¿Por qué les disparan a los estadounidenses por tocar la puerta de la casa equivocada?

Francine Prose es expresidenta del Pen American Center y miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras y de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias.

¿Por qué les disparan a los estadounidenses por tocar la puerta de la casa equivocada?
'En Kansas City, Missouri, a Ralph Yarl, de 16 años, le disparó en la cabeza y lo hirió de gravedad Andrew Lester, de 84 años. Yarl toco la puerta de la casa de Lester por error'. Foto Charlie Riedel/AP

En la última semana, dos personas recibieron varios disparos, en incidentes diferentes, por cometer un error inocente. En Kansas City, Missouri, a Ralph Yarl, de 16 años, le disparó en la cabeza y lo hirió de gravedad Andrew Lester, de 84 años. Yarl tocó la puerta de la casa de Lester por error. Yarl había ido a recoger a sus hermanos pequeños, que resultaron estar con unos amigos en otra casa que tenía una dirección similar. En una zona rural del norte del estado de Nueva York, Kaylin Gillis, de 20 años, recibió un disparo que le causó la muerte cuando ella y sus amigos, tras perderse, accedieron a la entrada del garaje de Kevin Monahan. El vehículo estaba dando la vuelta para marcharse cuando Monahan, de 65 años, disparó dos veces a través de la ventana del auto.

Vivo en el campo. Es fácil perderse. Los números de los buzones se caen. Las señales de satélite desaparecen. Nuestros paquetes son entregados a los mapaches que hay en la casa vacía al final de la calle. No puedo contar las veces que nos hemos perdido cuando íbamos hacia la casa de un amigo, que nos hemos equivocado de camino, que nos hemos quedado en la calle de terracería equivocada hasta que pudimos dar la vuelta. ¿Qué habría pasado si alguna de esas entradas hubiera pertenecido a Kevin Monahan, que, según los vecinos, era de “mecha corta” y se enojaba con los intrusos?

Una vez, hace 15 años, un joven que conducía hacia el trabajo a las cinco de la mañana se salió de la carretera, destrozó nuestro césped, derribó dos árboles de lilas y se estrelló contra una esquina del estudio de mi esposo. Nosotros estábamos durmiendo. Salimos corriendo. Nunca se me ocurrió pensar que era un terrorista o un delincuente que huía de la policía. No podía ser más obvio: se había quedado dormido mientras conducía y no había tomado la curva. Aturdido pero aparentemente ileso, bajó la ventana, nos dio su teléfono y nos pidió que llamáramos a su hermano.

Las diferencias entre aquella experiencia, terrible pero no mortal, y los recientes tiroteos en Missouri y el norte del estado de Nueva York son un indicador de lo que ha cambiado en una década y media. Resulta difícil precisar las razones por las que la situación ha tomado un rumbo tan nefasto. El aumento de la violencia con armas de fuego nos tiene a todos nerviosos. El repunte de la ira impulsiva, explosiva y de gatillo fácil aumenta el miedo y la paranoia que nos hace mirar con cautela a nuestros compañeros de viaje y a los clientes de las tiendas.

Es muy probable que la raza determinara la decisión de un blanco de 80 años de dispararle al niño afroamericano que se había equivocado de dirección, pero no podemos suponer eso sin saber más sobre el tirador. La edad también podría haber influido. No hay indicios de que las drogas o el alcohol influyeran en ninguno de estos dos casos, no obstante, estas sustancias pueden avivar la paranoia que podría inspirar un tiroteo en la entrada de un garaje o en el porche de una casa: una riña de tránsito sin salir de casa.

Todo lo que escuchamos, leemos y observamos por nosotros mismos sobre las profundas divisiones que existen en nuestro país está más o menos acompañado de una amenaza encubierta: el otro bando nos acecha. Mientras la derecha se enfrenta al espectro de Ruby Ridge, de la esposa y el hijo de Randy Weaver asesinados por agentes del FBI, la izquierda se ve acechada por asesinatos motivados por cuestiones raciales y homicidios masivos aleatorios. Cualquiera podría empezar a disparar en cualquier momento mientras seguimos enfrascados en una serie de luchas: republicanos contra demócratas, blancos contra afroamericanos, hombres contra mujeres.

Obviamente, podemos reducir la violencia y el número de muertes limitando el acceso a las armas, no obstante, siempre habrá armas. Entonces, ¿cómo podemos cambiar la creencia de que es una buena idea disparar primero y preguntar después? ¿Cómo reparamos este cromosoma roto en el ADN vaquero de nuestra nación?

Dado que Breaking Bad, The Wire y Los Soprano se encuentran entre mis series de televisión favoritas de todos los tiempos, no me atrevo a abogar por reducir la violencia en nuestra industria del entretenimiento. Por otro lado, podríamos considerar el hecho de que el tiroteo de Yarl fue una noticia de primera plana. Un escenario alternativo –Andrew Lester diciéndole tranquilamente a Ralph Yarl que estaba en la calle Northeast 115, cuando en realidad él estaba buscando la calle Northeast 115 Terrace– nunca habría sido noticia.

La violencia es noticia. Si sangra, acapara la atención. Es nuestra dieta diaria, la enfermedad que podemos ver proliferar en horario de máxima audiencia. ¿Andrew Lester y Kevin Moynahan ven la televisión? ¿Han visto a policías disparar múltiples veces contra un hombre afroamericano antes de intercambiar una sola palabra? Para algunos, la lección que enseñan este tipo de imágenes es: es algo que hacen los hombres. Es algo que ocurre.

No digo que no deberíamos ver esas grabaciones. Tenemos que saber que este tipo de violencia no va a desaparecer. Pero deberíamos considerar el lado negativo de el morbo, de los efectos adormecedores del sensacionalismo, de ver el mismo video caótico de una cámara corporal noche tras noche. Tal vez debemos considerar el equilibrio entre la normalización y la denuncia.

Resulta difícil imaginar que alguien pueda recibir un disparo por tocar la puerta de la casa de un desconocido en Finlandia, España o Canadá. Nosotros, los estadounidenses, parecemos tener un problema nacional de gestión de la ira, que se vuelve incluso más tóxico cuando interactúa con el racismo, el sexismo, el patrioterismo, la homofobia, la transfobia y un montón de otras “razones” para incitar al odio.

No puedo imaginar cuál sería la cura mágica para una epidemia de asesinatos por impulso. Es demasiado grande, demasiado sistémica, está demasiado arraigada en el tejido y en el momento. Es como si nuestra población necesitara terapia u orientación. Como mínimo, tenemos que aprender a no matar a desconocidos que tal vez necesitan nuestra ayuda, sino a preguntarles si están perdidos.

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