Juventud, divino eslogan
Tácticas Parlamentarias

Analista y consultor político. Licenciado en Ciencia Política por el ITAM y maestro en Estudios Legislativos por la Universidad de Hull en Reino Unido. Es coordinador del Diplomado en Planeación y Operación Legislativa en el ITAM. Twitter: @FernandoDworak

Juventud, divino eslogan

Por lo general, los peores abusos que cometen las personas contra otras son invocando palabras como “dios”, “amor” o “comunidad”. En el caso de la política, también se cometen abusos a través de palabras como “juventud”. Por ejemplo, en 2006 el veterano de la política Augusto Gómez Villanueva estuvo a punto de ser candidato plurinominal gracias a la cuota asignada a las juventudes priístas que, presuntamente, le habían cedido generosamente. 

Otro caso donde se invocó a la juventud y la necesidad de empoderarla fue la reforma electoral en 1999, cuando se redujo la edad para ser senador a 25 años. La razón: el PRI había negociado este cambio con el PVEM, para que Jorge Emilio González Martínez pudiera acceder a un escaño en el 2000.

En esa misma estirpe de buenos deseos, hace unas semanas el grupo parlamentario de Morena en la Cámara de Diputados presentó una iniciativa para reducir la edad mínima para quienes aspiren a una gubernatura, una curul en la Cámara de Diputados o un escaño en el Senado. De esa forma, la edad mínima para ser gobernador pasaría de 30 a 28 años, la de senador de 25 a 21 y la de diputado de 21 a 18. La razón: procurar la mayor participación de personas jóvenes en la vida política del país.

Suena sensacional, pero dejando a un lado su viabilidad a estas alturas del sexenio y en este ambiente enrarecido, ¿es relevante?

Una discusión abierta en todos los países es bajar la edad mínima para gozar del estatus de ciudadanía, concretamente al ejercer el derecho de votar y ser votado. En la mayoría de los casos, la edad mínima oscila entre los 16 y los 18 años para poder votar, y por lo general se reconocen los 18 años para ser votado en la mayoría de los cargos de elección popular. En todo caso, los requisitos se pueden elevar para el Poder Ejecutivo, quedando entre 30 y 35 años. 

Si consideramos que el concepto de “mayoría de edad” es una construcción social hecha para reconocer derechos y obligaciones, pareciera no haber mucho problema en jugar unos años más o menos para atribuir el estatus de ciudadanía. Por lo tanto, la reforma propuesta por Morena no aporta o quita algo a las condiciones de gobernabilidad en México.

Sin embargo, el problema radica no en la edad mínima, sino en las condiciones en las que una persona joven puede hacer una carrera política competitiva. Es decir, ¿tendría una persona joven la posibilidad de articular una carrera competitiva basada sobre su liderazgo, de tal forma que pueda incluso vencer a los decanos de su instituto político? ¿O tiene que “hacer cola” para poder tener derecho a aspirar a una candidatura, pues “los viejos” van primero? Si la respuesta fuera lo segundo, entonces la reducción de la edad mínima para votar iría con dedicatoria a alguien, como sucedió en 1999. 

Si hay una coincidencia en la necesidad de impulsar carreras jóvenes en la vida pública, hay que preguntarse primero por qué la juventud en general ha perdido interés en la política. Después de eso, ver las capacidades que tienen los partidos para formar cuadros y liderazgos juveniles y, a partir de ello, foguearlos e impulsarlos.

Sin esos elementos, la juventud se convierte en otro divino eslogan a invocar cuando se quiere fingir bondad o generosidad.

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