No y mil veces no nos acostumbremos

Periodista especializada en perspectiva de género, miembro de Frontline Freelance. Es titular de la Unidad de Investigaciones Especiales en Once Noticias Digital y hace consultoría en comunicación y gestión de crisis. Con ellas y por ellas.

Twitter: @anagupin

No y mil veces no nos acostumbremos
'¿De verdad necesitamos algo más funesto que estas cifras para sentir empatía con las víctimas o para exigir justicia para cada una de estas mujeres y familias que fueron destruidas?'

El lunes pasado asistí al lanzamiento del documental “Matilde, una historia de muerte y omisión”, que se proyectó en el Museo Memoria y Tolerancia, y registra la desaparición y asesinato de la profesora y activista Matilde Gil Herrera en abril de 2017 en la ciudad de Chihuahua. 

La responsable de la presentación fue la diputada morenista Lilia Aguilar, quien a raíz de ese caso impulsa el proyecto legislativo conocido como Ley Matilde, para sancionar la omisión de funcionarios públicos en la impartición de justicia en casos de violencia de género. Quien además, es víctima del crimen porque Matilde Gil Herrera es su madre. 

Después de la presentación explicó todas las irregularidades del caso que fueron perpetradas por la Fiscalía de Francisco González Arredondo, perteneciente a la administración del exgobernador Javier Corral. Narró el trauma que representó para ella y su familia lo sucedido, incluso ofreció detalles sobre el estado del proceso jurídico que sigue abierto, pues aunque ya detuvieron y vincularon a proceso a la persona que enterró a la maestra Matilde, el autor material sigue libre en Estados Unidos. 

Yo tuve oportunidad de entrevistarla antes, precisamente por este trabajo legislativo que hace para la aprobación de la Ley Matilde. Aún la entrevista 1 a 1 se percibe el dolor que esto le provoca. Ahora, hablarlo frente a un auditorio lleno de periodistas, tampoco debe ser fácil, y aun así lo hizo. Sin embargo, como si eso no fuera suficiente, una persona en el auditorio, que al parecer también es diputada y acudió como acompañante de Lilia Aguilar, pensó que era pertinente solicitarle a la diputada que narrara en qué condiciones encontraron el cadáver de su madre. En su petición mencionó que Matilde había sido mutilada.

Personalmente desconocía las condiciones en que la maestra Matilde fue hallada por su familia, pero aun así la pregunta me pareció insensible e innecesaria, aunque la diputada invitada asegurara que era para “generar más empatía del auditorio con Lilia”. Lo preguntó sin pudor alguno y entonces, se hizo un silencio insoportable en el auditorio antes de que respondiera Lilia, quien pudo hacerlo hasta contener el llanto para dar paso a una narración sanguinaria.

Entonces, después de segundos que pesaron sobre la sala, respondió una serie de atrocidades que no repetiré en este espacio porque son desgarradoras. Actos de violencia inhumanos que nadie que lo haya vivido en carne propia o a través de un familiar tendría que repetir para nuestro entretenimiento, para satisfacer el morbo de unxs cuantxs y muchísimo menos para generar empatía. 

¿Por qué es necesario saber los detalles de la tortura que recibió la maestra Matilde para empatizar con el dolor de una hija cuya madre le fue arrebatada?, ¿su muerte es más digna de denunciar porque ocurrió en circunstancias terribles?, ¿necesitamos un discurso lúgubre para saber que no es posible que la vida de las mujeres siga siendo brutalmente apagada sólo por el hecho de ser mujeres? No. Mil veces no.

Con mucho dolor puedo entender que a partir del desastroso periodo de Felipe Calderón los niveles de violencia (que existían décadas antes y negarlo sería mentir) se agudizaron en frecuencia y en crueldad y que a raíz de eso, una prensa poco sensible nos acostumbró a esa narrativa (visual y oral) del horror. Pero también es real que a las mujeres hasta muertas nos exigen la pureza, el decoro, y si son putas no importa o se lo buscaron. La realidad es que ante la mirada masculina todas somos putas. Es con esos dos factores que entiendo por qué la diputada, pese a ser acompañante de Lilia Aguilar, creyó prudente preguntar algo así pese al evidente dolor de su compañera.

Pero no nos acostumbremos a eso, que no quepa en nosotrxs el morbo, la insensibilidad. No les pidamos a víctimas que narren una y otra vez sus violencias sólo para sentir más empatía, sólo para gritar más fuerte por ellas, porque entonces nada nos diferencia de los ministerios públicos, que ante la denuncia de desaparición de una mujer responden “se fue con el novio”, tampoco de las fiscalías que con dolo son omisos en su deber y que eso les cuesta la vida a miles de víctimas, que quizá pudieron haber sido salvadas de haber actuado a tiempo, como Debanhi Escobar.

Tan sólo desde 2018 a la fecha, se reportan 3,985 feminicidios; 1,103,359 de llamadas de emergencia y 10,688 mujeres desaparecidas, de acuerdo con cifras oficiales del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, ¿de verdad necesitamos algo más funesto que estas cifras para sentir empatía con las víctimas o para exigir justicia para cada una de estas mujeres y familias que fueron destruidas? No. Mil veces no.

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