Cartas a Valentino/Nos han robado el parto
CARTAS A VALENTINO

Mamá de Valentino y periodista audiovisual. Consultora de emprendimiento de medios digitales en América Latina. Tiene una década de trayectoria, fue reportera en Grupo Reforma, participó en la fundación de la revista La Capital y dirigió desde 2018 Ruido en la Red. Excolaboradora de Quinto Elemento Lab y encargada de redes del Festival ContarnosMx. Hoy es directora en La-Lista News.

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Cartas a Valentino/Nos han robado el parto
Nos han robado el parto. Foto: Envato Elements

Estoy convencida de que las horas previas a mi parto fueron el primer regalo de los muchos que en este año nos has dado a tu papá y a mí, Valentino. Antes de que salieras de mi vientre reí, lloré, bailé, vocalicé; tu papá, mi querida doula Marcela Gómez y tu abuela -mi mamá- me rebosaron. Hice ejercicios en una pelota y todo eso por más de 12 horas y sin un solo centímetro de dilatación, por lo que llegaste a este mundo por medio de una cesárea.

Después de un embarazo de mucha incertidumbre para mí, para nosotros, esas horas representaron la conexión más bonita que recuerdo entre tu papá y yo, y ese es el recuerdo que elegí poner al frente del cajón que en mi memoria guarda el día de tu nacimiento. Pero no ha sido fácil poner detrás los momentos en la sala de expulsión y tus primeras 12 horas de vida.

Era la semana 39 de un embarazo que atravesé prácticamente sin ninguna complicación médica… bueno, excepto cuando en la semana 37 dejaste de producir líquido amniótico, lo que dejó poco margen para esperar ‘a que nacieras de forma natural’. Me había preparado muchísimo para un parto vaginal que nunca llegó porque tú nunca bajaste al canal de parto y la dilatación, aún con las 5 inyecciones de oxitocina que el doctor me puso durante esas horas de inducción, nunca comenzó.

Así que sin que arrancara el trabajo de parto que nos han recalcado que es `lo natural`, entré a quirófano. Pero la violencia comenzó antes y la normalización de muchas conductas médicas, de esos sabios de bata blanca que no tenemos permitido cuestionar, no me dejó darme cuenta.

Esther Vivas es una escritora, periodista y socióloga que en 2020 publicó el libro Mamá desobediente. Una mirada feminista a la maternidad y de ella tomé prestada la frase de esta carta en la que quiero contarte que aun cuando verte nacer ha sido la más dulce experiencia de mi vida, la violencia obstétrica, el machismo y la voz que nos han quitado a las mujeres para decidir cómo parir, sembraron en mí las lágrimas de impotencia que derramo cada que recuerdo ese instante.

¿Por qué si parir es un acto que sólo nos corresponde a mujeres y personas gestantes, los hombres se han apropiado también de esos espacios con técnicas que vulneran nuestro derecho a decidir y la seguridad de que nuestro cuerpo sabe traer a un hijx al mundo? Esther lo explica de forma muy práctica e ilustrativa en el texto que ya suma cuatro ediciones impresas en una América Latina en la que hablar de maternidades de forma profesional, nos urge.

En México, de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2021 del Inegi, entre el año 2016 y 2021, medio millón de mujeres entre los 15 y los 49 años reconocieron haber sido víctimas de violencia obstétrica por personal médico que atendió sus alumbramientos o alguna institución de la salud.

¡MEDIO MILLÓN!

Y es que cuando hablamos de violencia no sólo nos referimos a la física, que es la más tangible, como procedimientos para esterilizar a mujeres sin su consentimiento, cesáreas que no eran necesarias, mutilaciones, etcétera sino también a una que es quizá la más extendida y la más difícil: la violencia psicológica que hace de la maternidad una experiencia que comienza con amargura, con miedo, con trauma, con dolor, con impotencia y con una soledad tremenda pues al no haber una huella física.

Las madres escuchamos cosas como: “pero lo importante es que ambos ya están sanos”, “quédate sólo con lo bueno, por qué te enfocas en un mal comentario”, “estás exagerando”, “no es para tanto”, “de eso se trata parir”… por lo que esa violencia queda avalada por una sociedad que nos impone que tampoco tenemos derecho a resentir el maltrato.

Hace un día pude entrevistar a Esther Vivas y coincidíamos en la importancia de visibilizar estos temas para que las madres nos atrevamos a reapropiarnos no sólo de nuestros partos sino del derecho a gritar que fuimos víctimas de un sistema que no ve a la madre como una persona capaz de consentir y con derecho de vivir la experiencia de dar a luz en paz para que, al menos, el primer momento de ese nuevo ser humano no esté atravesado por la violencia.

