Mi abuelo, ese desconocido
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

Mi abuelo, ese desconocido
Cuando el abuelo de Roberto entró a la Compañía de Luz y Fuerza del Centro le cambió el nombre y nació Roberto Corona Vargas.

Siempre pensé que el nombre de mi abuelo paterno era Roberto Corona Vargas, como estaba escrito en un azulejo al pie de su tumba, que visité la semana pasada con mi hermano Omar. Ayer, Roberto Vargas Rubio, el mayor de los ocho hijos de Domingo y Manuela, cumplió 46 años de haber dejado este mundo.

De mi abuelo Roberto heredé el gusto por los deportes, las canciones de Daniel Santos y usar el suéter sobre los hombros. Tengo un vago recuerdo de él, pero hay una foto muy especial para mí: es la del día que cumplí cuatro años, cuando me regaló mi primera bicicleta, que atrás del asiento tenía una placa azul con el nombre de “Tito”.

En la foto, detrás de mí aparece mi abuelo con una guayabera amarilla y una gran sonrisa. Mi viejo no me platicaba mucho de él y mi tía Silvia prefiere no hablar de su papá, que el próximo 8 de marzo hubiera cumplido 107 años. Mi mamá dice que todas las tardes, al regresar de trabajar, mi abuelo encendía un cigarro Alas, tomaba su café y se sentaba a ver “El Club del Hogar”. Cuando yo me paraba frente a la televisión, le decía a mi papá: “¡Roberto, quita a ese muchacho de ahí!”.

El doctor Marco Antonio Olaya, primo de mi papá, dice que a mi abuelo le encantaba bailar, principalmente danzón. También que era un apasionado del béisbol y su equipo era el México (los Diablos Rojos), gusto que yo no heredé; en el futbol era simpatizante del Atlante.

También lo recuerda llegando en su bicicleta a visitar a mi bisabuela, con un ramo de flores en la mano y dice que era un gran anfitrión, algo que, sin duda, le heredamos mi papá y yo. A mi abuelo le gustaba organizar grandes reuniones familiares en su casa de la Colonia Independencia, pegadita a Portales, en las que después de la comida y mientras los niños jugaban futbol en el patio y los mayores se tomaban una copa de tequila o una cubita de ron, una marimba amenizaba la reunión y él sacaba sus mejores pasos para bailar.

Después de trabajar en diversos oficios, una hermana de mi abuela lo recomendó para entrar a la Compañía de Luz y Fuerza del Centro… y le cambió el nombre. Ahí nació “Roberto Corona Vargas”, situación que él nunca se ocupó de aclarar, por eso en los documentos que he encontrado, como su alta de Hacienda o su carnet del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), aparece con otro nombre. Marco Antonio recuerda a mi abuelo portando con gallardía su uniforme de la Compañía de Luz y mi viejo siempre estuvo orgulloso de la militancia de su papá en el SME. Cosas de la vida, mi padre murió el 10 de octubre de 2009, el mismo día en que el gobierno de Felipe Calderón decretó la desaparición de la Compañía de Luz.

En el cuarto de servicio de la casa de mi madre, el casco de electricista de mi abuelo estuvo guardado en una bolsa de Liverpool durante poco más de 40 años. Lo saqué la madrugada del 20 de septiembre de 2017, cuando desesperado, me fui como voluntario a remover los escombros que dejó el terremoto en el multifamiliar de Tlalpan.

No puedo decir que extraño a mi abuelo porque no lo conocí, pero cómo me hubiera gustado platicar con él de futbol o que me enseñara de béisbol y a bailar danzón; tomar una copa de ron juntos y escuchar al Trío Matamoros. Me hubiera gustado que, además de aquella bicicleta, me heredara ese Valiant Acapulco blanco que uno de mis tíos malbarató.

Aurelio, el otro “fantasma”

De acuerdo con el acta de nacimiento de mi mamá, Aurelio Ríos Ramírez nació en San Miguel Regla, Hidalgo, en 1905. Hay pocos registros fotográficos de él, pero cuentan que tenía unos preciosos ojos verdes que heredó mi mamá. De oficio minero, desconozco casi todo de su vida y las razones que produjeron su muerte en 1952 cuando mi mamá, enferma de tifoidea, lo vio morir en la cama de al lado, probablemente de un problema pulmonar. Pero esa es otra historia que apenas comenzaré a “reportear”.

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