Un debate a modo de la clase política
Tácticas Parlamentarias

Analista y consultor político. Licenciado en Ciencia Política por el ITAM y maestro en Estudios Legislativos por la Universidad de Hull en Reino Unido. Es coordinador del Diplomado en Planeación y Operación Legislativa en el ITAM. Twitter: @FernandoDworak

Un debate a modo de la clase política
Alejandra del Moral y Delfina Gómez en el segundo debate entre candidatas al gobierno del Estado de México (Edomex). Fotografía: Facebook/ Instituto Electoral del Estado de México (IEEM).

Los debates entre personas candidatas sirven para posicionar temas o cambiar las percepciones sobre quienes compiten por el cargo. En ese conocimiento, es realmente triste que lo que más recordamos de los debates presidenciales de 2012 y 2018 sean, respectivamente, a Julia Orayen y la expresión “Riqui Riquín Canallín”.

Quizás no se ha asimilado totalmente que, lejos de ser una discusión meramente intelectual, los debates también deben apelar a las emociones del electorado. De lo contrario, seguiremos ejerciendo nuestro sacrosanto derecho al zapping ante formatos aburridos. Claro, lo que más le conviene a las personas candidatas es que no nos demos cuenta de qué hacen, pero es a costa de la desmovilización y el desinterés por lo público.

¿Podríamos reemplazar los spots por minidebates de 5 minutos? Ambas cosas cumplen funciones distintas: 30 segundos es el tiempo máximo de atención que damos ante una información nueva. Si los sustituimos, preferiremos usar el control de la tele, sabiendo que la interrupción será más larga que los ya de por sí eternos segmentos de propaganda en tiempos de campaña.

Si no cambian las tendencias electorales, ¿para qué sirven los debates? Para mostrar diferencias en percepciones previas, sea en la imagen de una persona candidata, su discurso, su capacidad de comunicación o incluso sus respuestas ante ataques. Es ahí donde tenemos mejores elementos para saber su posible desempeño al momento de gobernar, en lugar de citar de memoria datos o presumir de cuánto expertise poseen. Por eso, los debates más exitosos son los que han logrado apelar tanto al intelecto como a las emociones de la audiencia. Lo anterior implica que las reglas del juego permitan el contraste y sean lo suficientemente flexibles como para que haya ataque y defensa.

Con lo anterior, se puede apreciar de manera distinta el lamentable espectáculo que vimos la semana pasada durante el debate de las candidaturas al gobierno del Estado de México. En lugar de un evento emocionante, donde la moderadora realmente obligase a que las candidatas sacaran lo mejor de sí, vimos dos largos y aburridos monólogos, donde tanto Alejandra del Moral como Delfina Gómez Álvarez hablaban a sus respectivos grupos de apoyo, en el afán de ganar el “posdebate”.

Cierto, tenemos un partido que se ha atribuido de manera creíble una autoridad moral, bajo la cual todo ataque que le hacen es un delito, mientras que lo que haga es un acto de justicia, lo cual refleja más el fracaso de la política democrática que el arraigo de un sistema autoritario.

Sin embargo, no podríamos ver con justicia la pifia de la semana pasada si no volteamos a ver un conjunto de leyes electorales que han prohibido las campañas de contraste, crearon un modelo de comunicación política donde gana la víctima más creíble en lugar de la más competitiva y así han hecho de nuestro sistema de partidos un oligopolio cerrado, donde la motivación para formar y mantener un partido es la beca del presupuesto en vez de ganar y conservar espacios de poder.

Lo peor es que nuestro sistema seguirá así, pues a final de cuentas conviene a todos los partidos. Todo avance en democratización y libertades es producto de la presión de la ciudadanía, en lugar de la graciosa concesión del poder. Es hora que pensemos seriamente en nuestra situación, si deseamos superarla.

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