Cinco amigos
La terca memoria

Politólogo de formación y periodista por vocación. Ha trabajado como reportero y editor en Reforma, Soccermanía, Televisa Deportes, AS México y La Opinión (LA). Fanático de la novela negra, AC/DC y la bicicleta, asesina gerundios y continúa en la búsqueda de la milanesa perfecta. X: @RS_Vargas

Cinco amigos
Cinco amigos. Foto: Roberto Vargas

Durante nuestra adolescencia siempre andábamos juntos. Jugábamos futbol en el parque o en un camellón; éramos cinco amigos que íbamos al cine o vagueábamos por centros comerciales sin comprar nada; íbamos a ver a Pumas al Olímpico Universitario, a andar en bicicleta, a remar a Cuemanco, incluso, a algún concierto.

Más grandes, sólo un poco más grandes, tomábamos cerveza en ese mismo parque en donde años antes echábamos la “cáscara”; íbamos a fiestas a las que muchas veces no entrábamos; veíamos arrancones en calzada de Las Bombas o dábamos vueltas por la ciudad en la madrugada. Claro que a veces nos metíamos en algún lío, como aquella batalla campal frente al antirrábico de Culhuacán, donde volaron botellas de caguama por los aires y madrazos que nos tocaron a todos, sin excepción.

A los cinco, tres hermanos y dos primos, se nos sumaban ocasionalmente amigos de uno u otro (“La Torta”, Robin, Michel), pero siempre conservamos la base. Nos divertíamos sin miedo, sin malicia. Alguna vez traté de sumar al grupo a un chavo de la colonia con el que compartía grandes tardes de heavy metal. El experimento duró un par de semanas: era hijo de un militar y siempre salía armado.

En la prepa y en mi primer trabajo como reportero fui parte de otros inolvidables quintetos. Con los primeros éramos vagos, irreverentes, desmadrosos, broncudos, pero nunca le hicimos daño a nadie. Con los del trabajo conocí la noche profunda del ex Distrito Federal y algunos antros célebres; las borracheras hasta el amanecer y a curarme la resaca. Por eso me resulta aterrador pensar que en muchas ciudades, pero sobre todo en pequeñas poblaciones de este país, cinco muchachos no puedan reunirse para salir a tomar algo, so pena de ser confundidos con sicarios de un cártel rival, ser “levantados”, torturados y asesinados, sin importar el género.

Lo más lamentable de la desaparición de Roberto, Diego, Uriel, Dante y Jaime en Lagos de Moreno, Jalisco, es la indiferencia, pues para muchos mexicanos es sólo un caso más, mientras autoridades estatales y federales se echan la culpa. No me puedo imaginar el sufrimiento de sus allegados mientras miles de cuentas de Twitter difunden la foto de los muchachos hincados y amordazados o un video que me he negado a ver. No quiero pensar el sufrimiento de nuestros padres si a nosotros nos hubiera pasado algo.

Cinco amigos - lagos-de-moreno
Cinco amigos en Lagos de Moreno.
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El horror que no termina

Quiero pensar que el presidente López Obrador no escuchó el “Lagos de Moreno, Lagos de Moreno” que gritaron varios reporteros en la mañanera del 16 de agosto. Pero si se levantó de madrugada para acudir a la junta de seguridad que dice que tiene todos los días con los integrantes de su gabinete, ¿por qué el presidente evitó hablar del tema durante más de dos horas? ¿Era momento para hacer un mal chiste? Nuevamente el primer mandatario se victimizó y sus simpatizantes justificaron su comportamiento y los opositores lo magnificaron. Por lo pronto, los familiares de los cinco muchachos desaparecidos en Lagos de Moreno continúan con la incertidumbre. ¿Dónde están?, nos preguntamos todos.

Normalizar la violencia, de cualquier tipo, se ha convertido en una triste costumbre en la sociedad mexicana, pero no comenzó en este sexenio y tampoco es exclusiva de las zonas en donde los cárteles del narcotráfico tienen prácticamente secuestrada a la población.

Los videos de asaltos a usuarios de transporte público, peleas entre barras de equipos de futbol o simples pleitos vecinales que se difunden a través de las redes sociales tienen decenas de miles de reproducciones y generan comentarios, la mayoría de las veces repugnantes. Pensar en que los presuntos secuestradores de Roberto, Diego, Uriel, Dante y Jaime los hayan puesto a pelear entre sí hasta la muerte, revive los hechos ocurridos en San Fernando, Tamaulipas, en 2011, cuando sicarios de Los Zetas hicieron que decenas de hombres se arrancaran la vida a golpes de machete y martillo.

Ni en la más sanguinaria película coreana de terror hubiera pasado algo así. ¿Cuántos más? deja de ser una pregunta gastada con la que se cuestionaba al mandatario que comenzó la fallida guerra contra el narcotráfico. ¿Hasta cuándo el horror y la indiferencia, señor presidente?

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