Quizá Esther no lo notó, pero cuando le conté lo que ocurrió en mi parto y que ella inmediatamente me dijera: “lo siento, eso que te hicieron también es VIOLENCIA”, me quitó el peso que cargué por 12 meses de sentir que estaba exagerando. Gracias por eso, Esther.

Y es que sí: naciste sano, con una calificación Apgar de 9/9. Con unos ojos luminosos que aún deslumbran a todos quienes te miran. Con pestañas enormes y una réplica exacta de mis cejas que me impactó desde que te acercaron a mí. Con más cabello del que imaginaba y con un gesto que hizo que tu papá estuviera presente en tu cara desde el primer momento de tu vida.

Entre todas las cosas que yo desconocía del proceso de parto eran todos los médicos que intervienen en una cirugía como aquella y la importancia de saber los procedimientos que pueden o no hacernos a mi como mamá y a ti al nacer. También desconocía todo el poder de decisión que nosotras tenemos en ese proceso y el derecho que se nos debe reconocer para ejercerlo.

Así es que de las últimas cosas que supe -y mucho por la sabia e invaluable guía de mi doula- fue que, al dar a luz, quien te recibiría sería una pediatra. Y que era importante hablar con ella -en mi caso era una mujer elegida por mi ginecólogo- antes del día de tu nacimiento para que supiera lo que ella haría contigo en esos primeros instantes.

Que me cancelara dos veces la videollamada una semana antes de tu nacimiento debió ser un foco rojo, pero lo ignoré. “cuando Valentino nazca lo primero que haremos será colocarle una sonda por el recto y otra por la garganta para comprobar la viabilidad de sus órganos”, me dijo. Ok, yo no sabré nada de medicina, pero imaginar que la primera experiencia de mi hijo al nacer sería que introducirían dos sondas me pareció sumamente violenta. Y así se lo hice saber a la pediatra. Ella reviró: “es un procedimiento estándar y no hacerlo pondría en peligro la vida de su hijo”. ¿Quién querría poner en peligro la vida de su hijo desde el primer momento?

Pero mi natural curiosidad me hizo averiguar más de esos procedimientos “estándar” al nacer. Pregunté al hospital -yo parí en el sector privado- y ellos me respondieron que ese proceso ya no era parte del protocolo, que quedaba a discreción de los pediatras, pero que yo podía pedir que no se hiciera con su respectiva firma de responsiva. Eso hice. Pero pedirlo tres veces antes del día del parto, una durante las 12 horas previas a la cesárea, no fue suficiente para esta pediatra.

Para no hacer la historia más larga, hijo, la pediatra no me perdonó que cuestionara sus procesos y estando en la plancha, con la anestesia puesta, la vulnerabilidad de quien está a minutos de traer una vida al mundo, con los brazos adormecidos, la pediatra insistió por quinta vez en que debía colocarte esa sonda y que no hacerlo te ponía en riesgo y sería mi culpa. Ese es el recuerdo más vívido que tengo de ese día: a una mujer presionándome para aceptar un proceso médico innecesario y que yo consideraba invasivo. Dudé ya estando en ese instante, pero tomé fuerza y le dije: no acepto el proceso. La pediatra molesta me puso entonces una pluma en la mano, un papel que no me permitía ver que ya me estaban abriendo el vientre y me hizo firmar la responsiva.

Si ahí hubiera quedado la cosa, quizá no me hubiera impactado tanto. Pero la pediatra aún conservaba un poder sobre mí y sobre ti, Valentino, así que aún cuando no había razón médica, aún cuando yo había solicitado que te dejaran conmigo en las horas siguientes a tu nacimiento porque tenía la intención de que tuvieras lactancia materna exclusiva, la pediatra ordenó que te tuvieran 10 horas en observación con lo que nos robó la primera noche juntos.

Recuerdo mi ansiedad al salir de la sala de recuperación para que te pusieran en mis brazos. Estaba lista para cuidarte y amamantarte y al llamar a cuneros nos dijeron: “la pediatra ordenó que se quedara aquí esta noche”.

Se me rompió el corazón, me dio impotencia, miedo, después de 9 meses dentro de mí alguien sin razón había decidido que no estuviéramos juntos esa primera noche. Aún ahora que lo escribo ese sentimiento me hace llorar. Eso también es violencia obstétrica. Y es invisible. Y es para siempre. Y entre nosotros marcó nuestro periodo de lactancia, aunque esos detalles serán motivo de otra carta.

Que nacieras me ha retado cada día, mi amor. Y algo que aprendí de mi alumbramiento es que contar esta historia, hacer consciente la violencia que también los pediatras cometen, es el granito de arena que desde mi trinchera puedo aportar, para que otras mujeres no permitan en el futuro que nadie les robe el parto.

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