Ser de hueso y pachuli, ser de arte
Friso corrido

Promotora cultural, docente, investigadora y escritora. Es licenciada en Historia del Arte y maestra en Estudios Humanísticos y Literatura Latinoamericana. Ha colaborado para distintos medios y dirige las actividades culturales de La Chula Foro Móvil, Mantarraya Ediciones y Hostería La Bota.

Ser de hueso y pachuli, ser de arte
HOMO RODANS, 1959. Colección Remedios Varo.

Para qué abrazarla, tocarla,

si ya la traía dentro.

Seríamos la misma allá en el mundo,

en el futuro, entre la gente, “los demás”;

yo me olvidaría de mi tristeza, mi nostalgia,

y ella me transmitiría

por ósmosis,

sus esencias desde dentro.

Me haría prescindir.

Me transubstanciaría.

Pura López Colomé

A media mañana, siendo una niña pequeña con los pies chuecos y olanes debajo de la falda, comí manzanas en el jardín de un museo y mi alma quedó tatuada. Me llevaba mi abuela con sus enaguas largas y negras, sus suéteres holgados, donde habrían cabido dos como ella, y sus botines como de bruja o hechicera.

En un morral grande de piel llevaba libros, estambre y ganchos, un monedero tejido y un recipiente con manzanas cortadas en finas lajas: sus manos siempre olían a manzana y su cabello a aceite de pachuli. En su recámara, casi monástica, un Cristo de Velázquez y El Jardín de las Delicias custodiaban las sombras de sus madrugadas plomizas. Pero ahí, en el recuerdo que cuento trascendente, el sol se filtraba sutilmente por las frondas de fresnos, ahuehuetes y truenos, movidos por el viento; cantaban las hojas y las ramas, vaporizaba la lluvia encharcada de la tormenta anterior.

Mi abuela siempre elegía la misma banca para sentarnos a comer manzanas. Sin decir nada, sólo sintiendo el aire fresco, ella sus dolores y yo mis sueños. Las obras que Raquel buscaba, lechuza nigromántica de cabellos canos ensortijados, también eran siempre las mismas: la magia onírica de Remedios Varo habitada por máquinas astrales, espacio exterior fusionándose con el interior, personajes como espíritus flotantes: todo convertido en polvo de estrellas. Frente a aquellas obras que vi muy quieta de pie junto a mi abuela, atenta a su gesto cautivado y a los ojos entornados como quien contempla lo sagrado, pero sobre todo, en ese recuerdo del jardín con regusto frutal y manos frías, decidí que quería pasar mi vida así, frente a lienzos, óleos, esculturas, memorias dulces y construcción de mundos imaginarios. 

Años después, tuve entre mis manos, las mismas de entonces, pero marcadas por las huellas de entuertos y trabajos herculianos, una pieza que mi abuela idolatraba, pero nunca conseguimos ver, más que en una revista. Se trataba de una escultura fascinante por su compleja factura, su apariencia danzando entre el hallazgo arqueológico, lo maquinal venido de otro mundo, lo etéreo de un marfil que evocaba a las piezas abarrocadas de lejano oriente.

Fue desnudado de su capelo, para mí, el Homo Rodans que estaba por ser vendido a una colección privada en los Estados Unidos y que yo debía documentar iconográfica e historiográficamente para la transacción. Remedios Varo creó la pieza en 1959, un objeto construido a base de huesos de pollo y pavo, alternados con espinas de pescado. Era, sin lugar a dudas, el eslabón fundamental de una familia de creaciones que van de la literatura, al dibujo y la pintura, donde Varo explora la supuesta existencia de un homínido anterior al Homo Sapiens, llamado así, Homo Rodans. La obra es un híbrido, rara avis que se ubica entre la investigación científica —descubrimientos como la física atómica y la cadena de ADN habían tenido un gran impacto en el imaginario surrealista— y la licencia literaria, rayando en la ciencia ficción.

Acompañada de dibujos y textos con un hermetismo científico y fantástico, la artista le exige al espectador de la pieza convertirse en un physicusreflexivo, un antropólogo de la ilusión artística. Yo flotaba, en el limbo de mis antepasadas, frente a ella y los saberes teóricos atesorados. 

