Se necesitó una valiente estrella del futbol para inyectar moralidad al vergonzoso debate sobre los migrantes en Gran Bretaña

Will Hutton es columnista de The Observer.

Se necesitó una valiente estrella del futbol para inyectar moralidad al vergonzoso debate sobre los migrantes en Gran Bretaña
'Impenitente': Gary Lineker afuera de su casa en Londres en la mañana del sábado. Foto: James Manning/PA

El Partido Conservador británico y sus seguidores mediáticos se excedieron en el asunto sobre Gary Lineker. La política de “detener los barcos”, que desprecia las normas democráticas, legales y humanitarias con el fin de alcanzar nuevos niveles de crueldad en el trato que proponemos dar a los solicitantes de asilo, no es simplemente otra controversia política. Es una cuestión que afecta la esencia del tipo de país que somos y la forma en que se debería dirigir la política en una democracia. Los regímenes autoritarios progresan en todas partes mediante la vulneración de un acuerdo como plataforma propulsora para vulnerar el siguiente hasta que, finalmente, consiguen su premio de subordinar los derechos humanos a su voluntad partidista e ilimitada. Sin embargo, los derechos humanos son indivisibles; una vulneración deja al resto mermados y debilitados.

No menos fundamentales en una democracia resultan las normas de participación en la escena pública. El debate, por muy apasionado que sea, debe respetar los hechos. Aunque los medios de radiodifusión están regulados para cumplir ese fin, defendidos por un sistema de radiodifusión de servicio público del que la cadena BBC es el pilar, los periódicos no están regulados. Los periódicos, sobre todo los de la derecha, son editados cada vez más, no como diarios, sino como propagandistas de una ideología de derecha en la que los hechos están subordinados, y al servicio de objetivos profundamente políticos. Los extremos insensibles del plan de “detener los barcos” no podrían haber sido concebidos, ni el lenguaje extravagante utilizado para defenderlo, sin el ambiente venenoso que ellos crearon. Forzosamente son críticos fervientes de la BBC, incluso de esta cadena afectada y debilitada como está actualmente, porque se interpone en el camino de la manera en que quieren enmarcar el argumento político y cultural, que es parte del avance hacia el ejercicio ilimitado del privilegio ejecutivo, los ataques contra los derechos humanos y la debilitación de nuestra democracia.

El gobierno se había preparado para afrontar una reacción enérgica contra su política y ya tenía preparadas sus líneas de contraataque. Solo cabía esperar protestas de una “mancha” de “abogados de izquierda” cómplices del Partido Laborista y de una administración pública resistente. Lo que no esperaba era que un popular presentador de programas deportivos, Gary Lineker, calificara el plan como inconmensurablemente cruel y desproporcionado, señalando torpemente que tenía similitudes con la jerga de la Alemania de los años 30. Lo que Lineker sugería era que los regímenes hostiles con los derechos humanos y la democracia actúan de un modo que hace recordar la forma de hablar de Suella Braverman y Rishi Sunak, un comentario mucho más difícil de rebatir porque es cierto, y que su ejército de críticos no se esforzó en comprender. No obstante, su equivocación abrió la puerta para que los periódicos Mail y Telegraph lo denunciaran vengativamente en sus primeras planas, junto con la condena del ministro del Interior por establecer una analogía con la Alemania de la década de 1930; los editoriales exigieron que se le sancionara por abusar de su posición, instando de forma hipócrita a la BBC, como gran institución nacional, a defender una imparcialidad que ellos mismos nunca respetan, una crítica diseñada no para ayudar a la cadena, sino para condenarla.

El peso de la cobertura fue extremadamente excesivo, un tributo a la vulnerabilidad que la propia derecha siente respecto a la política de los barcos pequeños, qué agradable tener a Lineker en su mira en lugar de las discusiones sobre el trato cruel e ilegal dispensado a los solicitantes de asilo. A pesar de la tormenta, un Lineker impenitente mantuvo sus comentarios. En la noche del viernes, la BBC sacó la bandera blanca y lo forzó a no salir al aire, sus compañeros presentadores se negaron a presentar el programa Match of the Day en su ausencia y los comentaristas se negaron a informar sobre los partidos. La mancha resulta no ser una mancha en absoluto, sino que incluye a respetados presentadores de programas deportivos, provocados a actuar no solo por sus propias conciencias, sino por millones de personas que piensan como ellos. Esto no constituye el posicionamiento político que pretendía el gobierno.

La exposición de la política de “detener los barcos” como un proyecto diseñado en una hiperderechista cámara de resonancia con una estrecha base de apoyo difícilmente podría haber sido mejor revelada, ni el esfuerzo simultáneo para debilitar a la BBC y convertirla en un dócil partidario de la campaña no solo para “Torificar” Gran Bretaña, sino para redefinir quiénes somos como país. No existe ninguna presión paralela por parte de la prensa de derecha, sus editoriales y el gobierno sobre el comprometido presidente de la BBC, el donador conservador Richard Sharp, para que “se haga a un lado” y renuncie por no revelar su papel en ayudar a Boris Johnson a conseguir un préstamo de 800 mil libras (unos 18 millones de pesos). Su tarea es asegurar que la BBC se mantenga fiel desde el punto de vista editorial en el periodo previo a las elecciones generales, un papel esencial en la torificación. De este modo, queda liberado de la presión que obligó a Lineker a dejar de salir al aire.

Las discusiones sobre si el contrato de Lineker como comentarista deportivo independiente le permite o no expresar sus opiniones son engañosas. El contrato lo permite. Durante años, a una serie de presentadores de diversas tendencias políticas se les ha permitido compartir sus pensamientos en las redes sociales sin ser sancionados, al tiempo que respetaban la imparcialidad en los estudios de la BBC. En un mundo de redes sociales esta es la única manera de trabajar, de lo contrario el grupo de talentos dispuestos a trabajar para el canal disminuirá de manera alarmante, por lo tanto, Alan Sugar y Andrew Neil han trabajado tanto como presentadores de la BBC como partidarios de las redes sociales, y Lineker estaba trabajando dentro del mismo marco. Sin embargo, independientemente de cuáles sean las normas, cuando la política llega a este extremo, amenazando lo que somos y los valores por los que vivimos, personas inesperadas se alzan para ser tomadas en cuenta y encuentran formas de hacer escuchar su voz. En este caso, Lineker era el hombre. La BBC se encontró en una posición en la que estaba condenada tanto si actuaba como si no lo hacía. La postura más firme habría sido la de protegerse a sí misma y, por tanto, a Lineker; al “apegarse a sus principios” sobre la imparcialidad que se aplica a un presentador que tiene una tendencia izquierdista, pero al no haber actuado respecto a aquellos que tienen una tendencia derechista, resulta imposible rebatir la acusación de doble moral. Ante nuestros ojos, una preciada institución pública sufragada por todos los contribuyentes se convirtió en un servidor de la derecha.

El furor transformó los términos del debate. Los laboristas se limitaban a criticar la política únicamente en términos de viabilidad. Ahora no puede permitir que solo Gary Lineker hable sobre los valores corrompidos que la han impulsado, a medida que aumenta el número de personas que declaran su apoyo al presentador. Esto se está transmutando en un momento progresista popular, ya que la integridad del servicio público de radiodifusión se defiende junto con la postura de Lineker respecto a la petición de asilo. Gran Bretaña no es el país de derecha que la derecha imagina. Es un lugar más justo y mucho más decente. Enhorabuena al equipo de presentadores de Match of the Day que nos mostró quiénes somos, el mejor partido que cualquiera de ellos ha jugado.

Will Hutton es columnista de The Observer.

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