende es la fuerza. Del mismo modo, en todo momento es rápido para explotar las debilidades. En todos los encuentros que tuve con él, las amenazas estaban a la orden del día. Amenazas de detener el paso del gas hacia el oeste. Amenazas de vender petróleo al este. Amenazas de represalias en caso de expansión de la OTAN.

Nunca me hice ilusiones: no se podía confiar en que Putin mantuviera su palabra y no era un líder en el que se pudiera confiar. Estaba decidido a devolver a Rusia su estatus de superpotencia a toda costa. Su lema me parecía similar al de Calígula, quien arrasó la antigua Roma asesinando a todo aquel que se interpusiera en su camino: “Que odien mientras teman“.

El servicio de inteligencia británico nos dijo que Putin no solo inició el asesinato de Alexander Litvinenko en noviembre de 2006, sino que estaba planeando otros asesinatos en las calles de Londres. Solo gracias a una demostración de fuerza por nuestra parte –dejando claro que se produciría una respuesta contundente ante cualquier nuevo ataque y proporcionando años de protección las 24 horas del día para los objetivos conocidos– cesaron la mayoría de las amenazas. Lamentablemente, 12 años después, cuando Gran Bretaña bajó la guardia, se produjeron los envenenamientos de Salisbury.

No debe haber debilidad occidental en esta ocasión, y es por ello que está aumentando la presión bipartidista en el Congreso para que se tomen medidas, y la razón por la que un grupo de destacados estadounidenses instará a la asamblea general de la ONU a que apoye la creación de dicho tribunal.

Se lo debemos a un pueblo asediado que ahora entra a un segundo año de asedio. Las ciudades y pueblos ucranianos han sido destruidos, y se han roto corazones, pero el espíritu y la unidad del pueblo de Ucrania han sido indestructibles. Ahora, todos nosotros tenemos que reunir una fuerza y un coraje similares para llevar a Vladimir Putin y a sus secuaces ante la justicia. En una guerra que Rusia está perdiendo, esta es la intervención que más temerán.

Gordon Brown fue primer ministro de Reino Unido entre 2007 y 2010.

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