El tianguis de los jueves
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

El tianguis de los jueves
Retomé una costumbre que había abandonado desde hace por lo menos 30 años, ir al tianguis de los jueves en la colonia Avante. Foto: Charles C. Collingwood / Unsplash

La pandemia modificó muchas cosas en mi vida, dos de ellas fueron mi lugar de trabajo y mis hábitos de compras y consumo. Desde el encierro inicial, en marzo de 2020, retomé una costumbre que había abandonado desde hace por lo menos 30 años, ir al tianguis de los jueves en la colonia Avante, en Coyoacán.

La Ciudad de México es muy conocida en todo el país por la escandalosa cantidad de comerciantes ambulantes que hay en sus calles, pero miente quien dice que nunca se ha acercado a un puesto para comprar alimentos, ropa y hasta libros. Dentro de ese océano de comerciantes que se mueven a diario entre las colonias de la capital, están los de los mercados sobre ruedas y los llamados tianguis. Más allá de las lonas color bugambilia de los primeros y las mantas verdes de los segundos, nunca he encontrado la diferencia, salvo en algunas ocasiones los precios, que varían de puesto en puesto.

En la capital del país hay tianguis muy grandes y muy famosos, como los de la colonia San Felipe de Jesús, en la alcaldía Gustavo A. Madero, que presume de ser el mercado ambulante más grande de América Latina, o el de Santa Cruz Meyehualco, en Iztapalapa, donde hasta medicamentos y autopartes puedes encontrar. Los hay de antigüedades, como los de La Lagunilla y Portales; de ropa usada que llega en pacas desde la frontera norte, en Pino Suárez, o algunos más singulares, como el Tianguis Cultural del Chopo, en la colonia Guerrero, y el de la música, afuera del teatro del sindicato de músicos, cerca del Metro Taxqueña, donde cada martes puedes encontrar desde partituras de piezas de jazz, instrumentos usados o hasta maestros que ofrecen lecciones de acordeón y harpa.

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Kilómetro y medio de sabrosura

La palabra tianguis proviene del náhuatl tianquiz(tli) “mercado”, el de la colonia Avante se instala todos los jueves desde hace más de 50 años y su extensión no debe tener más de mil 500 metros, sobre Calzada de La Virgen y Piedra del Sol. Recién llegados a la colonia, en 1984, acompañaba a mi mamá a hacer sus compras cada semana. Como cursé segundo y tercero de secundaria en el turno vespertino, era mi obligación ir con mi madre al mercado. Años después y tras algunas desafortunadas mudanzas, muchas veces iba únicamente a comprar quesadillas o unos tacos de mixiote que ayudaran a mitigar la resaca, pero desde hace casi tres años hago la mayoría de mis compras de frutas y verduras ahí.

A lo largo de los años, los viejos puesteros han dejado el negocio a sus hijos o a sus nietos y es increíble el sentido de comunidad (y de celo), que tienen algunos comerciantes: “¿Hoy no le va a comprar la verdura a la vieja de enfrente?”, me dijo hace poco una comerciante cuando fui a comprar una mezcla de legumbres para una sopa. Las encargadas de la cremería han notado los 10 kilos que he bajado en los últimos nueve meses y me reclaman que cada vez compro menos queso, ate de membrillo y tostadas. Los chavos de la fruta saben que espero la temporada de tunas para llevarme a casa mis dos kilos semanales.

El tianguis de la Avante ha variado en su oferta en los últimos años, a las quesadillas “de Francis”, el puesto de chicharrón “con carnita”, los tacos de mixiote, longaniza y moronga, las carnitas y los tlacoyos de masa verde con salsa verde cocida, nopalitos y queso, se han sumado vendedores de sushi, lasaña y paella tipo valenciana. A los puestos de “ropa de paca”, que ahora se aglutinan frente a la Iglesia de Jesucristo Crucificado, se han sumado dos de libros, uno de ejemplares usados y otro de best sellers falsificados, que algunas veces traen capítulos repetidos y algunas hojas en blanco.

En “la paca” me compré, a finales de los 80, una deshilachada camisola del ejército de Estados Unidos que mi papá quería obligarme a tirar y con la cual yo iba orgulloso en la prepa. En diciembre pasado encontré ahí una playera impecable de los Irlandeses Peleadores de Notre Dame.

Del tianguis de los jueves, donde saludo a mis vecinos, excompañeros de la secundaria y el futbol americano, y hasta colegas, casi siempre regreso con chicharrón recién hecho, guacamole, tortillas y mi tepache. En algunas ocasiones esa es mi única comida en todo el día. Con su sombrero texano y su bigote a lo Lalo Mora, un comerciante de piñas alterna la vendimia con el micrófono, pues tiene una consola desde la que manda saludos a sus “marchantas” y otros puesteros, mientras reproduce viejas salsas y cumbias. Es un auténtico sonidero. Cuando regreso a casa y guardo mis compras en el refrigerador, es inevitable que intente uno que otro pasito de salsa y comience a tararear “reyes del amor tú y yo, reyes del amoooor…”

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