El objeto surrealista como lo entendieron los miembros del movimiento constituía, más que la creación de una obra definitiva, un acto conceptual. Si bien otros artistas habían ensamblado objetos a base de materiales pobres hallados e intervenidos, como Wolfgang Paalen con Le Génie de l´espèce de 1938 e Isamu Noguchi en el Monument to Heroes de 1943, o bien, comenzaban a recurrir a la descontextualización y recontextualización de ciertos elementos en el nicho sagrado del arte, Remedios Varo convierte aquí al desecho orgánico en una escultura cuyo sentido hermenéutico es aéreo: transgrede, no sólo las categorías del arte al cruzar las fronteras entre la escultura, la pintura y el “readymade”, sino que, además, hace pasar a la pieza por una suerte de hallazgo de verosimilitud arqueológica, un recordatorio dinámico de la inmanencia de la muerte.

Tras varias comidas compartidas con quienes Remedios amaba, los restos —casi postperformáticos— fueron conservados para transformarse en un ser completamente nuevo, provisto de cuerpo, historia y una existencia mítica, imantada por los recuerdos, incluso inmemoriales, pero comunes a todos los seres pensantes: la pregunta sobre el origen de la existencia aquí.

A lo largo de distintos textos contenidos en Letters, dreams and other writings, Varo entreteje notas y misivas sobre el Homo Rodans que el lector fácilmente puede dar por verdaderas, dado el lenguaje empleado y la citación de acontecimientos y organismos reales. Al final, Varo restituye la naturaleza imaginaria del objeto que debe comprenderse, no como un ente aislado, producto del ingenio surrealista y la imaginación desbordada, sino como un edificio cuyo machohembreado alterna verosimilitud y realidad, disciplinas, deslizamientos del arte más allá de las fronteras de la estética tradicional y la puesta en tensión del papel del artista como protagonista del acto creador.

No puedo ni debo omitir en este relato el vértigo ante la sensación de que aquellos huesecillos conformando la estructura supuestamente homínida, parecían desintegrarse entre mis dedo; se tambaleaban y anunciaban la pericia de su montaje pese a su fina fragilidad. En cambio, la memoria decisiva del jardín y los corredores del museo, junto a mi abuela de pachuli y saudade, se volvía cada vez más sólida, contundente, habitable incluso. Uno nunca sabe cuándo el arte herirá a un ser, más que un tatuaje que atraviesa la dermis, una escarificación del alma que se vuelve cada vez más profunda y significativa. 

Me parecía tener ante mí un personaje circense absolutamente enérgico montado en un monociclo mágico, uno que mi abuela hubiera atesorado contemplar. Quizá, incluso, se trataba de ella: caballito troyano en osamenta, que acudía a mí con el simulacro del coleccionismo para recordarme, más allá de todo, lo importante: que el arte hiere, define, cambia.

Como sostiene Pura López Colomé, después de sentir el impacto del arte, nuestra percepción del mundo no es la misma. Escribo hoy por ambas, desde la caja torácica de las dos, compartiendo una genética extraña, un homenaje a todas las brujas sabias del mundo que han percutido a su prole con el poder del conocimiento, la curiosidad, el hambre de vivir a tambor batiente. Aquella reliquia, como las más sagradas, daba veracidad a la religión común, entre nosotras y con Varo: la fe ciega en el poder de conmoción y reflexión del arte.

El Homo Rodans, que parece encontrarse en el instante exacto de emprender su avance, de evolucionar de la condición de máquina y dirigirse, mientras se le contempla hacia un estadio de conciencia superior es, en sí mismo, una alegoría de la conciencia que se moviliza hacia el conocimiento interior.

Somos la bestia que contiene al universo entero: sólo el lenguaje poético, como sea, nos liberará del absurdo de lo efímero, para acercarnos a lo que siempre estuvimos llamados a ser: amor manifestado de mil maneras, algunas veces, a la sombra de un árbol en primavera. 

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