Crónica de una reapropiación
RacismoMX

Abogado por la Universidad Autónoma de Yucatán y maestro en psicopedagogía por la Universidad José Martí de Latinoamérica. Su pasión son los derechos humanos, el antirracismo, la educación y la cultura para la paz. Y, sobretodo, ama la mar. Actualmente es coordinador de investigación en RacismoMX.

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Crónica de una reapropiación
Foto: temática discoteca, Pixabay

Así pasó y así se los contaré. En enero me encontraba en un pésimo lugar llamado «La Lagartija de Oro». Un extraño sitio donde puedes observar cómo la población rica y blanca de Mérida se reúne para tener una experiencia de ‘barrio’: las paredes descascaradas no por el paso del tiempo sino por voluntad propia, un garrafón de agua como lavamanos, y al mismo tiempo, la gente hablando de sus viajes a París o a Madrid, hablando de su ‘necesidad’ diaria de tener un starbucks para iniciar las mañanas, todo mientras de fondo sólo se oye a Morat. Bastante curiosa la experiencia etnográfica. Pero ahí estaba yo, sentado y viendo a los meseros: Ellos y yo éramos los únicos negros1 entre la multitud. Me sentía desencajado y molesto. Lo mismo me sucedió en «El Gallinero», otro lugar donde la gente llega en limosina con chauffeur para comer hamburguesas de avestruz en medio de una zona precarizada de la ciudad. En ambos sitios bebí mezcal. ¿cuál? por supuesto que Mil Ocho Mil Ponewos.

Ese mezcal, aún con sus tuberías de metal para su destilado, aún con sus métodos europeos, aún con sus publicidades de Kendall Jenner, aún con sus cuchillas de acero quirúrgico para el agave, termina siendo una bebida espléndida y magníficamente desabrida. Me dí cuenta que en lo absoluto se acerca a los mezcales hechos por manos morenas con decenas de años de tradición familiar y campesina. Baldwin lo dijo en un poema: «My days are not their days. My ways are not their ways». Tendemos a olvidar que la ciencia no es sólo aquella que viene de Europa, sino también la que se forma desde lo más bajo de estas tierras y que como la flor surge a través del cemento en la acera. ¡Bendito Tlacuache pirómano! Te debemos tanto por el mezcal y el fuego. 

Así siguió mi noche en Mérida. Un poco ebrias, mis amigas y yo deambulamos un rato por ahí. Y finalmente llegamos a «Pipiri». —¡Pucha!, pensé. ¡Hoy perreamos hasta morir!. No duró nada la emoción porque en la tarima vimos una bolsa Jacquemus original moviéndose al ritmo de Morat. Liss no disimuló su disgustó por la marea blanca que nos dejó al fondo, en una mesa olvidada. Esto no se quedaría así. Fue Quique y Caro quienes nos aventuraron a lo impensable: tomamos el sitio. Entre codos y apretujos, terminamos en medio de la pista y de a poco fuimos ganando terreno.

¡Tokischa!, gritó Celeste al DJ con gorra de gallo. Luego, Alicia y Orlando cayeron con dos cubetazos. Y poco a poco, Alegría, Beto y Pablo fueron llevándonos hasta el frente de la tarima. Recuerdo bien a Caro cantando a todo pulmón la última de Shakira. A nuestro alrededor los ojos azules y verdes nos veían juzgandonos porque realmente bailabamos y reíamos. Así es la envidia. A pesar de eso, Andrea cantaba con fuerza «El Apagón» de Bad. Todxs nos unimos a ella. Estábamos a punto de llegar al coro y gritar con más fuerza lo que tanto queríamos esa noche: —¡Qué se vayan ellos!. Y el DJ gorra de gallo nos mató poniendo por tercera vez a Morat. No podíamos más. Les juró que no podíamos más.

No sé que se apoderó de nosotrxs. De pronto subimos a la tarima y reinamos. Las chavas jacquemus, que sólo estaban ahí paradas y grabando historias para sus instas, fueron replegadas. Los santis intentaron regresarnos abajo, pero no pudieron, no soportaron, porque sonó Anitta y Karla bailó como nunca ante sus pieles y ojos anonadados. Nosotras no íbamos a permitirnos no disfrutar. En ese momento nuestro baile era un reclamo, un reclamo de un espacio que ya no era nuestro y que por ese momento volvió a serlo. Y estando en lo alto de la tarima nuestros cuerpos bajaron hasta el suelo al ritmo de Plan B, Ozuna y Raw. Los gritos nos alentaron. Los gritos nos hicieron seguir porque sabíamos que era nuestro sitio, nuestro lugar. Los gritos nos hicieron saber que volvimos a ser dueños de un espacio robado, de un espacio blanqueado. Así fue esa noche. Y así son las cosas fantásticas: Se salen de los paréntesis. Se burlan de las grises (y muy blanqueadas) realidades y nos dan un vistazo a una ventana que nos permite respirar, desahogarnos y continuar. Ya lo había dicho Drexler: ¡Qué viva la ciencia, la poesía y el reggaeton!.

1 En la península jamás se emplea la palabra «prietx», ni para bien ni para mal. Centralista, no pienses que tu experiencia es universal. En cambio «negrx» es empleado para insultar a las pieles oscuras, con independencia de la intensidad tonal.

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